Boris Johnson

La difícil reparación del daño causado

La causa última hay que buscarla en el error político e intelectual de haber asumido como propios los principios ideológicos del desaparecido Partido por la Independencia (UKIP), artífice del movimiento nacional populista que llevó a los británicos al Brexit.

El Partido Conservador británico ha forzado la dimisión de su líder y primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, en una maniobra urgida por el calendario electoral y conscientes sus promotores de que el hombre que los llevó a un inapelable triunfo en las urnas se había convertido en un lastre para el futuro de la formación. La incógnita que se abre ahora es si hay tiempo suficiente para reparar el daño causado y, por supuesto, si los tories serán capaces de presentar un candidato con la suficiente ascendencia sobre una ciudadanía cada vez menos dispuesta a escuchar el canto de las sirenas del populismo.

Porque, ahora, cuando todo se tuerce y cada convocatoria electoral se convierte en un revés, es fácil señalar al responsable del fracaso, pero Johnson sigue siendo el mismo político al que se justificaban sus extravagancias, se reían sus bufonadas y, sobre todo, se toleraba su tendencia al maquillaje de la verdad. Se nos dirá que la causa de su caída en desgracia hay que buscarla en la desfachatez de su comportamiento durante los duros meses de confinamiento por la pandemia, pero no es cierto. La causa última hay que buscarla en el error político e intelectual de haber asumido como propios los principios ideológicos del desaparecido Partido por la Independencia (UKIP), artífice del movimiento nacional populista que llevó a los británicos al Brexit.

Boris Johnson no sólo se arrogó la suficiencia de sacar adelante el complejo proceso de abandono de la Unión Europea, sino que proclamó sin la menor prudencia que los británicos vivirían de nuevo en un país donde las fuentes manarían leche y miel. No fue así. La supuesta recuperación de la soberanía no ha ahorrado a los ciudadanos de la Gran Bretaña ninguna de las crisis que han asolado al resto del mundo. Al contrario, los ingleses han sufrido en mayor medida las consecuencias de la pandemia, del alza de los precios y de la escasez de materias primas, con la ruptura de las cadenas logísticas y de distribución, y, lo que es peor, están viendo cómo el país se abisma al riesgo de una fractura territorial en Irlanda del Norte y Escocia, sin que su jefe de Gobierno ofrezca otra alternativa que el incumplimiento del tratado con la Unión Europea.

Sin duda, no será sencilla la tarea que le aguarda a su sucesor, por más que la cultura política británica, con un sistema electoral que protege la independencia de los representantes parlamentarios frente a la maquinaria partidista, haya ejercido, en este caso, como contrapeso a la deriva catastrófica que impulsaba Johnson. Porque, en otros lares, donde lo que cuenta es el personalismo del líder y el poder sobre la elaboración de las listas electorales, las consecuencias acaban siendo irreversibles y pueden llevar no sólo a la derrota en las urnas, sino a la misma desaparición de los partidos en cuestión. En Reino Unido, al menos, los tories han sabido reaccionar, esperemos que a tiempo.