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Entrevista
Lolita Flores: "Sería muy difícil que volviera a confiar en un hombre"
El próximo 26 de noviembre la artista madrileña «toma» el Bellas Artes:
la artista estará allí, con la exitosa «Poncia», durante casi tres meses

Son ya dos años los que Lolita Flores, mascarón de proa de una estirpe que es un símbolo español en mayúscula y negrita, lleva insuflándole aliento y raza a la Poncia por teatros de todo el país; emocionando con una interpretación a la que no se le aprecia una sola costura y emocionándose al observar lo que su lamento provoca en los espectadores más diversos. Porque lo que ven quienes asisten al espectáculo de «Poncia» es el dolor mismo. Una mujer, vapuleada por la vida y la culpa, que se desangra en escena. Lorca inventó un personaje, el director teatral Luis Luque lo ha nutrido de matices y Lolita lo ha elevado a la categoría de arte con un monólogo que se abre camino como un machete entre todas las gamas posibles del rojo y el negro, y con el que logra situar su nombre al nivel de las grandes damas de la dramaturgia española. Aterriza ahora en el Teatro Bellas Artes (Madrid), donde estará desde el 26 de noviembre hasta el 15 de febrero.
Dos años ya con «Poncia». ¿Imaginó que semejante dramón le iba a dar tantas alegrías?
Muchas satisfacciones, sí. A la gente le gusta. Hay momentos en que me aplauden en los oscuros… Se quedan como paralizados y, al final, estallan, braman, y la mayoría de las veces me hacen llorar. Yo tenía mucha fe en Federico [García Lorca] y en Luis Luque, porque ya trabajé con él en «Fedra» y me conoce muy bien y sabía que iba a hacer el papel a mi medida, pero lo que no me imaginé nunca es que «Poncia» iba a ser lo que ha sido.
¿Cuánto tiene ese personaje de Lolita Flores?
Muchas cosas. Tú, Javier, me conoces muy bien y sabes que soy una mujer que ama la justicia y la libertad de amar a quien se quiera, cuando se quiera y de la forma que se quiera, siempre sin hacer daño. Creo que la letra con sangre no entra. La disciplina que yo he tenido en mi casa, que a mí me han dado, ha sido mínima, y la que yo les he dado a mis hijos también ha sido mínima. Y siempre ha sido con amor, razonamiento y hablando, que creo que es lo que falta en esta casa de Poncia: comunicación entre esas hijas y esa madre. Y luego, claro, yo he tenido una madre que era unas castañuelas, y Poncia no aguanta la amargura de Bernarda [Alba]. ¿Eran hijas de su tiempo? Bueno. No todo el mundo tenía esa amargura. No tenías por qué ser tan agria ni tan borde. Era la abstinencia de amor absoluto hacia esas hijas y hacia esa casa: sin luz, con las ventanas cerradas, con las persianas echadas, donde no entraba ningún hombre…
"Cuando murieron mi madre y mi hermano, los ojos se empezaron a volver hacia mí. La gente se fijó más en quién era"
La Poncia es un personaje profundamente español, pero ¿cree que es universal? ¿Una señora de Wisconsin, o de Pekín, se puede emocionar viéndola?
En la América profunda hay mujeres que son mucho peores y que viven una vida muy terrible, y que son también maltratadas. Gracias a Dios, eso se va perdiendo porque las mujeres van chillando más. Y cuando una mujer chilla, chilla muy alto. Pero, desgraciadamente, todavía existe, aunque no hasta el límite de Bernarda.
Se ha quejado alguna vez, y con muchísima razón, de que no se le prestaba la atención debida. ¿Cree que ahora sí se le está haciendo justicia? ¿Se siente reconciliada con la profesión y con la crítica?
Sí, ya hace muchos años. Creo que «La plaza del Diamante» fue un antes y un después en mi carrera, como muy bien me dijo Juan Manuel Serrat. Cuando murieron mi madre y mi hermano, los ojos se empezaron a volver hacia mí. La gente empezó a fijarse más en lo que yo decía, en quién era y en cómo me movía. No le pido a la vida nada más que salud para poder seguir trabajando, porque es mi vida. Y porque me aburro cuando estoy de vacaciones mucho tiempo. Estoy acostumbrada a eso, a quejarme y a decir: otra vez otro viaje, otro tren, otro avión, otro coche, otra cama...
El escenario y el aplauso son adictivos.
Sí, pero yo no soy adicta. De hecho, a mí me riñen muchas veces porque corto el aplauso, ja, ja. Porque me da apuro que la gente esté aplaudiendo tanto tiempo. No soy adicta a nada, solo a mis amigos y a mi familia, a eso sí soy adicta. Pero a lo material o a lo efímero, como es la fama o el aplauso, a eso no. Las cosas que duran poco las tienes que aprovechar en el momento, pero no ser adicta. Creemos que vamos a estar así toda la vida, pero llega un momento en el que vas cumpliendo años y ya no tienes las capacidades que tenías cuando tenías 30. No me gustaría estar encima de un escenario con 85 o 90 años diciendo dos frases, cuando he hecho monólogos enteros. Creo que hay que tener un poco de amor propio y saber hasta dónde puedes llegar.
"No me gustaría estar encima de un escenario con 85 o 90 años diciendo dos frases, cuando he hecho monólogos enteros"
Imagino que se acordará mucho de su madre. No sé si ella habría hecho este papel mejor o peor, pero debe de ser muy fuerte pensar «coño, estoy haciendo un papel que mi madre no pudo hacer por una cuestión de agenda».
Creo que mi madre lo hubiera hecho diferente, más como ella recitaba. La hubieran tenido que sujetar más, porque el temperamento de mi madre no es el mío. Yo tengo muchísimo temperamento, pero mi madre tenía el doble que yo. No lo hubiera hecho mal. Lo hubiera hecho muy al estilo de Lola Flores. Y hubiera sido un éxito, también te lo digo.
Quizá su madre corría el peligro de ser más Lola Flores que Poncia.
No, hubiera sido una Poncia Flores, ja, ja. Pero, fíjate, es algo que a ella ya le pasó cuando hizo la obra que le montó Antonio el Bailarín y que produjeron juntos, una obra dramática en la que se tiraba por el suelo, y no tuvo éxito. A Lola Flores la querían ver con la bata de cola, el abanico y recitando, y con sus cosas a la guitarra. Para mi madre hubiera sido un hándicap muy duro, porque la gente la quería ver así y no de otra manera. Tuvo que vender una casa que tenían en Marbella para pagarle a la gente, porque realmente el teatro no le fue bien.

En una entrevista reciente, su amiga Chenoa me dijo: «No me interesa el amor». Fue categórica.
Bueno, a mí tampoco, ja, ja. Creo que Chenoa está en un momento muy bueno, no para de trabajar. Y en lo del amor estamos muy de acuerdo. Es decir, el que tiene que venir, tiene que hacerlo por derecho y saber que tenemos una profesión muy esclava, que estamos mucho tiempo fuera de nuestras casas, que ya atender a mis hijos y a mis nietos me cuesta; que vengo de viaje después de no verlos en 15 días y, aunque esté cansada, me pongo un chándal y me voy a verlos para estar dos horas con ellos. Nuestra profesión es muy dura. No se come a las horas que se tiene que comer, no se duerme como se tiene que dormir. Coges aviones, trenes, coches en el mismo día. Te levantas en Palma de Mallorca y duermes en Sevilla. Entonces entiendo a Chenoa. Pero Laura es muy joven todavía y está muy guapa y es muy buena tía y tendrá que encontrar su medio limón, ja, ja, como yo le digo. Porque para esta profesión hay que encontrar medios limones, no medias naranjas. Cuando te han hecho daño se pierde mucho la confianza en el amor. No en el hombre, ¿eh? yo no he perdido la confianza en el hombre, pero sí en el amor. Sería muy difícil que yo volviera a confiar plenamente en un hombre, me tendría que hacer muchísimas demostraciones, y no con palabras.
"Lo que ahora mismo dice la derecha es algo que no va con mi manera de vivir. No de ahora, de nunca"
Se ha definido como una mujer de izquierdas.
Yo me defino como una mujer que lo que quiere es bienestar social a todos los niveles. Tengo dos nietos y quiero que la educación de mis nietos sea, no buena, magnífica. Creo que la salud pública, que tengo ya 67 años, tiene que ser la mejor. Es decir, que no se le dé solamente dinero a las privadas, sino que también a la pública. Quiero una justicia para la mujer y para los que son denostados por tener otra ideología, otra religión, otra manera de vivir. Los gitanos, los árabes. No me gustan las prohibiciones y quiero libertad de expresión a todos los niveles, libertad para caminar, y eso me lo está dando la izquierda. Lo que ahora mismo dice la derecha es algo que no va con mi manera de vivir. No de ahora, de nunca. En mi casa ha habido mucha libertad, mucho amor y mucha justicia. Y el bienestar que hemos tenido ha sido gracias al trabajo de mi madre y de mi padre, no nos han regalado nada. Y si eso es ser de izquierdas, pues sí, soy de izquierdas.
Pero cuando vemos a los Koldos, a los Cerdanes, las «lechugas», las «chistorras», las prostitutas… ¿no se siente defraudada?
En todas las casas hay, como yo digo, cadáveres debajo de la alfombra, y polvo. Y muchas veces lo que hay que hacer es sacudir las alfombras para que el polvo se vaya y se quede limpio por abajo. No creo que todo el mundo sea tan malo ni tan bueno. Habrá gente buena y gente mala a todos los niveles, y deberíamos dejar de hablar ya de rojos o blancos, de verdes o amarillos. Lo que tendría que haber es una coalición que de verdad quiera mejorar este país, y que no se peleen como me peleaba yo en el colegio con las niñas porque me habían quitado un bolígrafo, el pupitre o porque era gitana y se metían conmigo. Algunas han ido a verme al teatro y me han aplaudido, y ahora me hace mucha gracia. Pero a mí no se me olvida que se metieron mucho conmigo. Por eso te digo que lo que me gustaría es que el mundo fuera un mundo mejor; dejarles a mis nietos un mundo sin tanto rencor, sin tanto odio y con mucho más amor, justicia y bienestar social. Y sin guerras.
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