Supervivencia, rock y salud mental: así es la nueva revolución musical
Ginebras, Karavana, Niña Polaca y Colectivo da Silva tienen algo en común: dedican su juventud a la música en una industria que, nos comentan, no se lo está poniendo fácil
Creada:
Última actualización:
Existe una generación que aún tiene mucho que decir. Se trata de esa que nació y creció rodeada de crisis, que atisbó un cambio de milenio y que ha sido testigo de la resaca cultural consecuente a la Movida Madrileña y al rock de los 90. Es una generación que ha vivido escuchando que todo tiempo pasado era mejor, porque «hay que ver los jóvenes de ahora». Pero también se trata de una promoción que ha sabido hacer oídos sordos, y que se ha levantado por propio impulso para aprender y, sobre todo, propiciar cambios reales. Pues si algo define a los jóvenes actuales es ese alegato en contra de la injusticia, sea de índole sexual, climática o cultural, ese discurso de personas que, quemadas de tanta hipocresía, han cogido una fuerza digna de la pequeña Miss Sunshine para bailar descaradas mirando hacia el futuro, rompiendo tabús y derrocando apariencias. Y, como no podía ser menos, hay una escena musical emergente que así lo está demostrando. Arde Bogotá, El Buen Hijo, Camellos, Leblanc, Carrera... son grupos frescos, incipientes y que prometen una auténtica revolución creativa.
Se reúnen con LA RAZÓN a través de una videollamada algunos integrantes de cuatro bandas de música que van a dar de qué hablar. Están Surma (voz) y Beto (bajo) de Niña Polaca, Magüi (voz) y Sandra de Ginebras –esta última también es guitarra de Niña Polaca–, Emilio (bajo) y Jaime (batería) de Karavana, y Carlos (voz), Pablo (batería) y Andrés (guitarra) de Colectivo da Silva. Pero ni siquiera se conecta cada uno con su respectiva banda, sino que lo hacen mezclados, mostrando desde un primer momento uno de los rasgos más arraigados de este nuevo movimiento cultural: «Se está formando una escena bastante guay entre nosotros», asegura Emilio, a lo que Magüi añade que «Dorian nos dijo una vez que hace 20 años el panorama era súper competitivo, los músicos no se llevaban bien, y que por ello flipan con nosotros, que tenemos mucho compañerismo». «No tiene mucho sentido estar en contra de quien hace lo mismo que tú, gente de tu edad con los mismos intereses», opina Surma.
Los cuatro grupos –con estilos que cabalgan entre el rock, el indie y el pop, pero que están abiertos a toda influencia–, coinciden en que, como reza el tema «Pinta Malasaña» de Niña Polaca, «me parece que dos masters no me van a alimentar». Aseguran que para los jóvenes que comienzan en esta industria la principal dificultad está en que, por mucha preparación que haya detrás, el dinero parece inalcanzable. Asegura Jaime que «por ejemplo, para tocar en un festival te piden cosas que cuestan dinero, y se te complica la vida», cosa que Emilio ve normal, «porque cuando empiezas no puedes pretender ser el mejor pagado, vas creciendo poco a poco». Pero, ante los problemas, soluciones: «Molaría que bajaran el precio de las entradas que subieron por la pandemia, porque no todo el mundo se los puede permitir», dice Beto, a la vez que Carlos apunta que, de tener delante al Ministro de Cultura –«o de Hacienda», matiza Surma–, le pediría «que bajen el IVA de la cultura y, sobre todo, una mayor regulación del artista. No podemos tener el mismo régimen que un autónomo, porque nuestro trabajo es discontinuo, y tenemos las mismas reglas que una persona con una tienda abierta todos los días de la semana. No es posible que vivamos en una industria musical en la que se ahoga y exprime al músico hasta que no le queda absolutamente nada. Es muy difícil mantener este sueño que estamos viviendo, hacemos música por amor al arte, pero con un límite». En este sentido, Surma añade que otra necesidad que palpan es la de «más sindicación a nivel nacional, una estructura de la industria ayudaría organizar todo lo que hay en la música, porque hay mucho pirata llevando un cotarro del que se podría sacar más rendimiento».
Un altavoz necesario
Con esto, y aferrándose a lo que verbaliza Emilio de que «las cosas no serán así siempre», se dejan llevar, girando, cantando, creando, por pura pasión hacia la música. Y es que, lo denotan sus letras, este arte les sirve para desfogar: «En Niña Polaca hacemos autoterapia con las letras. Las hicimos sin pensar que las iba a escuchar nadie» dice Surma y, al igual que Ginebras, «nos inspiramos en cosas que nos pasan, que nos parecen universales», añade Magüi. En el caso de Colectivo, apunta Carlos que «en la generación que nos rodea es mejor llevar un mensaje sencillo y directo. Creo que vamos a volver a los 90, con canciones del estilo de Nirvana o Radiohead, con ese discurso pesimista, porque es la realidad que estamos viviendo». Ante esto, Emilio matiza que en Karavana también escriben «sobre situaciones muy mundanas», cosa que, según Sandra, «conlleva cierta responsabilidad. En el nuevo disco de Ginebras –acaban de lanzar el single ‘’Álex Turner’'– tenemos temas que tratan la salud mental, que es muy peligroso, porque no somos psicólogas, y hay que tratar de no banalizar. Pero siempre es mejor hablarlo». Ahí reside la belleza de estos grupos: en decir lo que sienten, ven y escuchan, porque corresponde con su alrededor, tanto lo bueno como lo malo, y así dar voz a una generación que no tiene la palabra «censura» en su diccionario. Una generación musical que convive, que disfruta con la mayor fiesta y no se conforma. Que vive y deja vivir, adaptándose a la imparable actualidad y aferrándose al arte como un altavoz necesario.