"La puerta mágica": mala vida para el nuevo Harry Potter
Hablamos con Blanca Lista, la productora hollywoodense del nuevo trabajo con el que Jeffrey Walker intenta rescatar partes de aquel mundo de fantasía
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Existe un componente inocentemente perverso en la magia que nos empuja a creer en ella incluso cuando hemos dejado de ser niños. En términos cinematográficos el universo de la nigromancia, de lo –en apariencia– imposible, de la sorpresa del encantamiento, de la superstición exagerada nos devuelve a la candidez de un escenario inventado en el que podemos hacer que las cosas sucedan a golpe de varita, hechizos o palabras secretas y en ese sentido es fácil que hasta los adultos más reacios encuentren acomodo en propuestas narrativas que nos remitan a ello.
Blanca Lista, la productora encargada desde años de supervisar el enorme catálogo de proyectos que The Jim Henson Company tiene en proceso de desarrollo para acción real y animación y artífice, entre otras, de películas como "Pinocho", la versión musical en "stop-motion" de Guillermo del Toro que quedó refrendada por el Oscar a mejor película de animación en la pasada edición de los premios, se entregó por entero a esta filosofía entusiasta de lo mágico en cuanto leyó el libro homónimo de Tom Holt en el que está basada su última y disfrutable película.
"Me parecía increíble jugar a pensar que eso nos puede pasar a cualquiera en nuestros trabajos: que hay ‘‘goblings’’ sueltos o que tu jefe es un gran mago que quiere dominar el mundo"Blanca Lista
«En cuanto leí ‘‘La puerta mágica’’ quedé absolutamente fascinada. Creo que muy específicamente por el hecho de sentirme tan representada por el personaje principal. Me parece que todos nosotros hemos sido en algún momento como Paul, un chico normal que se ha ido a vivir a una gran ciudad, ha llevado a cabo ese sacrificio que supone encontrar apartamento e intentar conseguir esa primera oportunidad laboral siendo un chico que ha hecho tick a todo, por decirlo de alguna manera: ha estudiado una carrera, se ha mudado de ciudad, pero tiene problemas para encontrar trabajo. Enseguida el libro me transportó a ese momento de mi vida y me pareció que era una historia muy divertida, ligada también al hecho de que una vez que le dan esa oportunidad de tener un trabajo, se da cuenta de que hay cosas extrañas en la empresa, diferentes y al final, mágicas. Eso lo hace verdaderamente increíble a mis ojos: jugar a pensar que eso nos puede pasar a cualquiera en nuestros trabajos. Que de repente hay ‘‘goblings’’ sueltos o que tu jefe es un gran mago que quiere dominar el mundo» afirma sonriente Lista por videoconferencia desde Australia en alusión a esa argamasa efectiva que propone la historia entre el corporativismo empresarial de la realidad capitalista –con horarios generosos, pausas para comer, detección de trepas que quieren ascender a toda costa o rechazos sistemáticos hacia los que acaban de entrar– y lo puramente mágico, mientras su hijo pequeño se cuela discretamente en el plano para saludarnos desde el otro lado del mapa.
En comparación con el espíritu oscuramente novelesco de Roald Dahl o las grandes sagas de brujería que tan intensamente se han instalado en el imaginario colectivo de determinadas generaciones como es el caso de Harry Potter, –colección en la que resulta imposible no pensar cuando vemos al joven Paul moviéndose torpe y apresurado por calles londinenses llenas de autobuses rojos para convertirse en el nuevo becario de la misteriosa empresa J.W. Wells y Compañía y compartir mesa con la brillante Sophie (interpretada por Sophie Wilde)–, es posible que «La puerta mágica», dirigida por el australiano Jeffrey Walker, no cumpla todas las expectativas de los nostálgicos del vellocino de oro de J. K. Rowling, pero tampoco es algo que se busque, ya que se trata de relatos diferentes, de escenarios distintos y de inspiraciones variopintas (en este caso, las del novelista británico autor de la obra primigenia remiten más a la mitología y al campo futurista de antiutopía).
El cometido de la empresa para la que trabaja Paul, comandada por el histrionismo de dos pesos pesados de la interpretación como Christoph Waltz y Sam Neill que están revolucionando el mundo de la magia al aplicar estrategias empresariales modernas a las prácticas mágicas ancestrales, termina resultando sociológicamente distópico y atrayente y aportando al trasfondo de la trama una interesante apreciación al más puro estilo Black Mirror: controlar los impulsos de la gente, intervenir en sus decisiones aparentemente casuales, propiciar, en algunos casos, incluso el enamoramiento entre dos completos desconocidos.
Cuando preguntamos a Lista por esta suerte de propuesta especulativa, la productora afirma: "¿Sabes lo loco de todo esto? Que yo creo que ya estamos viviendo este tipo de realidades y no nos damos cuenta. Me fascina que el teléfono me enseñe cosas que parece que ha escuchado o que las webs condicionen mis gustos ofreciéndome cosas que piensan que van con mi personalidad. Esto lo hemos querido reflejar en la película tomando como guía la yuxtaposición de esa sociedad que está dominada por la tecnología, por un progreso que no siempre es positivo y la reivindicación de los sentimientos más clásicos e inalterables como el amor entre los protagonistas canalizado por esa puerta que te puede llevar a cualquier sitio», añade.
Como en Monstruos S.A., la puerta que en este caso de nombre el título de la cinta y a la que se accede desplegando una toalla (sí, han leído bien) dirige a lugares remotos, idílicos, salvajes en los que solo es necesaria la compañía del otro para aprovechar el inesperado viaje propuesto. "Estamos continuamente pegados a una pantalla, ya sea el ordenador, el teléfono o la televisión. Somos incapaces de ver muchas veces más allá de nuestras propias narices, de fijarnos en la persona que tenemos frente a nosotros en el trabajo y ese sentido, los viajes que hacen Paul y Sophie a través de la puerta me reconcilian con la sencillez de los sentimientos, para ese romanticismo para el que no hacen falta pantallas", remata la productora antes de que nos despidamos y las nuestras, se fundan en negro de forma simultánea, casi como por arte de magia.
El valor de la producción
Blanca Lista expone la complejidad de una tarea tan esencial y poco mediática como la producción: «Es algo muy muy vocacional. He querido hacer esto toda la vida y me encanta el cine. Un productor es alguien que nunca deja de creer que un proyecto puede hacerse. Teniendo en cuenta la forma en la que se hacen películas hoy en día, a todo el mundo que está a tu alrededor le pagan para decirte que no. Luchamos contra gigantes todo el rato», aduce convencida.