Crítica de teatro
“Supernormales”: Asistentes sexuales, muñecas hinchables... y otros agentes de la integración ★★★★☆
Iñaki Rikarte y Esther F. Carrodeguas lideran esta función gamberra, atrevida, incómoda, controvertida y, sobre todo, inteligente
Autora: Esther F. Carrodeguas. Director: Iñaki Rikarte. Intérpretes: José Manuel Blanco, Carlota Gaviño, Emilio Gavira, Natalia Huarte, Jorge Kent, Mónica Lamberti, Anna Marchessi, Marcos Mayo.... Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta el 24 de abril.
Gamberra, atrevida, incómoda, controvertida y, sobre todo, inteligente; así es esta singular función dirigida de forma espléndida, como no podía ser de otra manera, por Iñaki Rikarte y escrita por la interesantísima Esther F. Carrodeguas, una dramaturga gallega cuyo trabajo, por desgracia, no conocíamos bien en Madrid hasta que el Teatro Español subió a las tablas la temporada pasada su texto Las dos en punto.
Estructurada como una especie de “collage” con distintas escenas en las que algunos personajes se repiten, la obra aborda el espinoso asunto de la sexualidad en las personas con discapacidad. Y lo hace con muchísimo humor negro y con una iconoclasia que resulta ya tan necesaria como el aire que respiramos en estos tiempos en que la delirante corrección política se aproxima tan peligrosamente a la censura. La obra está protagonizada por un elenco en el que conviven actores profesionales bastante conocidos en el panorama teatral (Irene Serrano, Natalia Huarte, Emilio Gavira, Jorge Kent o Carlota Gaviño) con otras personas no profesionales del teatro que tienen algún tipo de discapacidad; y sorprende, ya en primer lugar, ver lo cohesionado que está todo el plantel. Ninguno destaca por la sencilla razón de que todos están extraordinarios interpretando unos personajes que parecen expresamente escritos para ellos.
La propuesta peca, tal vez, de ser demasiado heterogénea en su confección y en el desarrollo dramático de su lenguaje; pero eso también ha traído consigo algunos extraordinarios hallazgos, como por ejemplo la manera de hacer hablar a la autora, y de generar con ello otro conflicto, en la escena de Sarita Granero. Por otra parte, hay algunas situaciones en las que Carrodeguas se “inmiscuye”, aunque de manera sutil, más de la cuenta, y no deja que sean sus personajes −tan bien pertrechados como están por ella misma de argumentos opuestos pero igualmente sólidos− los que se batan el cobre solitos en el escenario. Son estas, en cualquier caso, mínimas tachas en un montaje muy redondo que rehúye, gracias a Dios, el acostumbrado panfleto y el adoctrinamiento que imperan hoy en muchas propuestas.
Hay, además, un gran trabajo de Mónica Boromello en la eficaz y a la vez vistosa escenografía; de Ikerne Giménez con el divertido vestuario que ha preparado, o de Luis Miguel Cobo en la composición y diseño del espacio sonoro. No creo que haya otro músico que sepa adecuar con tal precisión el ritmo de una partitura al ritmo del discurso escénico; no hay nadie, pues, capaz de emocionar tanto con tan poco, y eso es lo que consigue él, por ejemplo, con las lentas y sencillas notas repetidas que suenan en la lenta y sencilla escena de Alicia tumbada en la cama.
Es, desde luego, una obra que hay que ver. La sexualidad de las personas con diversidad funcional, y la forma de integrar esa sexualidad en el marco social que todos compartimos, es ya un tema suficientemente complejo y sugestivo como para justificar en espectáculo como este. Sin embargo, Supernormalesva todavía más allá en su verdadera esencia: el asunto de la sexualidad, empleado por la autora y el director cómo núcleo argumental de toda la pieza, se empieza a percibir pronto en el patio de butacas, fruto de la interacción dramática en el escenario, como una parte –eso sí, bastante llamativa– de un todo mucho mayor y más abstracto.
Las situaciones están planteadas de forma tan rica, aguda y distanciada que el público terminará dándole vueltas en su cabeza a otros temas muchísimo más globales que surgen a partir de ese: qué es normal y qué no; cuáles deben ser las fronteras de eso que hoy llamamos “diversidad funcional”; qué papel juega la libertad del individuo afectado a la hora de decidir si está o no en riesgo de exclusión, y si debemos o no intervenir los demás en su socialización; qué derechos tienen otros, que a priori no entran dentro de los límites que hemos preestablecido, a sentirse igualmente excluidos…
En fin…, las preguntas son incontables y no pueden estar mejor formuladas desde el punto de vista artístico. Es lo bueno que tiene, ahora que tanto polemizamos sobre la vigencia de los textos, abordar los conceptos de una manera general –filosófica, si se quiere llamar así– y no ceñirlos a las circunstancias concretas de determinados casos o momentos; que la obra de arte crece, se universaliza y se hace, por tanto, menos perecedera. Es así como los clásicos pueden llegar a ser considerados como tales; no existen otras pautas ni métodos.
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