Nanni Moretti: una crítica revisión de la izquierda global
El director italiano, icono de la izquierda en su país, vuelve a los cines con «El sol del futuro», una ácida reflexión sobre el estado del cine
Madrid Creada:
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En la escena que resume, ya de manera icónica para la historia del cine, «Abril» (1998), de Nanni Moretti, vemos al director italiano gritarle a la televisión, y al político progresista que en ella aparece (Massimo D’Alema), que si puede decir, «por favor, algo de izquierdas. ¡Lo que sea!». Ese gesto tan personal, tan enrabietado y manierista del realizador, era allí revuelta contra la «telecrazia», la llegada al poder de Silvio Berlusconi y la síntesis de una Italia zurda que no se explicaba cómo había pasado del demonio conocido de la Democrazia Cristiana a lo malo por conocer de Il Cavaliere.
Aquella reflexión sobre el presente por el que pasaba su país, su izquierda y hasta su vida (había mucho sobre qué es ser padre), tiene que ver con la nueva «El sol del futuro», el regreso a los cines del Moretti más Moretti, alejado de las tentativas más estrictamente narrativas de trabajos recientes como «Tres pisos» (2021). Muerto Berlusconi y, en parte, moribunda la izquierda italiana y su otrora gran masa social, el director de «Caro diario» (1993) o «La habitación del hijo» (2001) se pregunta ahora por el devenir inmediato del país, de la memoria partisana y, claro está, por el cine, atizando a Netflix y a todo aquel que lo quiera convertir en un espectáculo vacío de ideología y despolitizado.
«La película no habla de la izquierda de hoy, habla de la izquierda de los años 50», comienza aclarando Moretti, que se cita con los medios españoles vía videoconferencia y, de paso, justificando que ese sol del que habla el título es el del logo del Partido Socialista de su país. Y sigue: «Me impacta mucho, eso sí, que la izquierda tenga una crisis de identidad en tantos países. No me parece tan difícil definir una posición de izquierdas o qué es ser de izquierdas, cuando hay una derecha que, por ejemplo, niega el cambio climático. Son muy bastos», concreta el director.
Y, hablando de la globalidad de la progresía, a medio siglo de que sus sueños se vieran aplastados en Chile por Augusto Pinochet de la mano de la CIA, cabe preguntarle a Moretti por la efeméride. Clave en su carrera, con documentales como «Santiago, Italia» (2018), donde daba cuenta de los exiliados que ayudó a sacar el gabinete romano del país, el director también responde: «Es sorprendente. En Argentina, donde el régimen duró menos años, han hecho las cuentas rápidamente, llegando a juzgar a la Junta. En Chile no sé qué ha pasado, pero la sensación es de impunidad. Y puede que eso tenga más que ver con la situación (histórica) italiana o la situación española», explica Moretti antes de ahondar sobre la división actual de Italia: «Hasta 1994, año de entrada de Berlusconi en la política, un elector de derechas y uno de izquierdas podían ponerse de acuerdo en varias cosas. Como que ambos habían formado parte de la resistencia y, sobre todo, que tanto la Democrazia Cristiana como el Partido Comunista escribieron juntos la Constitución anti-fascista. Alguien podía decirse de centro porque había un terreno común. Eso acabó en 1994», apunta.
El fantasma de Il Cavaliere, que en «El sol del futuro» se pasea en forma de un cine moderno más violento (durísima la crítica de Moretti a las películas de acción contemporáneas) y una juventud poco educada (un ayudante de producción «millennial» se sorprende al saber que en Italia había comunistas, «y no solo en Rusia»), se encuentra también en el feroz análisis de Moretti para LA RAZÓN: «La herencia de Berlusconi, en política, son Giorgia Meloni y Matteo Salvini. Ya no existe lo que conocíamos antes como memoria compartida. ¿Y esa memoria existe en mis películas? Cuantas más décadas pasan, más me gusta mi trabajo, pero cada día soy menos capaz de explicarlo, de teorizar sobre ello. Sí puedo decir que, como espectador, adoro las películas de cine sobre cine», confiesa.
Y así, en «El sol del futuro», Moretti nos cuenta dos películas, cada una con su propio rodaje. Una se explica de manera directa, con él mismo intentando rayar en las crisis de identidad de la izquierda italiana, y del comunismo para ser exactos, para con las barbaridades cometidas por el estalinismo en Hungría (o más tarde la República Checa) una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. Su querido Silvio Orlando, habitual de sus producciones, es el líder que tiene que decidir si condenar a la URSS y acoger a los refugiados o plegarse al internacionalismo. Y, un nivel por encima, en matriosca meta, Moretti se filma intentando sacar adelante la película, reuniéndose con productores y motivando a sus actores, mostrándose vulnerable, consciente de su narcisismo y, por una vez, humilde ante la pantalla.
Es ahí donde le rechaza Netflix, aludiendo que su película tarda demasiado en arrancar y carece de «un momento WTF (What The Fuck)», «¿Qué coño es un momento WTF?», se queja Moretti saliendo de la reunión. Y es ahí también donde un Mathieu Amalric recuperado para la comedia ejerce de productor salvavidas que se torna en desgraciado con muy pocos escrúpulos. «Ya no pienso en un público específico, ni jóvenes ni viejos, ni en burgueses ni en proletarios. Pienso en un grupo de desconocidos que se reúne en una sala a oscuras a observar imágenes más grandes que ellos», añade.
Pero si hay algo loable en la empática película de Moretti que tanto gustó en el último Festival de Venecia es su capacidad de autocrítica. No es tanto la neurosis propia de su comedia, la revisión por exposición, sino que aquí se deja ver algo de melancolía e, incluso, de arrepentimiento. Su mujer le deja, sus actores le corrigen, su hija le alecciona... y todos tienen razón. «Me he dado cuenta de una cosa ya después de terminar la película. Y es que mi película es una especie de gran acto de amor hacia el cine visto en el cine y, al mismo tiempo, un gran acto de confianza para con el espectador que va a la sala. Creo que las diferentes crisis del cine, se llamen pandemia o no, son ajenas a su esencia. El cine sigue conservando su poder, su fascinación y su magia», se despide contundente el director.
A ritmo de Franco Battiato, que pone música a la secuencia más espectacular del filme (y se suma a los Gino Paoli o Caterina Caselli de su filmografía en clave de «música ligera»), Moretti presenta en «El sol del futuro» su película más sincera desde «Abril». Y, quizá, la más aniñada de un cineasta que pareció nacer maduro, que aquí solo regresa a sus hechuras intelectuales para marchar sobre las calles de Roma manifestándose como uno más de los camaradas comunistas de los cincuenta, certificando la película como suya, pero lista para compartir.