Instante único

El 23-F, el mito del Rey Juan Carlos y la marca de calzones de Armada

Después de recorrer buena parte de la geografía española, «23F. Anatomía de un instante» llega a la capital de la mano de Àlex Rigola. En el Teatro de la Abadía hasta el 20 de marzo

«23F. Anatomía de un instante», de Rigola, desembarca en el Teatro de la Abadía
«23F. Anatomía de un instante», de Rigola, desembarca en el Teatro de la AbadíaSilvia Poch

La fecha del 23-F es inseparable de una figura con muchísimo más recorrido que la del hombre que dinamitó el pleno del Congreso de aquel día al grito del ya mediático/histórico «¡quieto todo el mundo!». Gutiérrez Mellado, Suárez y Carrillo permanecieron estoicos ante el teniente coronel, su bigote y el tricornio, pero el nombre que quedó como «héroe nacional» fue el del entonces Rey: Juan Carlos I. Todavía haciéndose a una democracia en pañales, el Borbón e hijo de Don Juan dio el paso que se le pedía para mantener el orden.

El resultado, ya lo conocen: Tejero & co. fracasaron y España (y sus gentes) tenía motivos de peso para pavonearse durante décadas con el pecho henchido de orgullo por haber frenado un golpe que, gracias al dios que estuviera de guardia, solo quedó en susto. Fue la mejor carta de presentación del monarca ante los que todavía dudaban de él por haber sido señalado directamente por Franco. Adiós a las vacilaciones entre los no creyentes.

Pero el 23-F también significó un cheque en blanco para Don Juan Carlos, advierte Javier Cercas: «Se le blindó y ha sido malo para la democracia, malo para el propio Rey y malo para todos. Le dotó de un prestigio que fue un error». Lo confiesa el escritor en calidad de autor de «Anatomía de un instante» (2009), libro en el que rememora los momentos de tensión y que fue calificado por muchos como «antisistema o antimonárquico»: «Hoy algunos lo leen exactamente al contrario, dicen que justifico al rey (emérito)», puntualiza Cercas de dos apreciaciones que «no solo son falsas, sino estúpidas. Delatan cómo ha cambiado el país en este tiempo».

Y fue este título en el que se fijó Àlex Rigola para levantar la pieza con la que llega a Madrid (Teatro de la Abadía, desde hoy hasta el 20 de marzo), por fin, después de pasearla por buena parte de España. Una adaptación teatral («23F. Anatomía de un instante») que es «imposible separar de la novela», asegura un director (y aquí también responsable de la versión) que se declara fan de este periodo «extraño e interesantísimo», dice: «Si fuéramos americanos, ya habríamos hecho quince grandes películas sobre ello».

De momento, nos conformamos con un nuevo espectáculo de un capítulo del que sabemos casi todo. Porque, como afirma el escritor, «la verdad absoluta de la Historia no existe. Pero es que saberlo todo pertenece a la ficción y a la conspiranoica. Quizá nunca sepamos la marca de calzoncillo del general Armada...». Ni falta que hace.