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Hípica
Pedroche y los Piostros: tradición y devoción
La fiesta en la localidad cordobesa tiene al caballo como protagonista

"Pedroche es mucho más que un municipio cordobés; es un símbolo de identidad para toda la comarca y un lugar donde historia y tradición siguen vivas", afirma Rafael Vivo Rodríguez, catedrático de Fisiología Animal y profundo conocedor de la fiesta popular de Los Piostros. Su relato permite adentrarse en el origen y la esencia de una celebración única que combina devoción, caballos y un marcado sentido de comunidad.
En tiempos prerromanos, Pedroche era conocido como Baedro y fue capital de la región baedronense. Alcanzó gran esplendor bajo la dominación árabe, cuando se convirtió en la población más importante del Valle de las bellotas. En 1155 Alfonso VII conquistó el enclave. En 1492 los Reyes Católicos autorizaron la formación de la comunidad de las Siete Villas, integrada por Pedroche, Torremilano, Torrecampo, Villanueva de Córdoba, Pozoblanco, Alcaracejos y Añora, que perduró hasta 1837. Este trasfondo histórico es fundamental para entender el origen de los Piostros. "La tradición está directamente ligada a las reuniones que cada 8 de septiembre celebraban los regidores de las Siete Villas en la ermita de la Virgen de Piedrasantas. Aquellas asambleas se convirtieron con el tiempo en una romería a la patrona, en la que los vecinos acudían a caballo o en mulas engalanadas", explica Rafael Vivo a LA RAZÓN.
Desde entonces, cada 7 y 8 de septiembre, Pedroche revive ese legado. El traslado de la Virgen desde la ermita a la iglesia parroquial, la novena solemne y la procesión de los piostros conforman un ritual que sigue movilizando a todo el municipio. "No hablamos sólo de una fiesta religiosa, sino de una manifestación cultural que ha pasado de generación en generación", asegura el catedrático.
El término "piostro" admite diversas interpretaciones. Algunos lo vinculan con "preboste", es decir, la autoridad que presidía una comunidad; otros lo relacionan con "prioste", el mayordomo de una hermandad; y no falta quien lo traduce como "jinete engalanado". Hoy en Pedroche se entiende como la cabalgadura y el jinete ataviados a la antigua usanza que acompañan a la Virgen de Piedrasantas en su romería.
La estampa típica de los piostros es fácilmente reconocible. La mujer, acompañada de un paje, monta en una yunta de mulos, mientras el marido o novio cabalga a su lado sobre una yegua. Las caballerías lucen un aparejo tradicional compuesto por sudaderos, albardón, mantas bordadas en el propio pueblo y cabezadas clásicas. La mujer viaja sobre jamugas o en un sillón preparado con correajes y un colchoncillo, sujetos con gran destreza para garantizar seguridad y comodidad. "El arte de amarrar correctamente el sillón o las jamugas con una soga de ocho metros es una herencia de siglos. Cada detalle está pensado para que la dama viaje estable, sin que el aparejo se desplace", apunta Vivo.
Uno de los momentos más esperados es la subida al galope por la Cuesta del Molar, una recta de unos 250 metros a la entrada del pueblo. Allí, los jinetes y las mulas con sus damas deben subir al galope ante la mirada del público. "No es una competición, sino un rito: quien no sube al galope se arriesga a ser abucheado. Esa imagen recuerda a las carreras medievales y es de una fuerza visual impresionante", destaca el catedrático.
Tras superar la cuesta, los piostros recorren las calles del municipio acompañados de la banda de música, las autoridades y los mayordomos, hasta despedirse en sus casas. La escena, con caballos y mulos engalanados, constituye una viva representación del vínculo entre el pueblo y su patrona.
Hoy los Piostros son una manifestación cultural, religiosa y ecuestre que define a Pedroche. Su riqueza histórica, la minuciosidad del atavío de caballos y jinetes, la emoción de la Cuesta del Molar y la devoción a la Virgen de Piedrasantas configuran un conjunto que sigue atrayendo tanto a vecinos como a visitantes. "Cada septiembre, Pedroche revive su historia y su identidad gracias a los Piostros. No es sólo un acto de fe, sino un homenaje a nuestras raíces y una forma de proyectarnos al futuro sin perder lo que somos", concluye Rafael Vivo Rodríguez.
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