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Lolita: “Me voy al otro mundo sabiendo lo que es tener a alguien que te quiera”

Es la hija de una diosa y está orgullosa de sus raíces. Defiende que todo el mundo «pueda expresarse y demostrar su talento sin que haya censura. Que la gente pueda hacer lo que le dé la gana. la libertad crece y acaba en uno»
Carlos Bueno@carlosbuenosite

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Lolita es pura raza y todo arte. ¡Qué Lolita ni que nada! Lola, Dolores, Lola. Lolaza. Menuda tía. Te saluda como quien te atiza. Maravilla. Quiero ya que sea mi mejor amiga. No se anda con rodeos si le preguntas. «¿Qué pasa, Lola? Que no te veo». Y Lola habla: «Acabo de terminar una serie, «Las invisibles», para Paramount. Pero más que preguntármelo a mí, preguntádselo a los directores de cine y a los productores. Yo estoy dispuesta. Si me mandan un guion que realmente merezca la pena. Algunos de los que me han mandado merecen la pena, lo que pasa es que no me mandan». Trato de tirarle de la lengua. ¿Estás infravalorada, Lola? Y me contesta con raza, la tía: «Yo no estoy infravalorada, quien me valora es el público, y en eso las tengo todas de ganar. Y en la canción he sido yo la que ha dejado de cantar por decisión propia, aquí en España. Canto en América, quizá porque allí se saben todos mis temas. Aquí no. No he sido una mujer de grandes éxitos, quitando ‘’Amor, amor’', ‘’Sarandonga’' y poco más. Pero en América sí. La industria discográfica no me trató como me debería de tratar, me rebelé y al final quien ha perdido ha sido el público. Yo no le echo la culpa a ellos, me la echo a mí, que he sido quien ha dicho “no canto más”». Es la hija de una diosa. De quien desde la nada levantó leyenda: Lola Flores. La primogénita del clan más conocido y querido, quizá, del mundo del espectáculo español. «He tenido», dice, «decepción con la casa de discos, no con la gente. Que parece que no vendo discos en este país. Los vendí en su momento. Pero yo qué sé, son los intríngulis de las casas de discos y de las productoras. Yo no paro de trabajar. Cuando no es en televisión es haciendo otro tipo de cosas. La gente me quiere, me sigue y yo estoy feliz». Lolita está en un buen momento de la vida. «Estoy en una edad en la que hago lo que me apetece. Como Concha Piquer: si hay dinero me divierto. Yo no podría haber elegido otra profesión mejor que la que he elegido. Gracias a Dios tengo la capacidad de hacerlo todo. Ni mejor que los demás, pero tampoco peor».
Siempre pura
Ser la hija de Lola Flores, de esa grande, debe pesar. Dice que cuando ella estaba viva sí estaba muy pegada. Porque era la única que la contrataba, la única que daba un duro por ella. Lo dice sin pesar, generosa y ecuánime. Inmensa esta Lola. «En el momento que muere mi madre los ojos se vuelven a mí», cuenta. «A mí no me pesa ni me ha pesado en la vida ser hija de Lola Flores. Ni de Antonio González». Orgullosa de sus raíces, raza pura, Lola, siempre Lola, explica que de ser ministra de Cultura, entre risas (joder, cómo es la Lola), la primera medida que adoptaría es que no hubiera censura. Ninguna. «Que la gente pueda demostrar el talento que tiene pero que no haya censura. Que la gente pueda hacer con su arte lo que le dé la gana. La libertad crece en uno y acaba en uno. El arte siempre se ha basado en la libertad de lo que uno pueda sentir y pueda transmitir. Creo por eso mismo que en el arte no debe haber censura».
Le pregunto por el feminismo y se me revuelve la Lola. «¿Por qué nos preguntan a las mujeres por el feminismo y no a los hombres?», dice. Y no deja de tener razón, aunque yo no me vea en esas. Que le he preguntado a Uoho y a Dani Martin. A Ariel Rot, David Summers y al Niño (mi niño) de Elche. «Yo ya he hablado del feminismo y no me quiero mojar más», dice con todo el arte. «Estoy hasta las narices de reivindicar algo que no tengo por qué reivindicar. Primero porque soy mujer», dice la tía, «y segundo porque mi casa ha sido siempre un matriarcado toda la vida. Lo que cada uno opine del feminismo, de las feministas o de cómo cada uno quiera llevar su vida me da igual. La libertad de cada uno empieza y termina en uno mismo». A estas alturas yo quiero que Lola sea mi mejor amiga. «A mí dejadme de política, que yo con lo mío tengo bastante. La política de mi casa es la que yo manejo». Ole y ole, Lola mi Lola. Lola, dime…
Los referentes
¿Apostamos por el talento? «Siempre. Antes que por la moda. Mis referentes son Serrat, Sabina, Pablo Alborán, Paco Becerra… hay tanta gente. Hay autores de teatro empezando y no muy conocidos que están poniendo en escena cosas interesantísimas. En moda, que también es un arte. Creo que a la gente hay que darle siempre una oportunidad y ver si vale o no vale, si sirve o no sirve». ¿En qué estás, Lola? «Para el año que viene tengo un monólogo en el Teatro Español y hasta ahí puedo contar. Septiembre del 2023». ¿Y el corazón? «Yo no tiro la toalla nunca. Ni la que está sucia. Lo que pasa es que soy muy mayor y los hombres que me gustan tiene la edad de mi hijo. Tengo dos hijos maravillosos y talentosísimos, dos nietos a los que estoy viendo crecer y yo ahora mismo estoy en otra cosa. Tengo una vida muy feliz, soy bastante casera, pasó mi vida de bandarra (algún día también me la pego, para qué te lo voy a negar), y lo único que quiero es que cuando tenga que venir alguien, porque yo he amado mucho y me han amado mucho, y me voy al otro mundo sabiendo lo que es tener a alguien que te quiera, el que venga que no me esconda. Que no me ningunee y que me valore. Y mientras que no venga ese yo estoy feliz de la vida».

“Lolaza”

Tenía tan solo diecisiete años cuando firmó, con su sangre moza y purísima, su primer contrato discográfico. No podía imaginar en la que se metía. A partir de entonces, la adolescencia fue desterrada por siempre de su cabeza soñadora y ya todo fue un no parar de escenarios y platós, de portadas y «jet lags». La culpa la tuvo crecer en una casa en la que el arte ocupaba hasta el último rincón y golpeaba con fuerza las ventanas en busca de más espacio. La madre/tótem; el padre, un sabio de la guitarra, y sus hermanos pequeños, tan jóvenes y tan salvajes, un pie en el cine quinqui y otro en la cosa esa del rock.
Pero fue a ella a la que Dios le puso los dedos en el cuello y la obsequió con la mejor voz del «clan». Una voz tan hermosa (su versión de «Mediterráneo», de Serrat, te traslada enteramente a ese mar: lo ves, lo aspiras, lo tocas) como desperdiciada, habida cuenta del tiempo que lleva sin concedernos un nuevo disco. Y eso que cuando “Lola, Lolita, Lola” la puso de nuevo en cantante, tras varios trabajos audaces e incomprendidos, parecía que no había fuerza en este mundo capaz de apearla de aquella dichosa resurrección. Y otro tanto pasa con el cine. Después del Goya que obtuvo por su clase magistral sobre el dolor y la supervivencia en «Rencor», no ha vuelto a tener papeles a la altura de un talento interpretativo impugnable.
Sé que su presencia ilumina una serie de televisión a punto de estrenarse en plataformas y que el año que viene la podremos disfrutar de nuevo en el teatro, donde es un trueno de talento y un rayo de improvisación. Pero no por ello me voy a callar que hoy debería estar grabando un disco de versiones de clásicos del mejor pop español con esa voz cargada de biografía y encabezando el reparto de una película dramática en la que demostrar que Anna Magnani hay más de una. No sé. Será que los productores están sordos y los directores, ciegos. Entretanto, la tele es un salvavidas que liquida las facturas. Porque los artistas también comen y pagan y apagan la luz, aunque en esta singular España nuestra aún haya quien no lo sepa.
Ella es mucho más que «Sarandonga» y «Tu cara me suena». Es un cruce de vida y de arte a la que le han pasado todas las cosas: ha pisado mil escenarios, conocido a cientos de personas memorables, amado con la pasión de un personaje de telenovela y no le ha quedado otra que resignarse a vivir con la ausencia de sus referentes y amores. Pero la suya es una profesión igual de veleidosa que una noria, y quien viaja en ella puede estar arriba o abajo dependiendo de los regates imprevisibles del azar.
Mientras que su madre estaba convencida de que cuando abandonase este mundo el sol dejaría de asomar, la hija primogénita tiene el ego mucho más a ras del suelo. En ella están los genes ineludibles igual que está lo visto y astutamente asimilado (porque lista es un rato), pero también la voz propia de quien ha tenido que luchar duro, y lo que te rondaré, morena, para demostrar que el apellido sí, vale, muy bien, mas en esta vida lo único que sirve para avanzar es el propio impulso, los pasos emprendidos, las apuestas hechas sin demasiado tiempo para pensar. Y aunque ahora soporte el silencio atronador de una industria en exceso cicatera, si el corazón continúa haciendo su trabajo queda tiempo para la enésima remontada.
Pero ¿cómo que Lolita? Lolaza. Lolaza Flores. Se lo ha ganado.
Javier Menéndez Flores