Una niña, una secta y 548 días de tortura mediática
Disney+ estrena la serie documental, dirigida por Olmo Figueredo y José Ortuño, sobre la estrambótica desaparición de Patricia Aguilar
Madrid Creada:
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Por una cuestión estrictamente ontológica, natural a su concepción, el género «true crime» se gusta más morboso en su vertiente más agorera. Todo iba relativamente bien, hasta que todo comenzó a ir relativamente mal. Ese «De repente, un extraño», como en la infame película de John Schlesinger, ha articulado el relato del crimen ficcionado, en parte, por su percepción misma de aviso a navegantes: «Esto le podría pasar a usted», parece gritar el género al otro extremo de la pantalla, haciéndola añicos en guiño a Hitchcock. Por eso, y por lo rocambolesco del caso, llama la atención el acercamiento desde lo níveo de una serie documental como «548 días: captada por una secta», que este fin de semana se estrena al completo en Disney+.
Dirigido por Olmo Figueredo González-Quevedo y José Ortuño, que se sientan con LA RAZÓN para discutirlo, este «true crime» intenta subvertir los cánones del género gracias al caso de Patricia Aguilar. La joven de Elche (Alicante), con apenas 16 años, desapareció un día cualquiera del mapa, sin dar señales de vida. Primero, se hizo con la recaudación navideña de la panadería de sus padres, luego envió algún que otro mensaje a sus allegados diciendo que se había marchado harta de su ambiente familiar, explicando que estaba en Rumanía. Esa mentira, tras una serie de publicaciones extrañas y mensajes erráticos, la llevó a admitir haberse marchado «voluntariamente» a Perú, país con el que no tenía conexión alguna hasta entonces. Y así, en lugar de empezar con un cadáver como es habitual en este tipo de producciones, el documental de Figueredo y Ortuño comienza con una ausencia, luego presencia mediática, que hizo correr ríos de tinta a este y al otro lado del charco.
Las pesquisas de la familia en Internet, y entre los objetos personales de Aguilar, dieron con un nombre: Félix Steven Manríque Gómez. Patricia había sido captada por un aspirante a chamán que no solo la había persuadido para viajar hasta Perú y convertirse en su esposa, si no que, una vez localizada la joven, la conminó a aparecer en los medios españoles asegurando que aquella huida se debía a las supuestas adicciones de la madre de la muchacha y a la ausencia en el hogar de su padre, entregado al trabajo. «En el año 2018, José y yo estábamos trabajando en nuestra anterior docu-serie, “El Estado contra Pablo Ibar”. Una serie en la que estuvimos mucho tiempo rodando, con los distintos varapalos judiciales. Y fue muy duro, tanto por los varapalos como por las distintas entrevistas que hicimos a las víctimas del caso. Obviamente, sabíamos que de ninguna manera iba a haber un final feliz. Teníamos ganas de contar una historia más luminosa, que pudiera ser más esperanzadora», comienza a relatar Figueredo, sobre el origen del proyecto. Y sigue: «Yo en el año 2018 estaba con la producción de “La trinchera infinita”. Y tengo dos niñas, que un día volviendo del cole me dijeron: “Oye, papá, si vas a trabajar tantas horas y vas a viajar tanto, por lo menos cuenta historias que nosotras podamos ver”», recuerda, antes de que Ortuño mencione la importancia del libro "Hágase tu voluntad", de la periodista Vanesa Lozano, como espina dorsal del documental.
Todo el proceso, desde la captación a la liberación del cautiverio, se cuenta con sumo cuidado y cierta luminosidad "naive" en la nueva serie documental, cuyo máximo atractivo pasa por tener los testimonios de los Aguilar en primera persona, así como de la joven peruana que estaba secuestrada junto a Patricia y su familia: «No podíamos contar esta historia sin sus protagonistas. Y fue una decisión dura porque nosotros también hemos entrevistado a psicólogos, especialistas en sectas o abogados, pero entendimos que teníamos que apelar al corazón. Queríamos que la gente se emocionara, que la gente llorase no solo por el drama, también de felicidad. Que empatizaran con el mensaje y luego echaran un vistazo a su alrededor, a sus hermanos, hijos. Y, de alguna forma, alertarse si alguno estaba cayendo en eso», explica directo, antes de continuar: «Tuvimos mucha paciencia, esperamos mucho tiempo. Patricia, cuando vuelve a España de Perú todavía no ha hecho clic, no está desprogramada. Va a un terapeuta, especialista en sectas, que es José Miguel Cuevas. Él ayuda a desprogramarla y a la familia, y ellos poco a poco van siendo conscientes de que aún cometiendo errores, que es quizá lo que más nos produce orgullo por cómo han sido de autocríticos. Sigue siendo difícil, porque Patricia quería contarlo pero a la vez le daba miedo. Lo que hicimos fue darle tiempo, no íbamos a pedirle que contara nada que no quisiera. Al principio, Patricia marcó unas líneas rojas, pero esas líneas rojas se fueron perdiendo y ha llegado a contarlo nada. No hay nada que no nos haya contado. El éxito de esto tiene que ver con cómo lo planteamos», añade.
A través de tres capítulos que rondan la hora de duración, Ortuño y Figueredo desgranan primero el funcionamiento de este tipo de sujetos, captando para sus cultos a personas en sus momentos más vulnerables, para luego explicar el calvario legal (y mediático) que rodea a la persuasión coercitiva. «Construimos el primer capítulo pensando precisamente en cómo veía a Patricia la sociedad española. ¿Qué ve? Una niña malcriada, una niñata que sale a los medios diciendo barbaridades de sus padres. Y no se explica qué le ocurre», apunta Ortuño antes de que siga su co-director: «Es en el capítulo dos donde decimos que aquí hay un pasado, hay un porqué, y es la vulnerabilidad. Esa información no llegaba a los medios de comunicación. Teníamos que llevar al espectador a sentir lo que sentían los padres, esa búsqueda contrarreloj. Sabían que cada minuto que pasara iba a disminuir la atención de la prensa», completa Figueredo.
Sobre la forma, que a veces toma tono de hemeroteca periodística, a veces se deja llevar por los tiempos crudos del «true crime» más canónico y, a veces (con buen tino), se revuelve en recreaciones consagradas al anime, «548 días» está construida por y para el relato subjetivo de Patricia Aguilar: «Teníamos claro que queríamos contar esta historia siguiendo un poco el perfil de lo que le gusta a Patricia. Patricia ama el anime, y ama la música Black Metal. Para nosotros era muy importante, en esos momentos en los que ella nos narraba cosas más cercanas a lo onírico, momentos de liberación, que es muy difícil que lo entiendas si no los has vivido en primera persona, te transportamos en primera persona. Pero a través de un mecanismo que era el que ella nos decía: “Cuando tomé la ayahuasca, me lo imaginaba como si fuesen dibujos animados”. Coño, pues entonces lo rodeamos de dibujos animados», explica uno de sus directores, antes de pasar por lo más inmediatamente coyuntural.
En una de las escenas con más potencia de todo el documental, Patricia logra vencer sus miedos al ritmo de Rammstein, banda alemana centro de polémicas recientes por las numerosas acusaciones de abuso sexual a su vocalista: «Patricia ama a Rammstein, ama el Black Metal. Creo que hay que separar persona y creación, arte y artista. En este sentido, aunque hiciéramos ahora el documental, no estaríamos cambiándolo. Porque Patricia llevaba siempre consigo una tarjeta Mini-SD que escondía, y que cuando podía, le quitaba el teléfono a Steven y se ponía a escuchar la música de Rammstein. Si Patricia no hubiese estado escuchando esa música de Rammstein, que le prohibía Steven y la conectaba con España, con su pasado, con su casa, igual hubiese sido más difícil recuperarla. Patricia, gracias a la música Black Metal siempre tuvo un nexo de unión con su pasado. De ninguna forma la cambiaríamos por más que haya estos eventos ahora coyunturales», sentencia Figueredo consciente de la coincidencia, sobre una serie que presenta honesta sus cartas desde un principio, sin dejar de impactar, y que quizá bien pueda inaugurar un nuevo tipo de «true crime» consagrado a los finales felices. Por pocos que haya.