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La España desgarrada y fraticida que nunca debería repetirse

Con la publicación de «Melilla 1936», Luis María Cazorla completa su trilogía de novelas sobre la Segunda República
En Melilla se fraguó la primera sublevación militar contra la II República
AlfonsoAlfonso

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Descubrió al personaje casi de casualidad, Luis María Cazorla había ido a Melilla a presentar su libro «La rebelión del general Sanjurjo» y coincidió con el traslado de sus restos desde Pamplona a esa ciudad. «Después de visitar su nueva tumba, saliendo del cementerio, el decano del colegio de abogados, Blas Jesús Imbroda, me señaló la lápida de un juez de primera instancia, Joaquín María Polonio Calvente, un hombre competente y joven al que arrolló la tragedia nacional de la Guerra Civil –me dijo– y su historia me pareció muy interesante». Responder por qué fue Melilla el foco del alzamiento aquella tarde del 17 de julio era algo que le interesaba, «me atraía ese periodo histórico que está poco novelado y en este juez encontré a la persona para hacerlo protagonista». Con la publicación de «Melilla 1936», el catedrático, académico y escritor Luis María Cazorla completa la trilogía de novelas históricas que ha dedicado a la Segunda República, junto a la mencionada sobre el general Sanjurjo y «La bahía de Venus», con la particularidad de que «todos los personajes que aparecen en esta son reales, todos vivieron aquel episodio horrible de una España desgarrada y fratricida que nunca más debería repetirse», afirma.
Ser alguien anónimo dificultaba mucho la documentación, ya que había muy pocos lugares donde buscar: «Empecé a investigar cómo llegó a Melilla, su trayectoria jurisdiccional, los juzgados donde había estado, después conseguí el sumario de todo su procedimiento militar, que es una fuente tremenda de información por las declaraciones, datos y pruebas que aporta; leí muchísimo de la Melilla de la época y los personajes que intervinieron; consulté el «Telegrama del Riff», periódico local, y me ayudó mucho en esta investigación Blas Jesús Imbroda, que me proporcionó datos de personas que oyeron a sus padres y abuelos contar lo que fue aquello, fotos y mapas con la situación de los distintos edificios que describo, de manera que pude reconstruir la ciudad como estaba entonces. Además –prosigue–, leí el libro jurídico que este juez había escrito sobre Derecho Mercantil, que fue dificilísimo de encontrar, prologado por el maestro de juristas Joaquín Garrigues», significa Cazorla.
Polonio Calvente había llegado poco antes a Melilla cargado de ilusiones para ponerse al frente del juzgado de primera instancia e instrucción y se encontró la convulsa situación previa al estallido de la guerra. Garrigues lo había calificado como un juez culto. «Leyendo su libro se ve que cuida la redacción, usa un vocabulario rico, de ahí deduzco que era un amante de la lectura, reflexivo y al que le gustaba escribir, por eso, como método novelístico de ficción he inventado que tiene un diario donde va anotando las impresiones, vivencias y pensamientos que se intuyen de toda la información manejada sobre él», explica Cazorla, al igual que se deduce su admiración por los valores republicanos que había vivido en Francia. «Posiblemente fuera un liberal reformista, pero en esencia era un juez, un profesional con una formación jurídica intensa, defensor y amante de la Ley por encima de todo y, como tal, tenía que aplicar la ley vigente, la republicana encabezada por la Constitución de 1931 o cualquier otra, como el Código Civil o la Ley de Enjuiciamiento Civil».

Lidiar con la política

La situación en Melilla con dos grupos muy polarizados, el casino militar y el ateneo, era paradigmática del momento que vivía España. «Eso es lo que he querido reflejar, una ciudad donde el Ejército era muy importante, pero en la que el Frente Popular había ganado holgadamente las elecciones del 36 y el alcalde era socialista, una sociedad continuamente acosada por huelgas, que indudablemente era un reflejo de lo que ocurría en el resto de España, quizá acentuado por esa presencia militar tan cercana y presionante». Posiblemente, su principal problema fue tener que lidiar con cuestiones políticas: «Según la normativa, al delegado gubernativo lo sustituía el juez de primera instancia y se vio en un papel que no le gustaba y para el que no estaba preparado, tuvo la mala suerte de lidiar por dos veces con una situación muy desagradable para él, se encontró con una huelga de panaderos y con un 1 de mayo con una tensión brutal entre los legionarios y las juventudes social-comunistas y, tratando de evitar un enfrentamiento entre ellos, interviene en el cierre del casino militar, que a la postre le trajo consecuencias nefastas, lo acusaron de antimilitarismo en el sumario, aunque en realidad el cierre lo acordó el general Romerales, que luego sería fusilado, al igual que el comandante Edmundo Seco, padre del historiador Carlos Seco Serrano, o el teniente Arrabal, padre del dramaturgo Fernando Arrabal». Y concluye Cazorla: «A Polonio Calvente le montaron un sumario para guardar las apariencias acusándolo de cosas insustanciales, pero la decisión estaba predeterminada, claramente, estaba condenado antes de enjuiciarlo».