¿Vale ver a Luis Miguel 1400 euros?
Los precios de las entradas siguen disparados en una loca carrera inflacionista que ha convertido a los conciertos en un artículo de ostentación
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No hay nada más memorablemente absurdo que el género humano y así nos lo demuestra cada día. En una época en la que dicen que ya no se venden discos, tangibles y físicos ellos, en cambio la gente se deja sus ahorros en ir a conciertos pagando cifras increíbles. Precios de locura, indisimuladamente engordados, que sin embargo se abonan casi con orgullo. Pongamos el caso de los 1.428 euros que unos cuantos llegarán a pagar por ver al baladista mexicano Luis Miguel en el colosal Santiago Bernabéu el 6 de julio (sí, dentro de siete meses). Pagarán 24 veces lo que costaría tener toda su discografía completa en casa para toda la vida.
Vamos con otro caso perteneciente esta vez a un estilo de música que una vez fue calificado como el más democrático de la historia del arte, como es el rock and roll. Bruce Springsteen regresará a España el próximo año para tocar en Madrid y Barcelona y las entradas más caras se situaron cerca de los 400 euros. ¡Y volaron! La primera vez que actuó en España fue el 21 de abril de 1981, en el Palau d’Esports de Barcelona. Las entradas costaban 900 pesetas, algo más de cinco euros, y el recinto no se llenó ni por asomo. Y era el mejor Springsteen posible, el que forjó el mito. Otro caso curioso es el de Bob Dylan. El 1995 actuó en La Riviera Madrileña ante 2.000 personas a 6.000 pesetas la entrada (36 euros), que entonces era una cantidad respetable, pero justificada por lo pequeño del aforo. Fue un concierto memorable. Ahora se pagan cerca de 300 euros por verle a sus 81 años. Y se añade otra moda: el del paquete vip, que suele incluir vista privilegiada del concierto, quizá un catering especial y la circense posibilidad de saludar al artista y hacerse la inmoral foto de rigor. Metallica tocaron el 12 y 14 de julio en el Wanda Metropolitano de Madrid y las entradas estuvieron entre 76,5 y 272 euros, pero había paquetes vip que llegaron a alcanzar los 3.100 euros para verlos los dos días. Mientras, Rolling Stones, Madonna, Beyoncé o Taylor Swift mantienen su alza sostenida de precios para rentabilizar sus respectivos estatus.
Por eso tampoco es de extrañar que las casas de discos se impliquen cada vez más en la participación en los conciertos que hacen sus artistas de forma que puedan sacar tajada de ellos para “paliar” el acusado descenso de las ventas físicas o digitales. Los contratos que se firman con artistas incluyen muchas veces suculentos porcentajes por el desarrollo y organización de giras. Hay gente que nunca pierde. La realidad es que hace tiempo que los precios de las entradas vienen marcados unos línea inflacionista que pone en duda aquello de que la música no interesa. Pero la cuestión de fondo no es tanto eso sino el extra que añade ir a un concierto. Más allá de ver una leyenda o disfrutar en vivo de recuerdos que has atesorado en canciones está aquello del «yo estuve allí». Antes quizá podías guardar la entrada como testimonio del alarde, pero ahora el documento es infalible: el móvil y la amplificación de las redes sociales. El ego que viaja dando la vuelta al mundo. Tiene un precio, claro, pero a la vista está que se paga con un gusto tan asombroso como sonrojante.