Moción de censura
Casado devuelve el orgullo al PP
El líder del PP agita la moral de su partido y se gana la adhesión del ala más moderada con su discurso contra Vox. Ante la expectativa de nuevos pactos con el Gobierno, Génova pisa el freno y se remite a sus condiciones
Pablo Casado eligió ayer la «vía Feijóo» para ganarle la moción de censura a Santiago Abascal. El Congreso asistió a un choque frontal entre el PP y Vox por el liderazgo de la oposición, que ganó Casado con su «No» a la moción y con un rotundo discurso contra Vox dirigido a los votantes de la derecha. «No somos lo mismo». Y esto es, precisamente, lo que en privado llevan más de dos años diciendo algunos destacados dirigentes del partido que había que hacer, y, en algún caso, practicándolo. El ejemplo más reciente está en las últimas elecciones vascas y gallegas, donde el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, eligió la vía de entrar en el cuerpo a cuerpo con Vox y el partido de Santiago Abascal se quedó fuera de la Cámara. A diferencia de lo que sucedió en el País Vasco, donde el PP optó por una estrategia más integradora y los de Abascal consiguieron su premio, un escaño en el Parlamento de Vitoria. Entonces Génova se defendió con el mensaje de que Galicia no era el resto de España, y que las estrategias electorales tenían que ajustarse al electorado.
Pero ayer Casado embistió de manera muy eficaz contra Abascal, sin complejos, sin matices, sin piedad, entrando incluso en el terreno más personal, donde los dos, Pablo y Santiago, se conocen muy bien porque crecieron políticamente en el mismo partido y bajo la misma escuela, con José María Aznar y Esperanza Aguirre como padrinos.
Abascal podía esperarse el «no», pero lo que nunca se esperó era un golpe tan duro ni que Casado marcase una distancia tan sideral con él. De hecho, la subida de decibelios en su intervención la obligó la propia gestión de Abascal de la defensa de su moción, con un discurso «retrógrado y cavernario», y también influyó el posicionamiento en la primera jornada de la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, que, desde el centro, cuestionó el antieuropeísmo y el discurso antiautonómico y social del candidato.
Casado golpeó con más dureza, a sabiendas de que sus palabras iban a marcar el signo de la moción y hasta atacó con el recurso de desvelar en público lo que piensan de Abascal en el PP: que es un traidor con el partido que le ha estado dando trabajo y de comer durante muchos años.
La parte que se reivindica como la moderada del PP, la mayoría de los dirigentes territoriales, recibieron con entusiasmo la posición de su líder en el Congreso, y ni siquiera Cayetana Álvarez de Toledo, defensora de la abstención, se atrevió a saltarse la unidad de voto del grupo.
Para Casado fue una jornada redonda, aunque ahora se abre el interrogante de las consecuencias de este contundente e inaudito «No» a Vox en las relaciones entre los dos partidos, en los Gobiernos que comparten y en la relación del PP con el Gobierno de Sánchez.
Casado necesita del votante de Vox, bien por absorción, bien porque tenga que firmar un pacto con ese partido para llegar a La Moncloa. Y hasta las próximas elecciones es ahí donde seguirá jugándose la partida. En la dirección popular saben que el lenguaje simple y con ese «toque populista» de Vox llega a una parte del electorado de la derecha, y el contexto puede ser alimento para la desafección y para el «populismo», que ayer demolió con sus críticas Casado. El «hasta aquí hemos llegado», que Casado le echó en cara a Abascal, pasará a la historia política del partido, pero ahora hay que ver cómo gestiona cada actor el nuevo escenario porque todas las piezas, también las de la izquierda, empezaron ayer a recolocarse.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo hizo para lanzarle el abrazo del oso al líder popular y colocar como prioridad de la posible nueva fase de entendimiento no el acuerdo sanitario, sino el pacto en el reparto del Poder Judicial y de las demás vacantes institucionales pendientes de renovación. El nuevo tiempo no se confirmó ayer en el cruce de versiones opuestas de Justicia y de la dirección popular sobre el estado de estas negociaciones. Justicia las dio de nuevo por casi cerradas, y el PP siguió colocando el acento en sus condiciones, entre ellas, el veto a Podemos. Según el Gobierno, es sólo puesta en escena porque el entendimiento está muy próximo.
La prueba de fuego para esta nueva etapa está en ese acuerdo sobre la renovación judicial y también en si el Gobierno y el principal partido de la oposición son capaces de recuperar aquel consenso de Estado frente a la pandemia con el que llegaron a flirtear al inicio del estado de alarma.
En las baronías del PP –con la excepción de Madrid, que lleva su propia agenda, muy conectada con Génova– creen que las dos partes deberían ceder en la renovación institucional y cerrar de una vez este frente, que está desgastando a los órganos afectados por el pulso político. Pero Casado tiene que gestionar un escenario complicado porque todos los actores, hasta los secundarios, intentan marcarle la agenda. El golpe en la mesa que ha dado en el Parlamento también tiene que ver con esto, y al menos ayer le sirvió para alimentar el orgullo de camiseta y hacer que en su partido se escuchara, hasta de los menos afines, la afirmación «hoy me siento orgulloso de ser del PP». Vox tiene mecanismos para presionar al PP en los Gobiernos de Murcia, Madrid o Andalucía, y para hacerles el día a día mucho más complicado, que es lo que se esperan, pero los presidentes autonómicos que dependen del apoyo externo de Vox creen que el movimiento de Casado era imprescindible para no colocarse en una posición subordinada, y que, por tanto, las consecuencias son un «mal menor» frente a lo que habría supuesto abstenerse o votar «No» con la «boca pequeña».
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