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Así es Isabel Celaá, la “madrastra” de las aulas

Combativa contra la escuela concertada, se educó en uno de los colegios más elitista de Bilbao. De carácter frío y distante, mantuvo una relación poco cercana con los medios en su etapa como portavoz

Ilustración de Celaa
Ilustración de CelaaPlatónLa Razón

Es la impulsora de un proyecto legislativo nefasto. «Una sectaria monstruosidad», en palabras de destacados miembros de la comunidad docente. La famosa «Ley Celaá», promovida por la ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá Diéguez, ha seguido su tramitación urgente en el Congreso a espaldas de todos, con excepción de la izquierda y los separatistas. Adoctrinamiento ideológico, supresión del castellano como lengua vehicular, patada de bruces contra la escuela concertaday desprecio absoluto a la educación especial para alumnos discapacitados. Son algunas de la perlas de este bodrio normativo, justificado sin rubor por el PSOE para calmar a sus socios de investidura, Podemos, ERC y Bildu,y lograr así el apoyo a los Presupuestos del Estado. La ministra lleva su ley a las Cortes sin diálogo alguno con todos los sectores educativos en pie de guerra, que no dudan en calificar la situación de auténtica tiranía en las aulas. Para varios consejeros territoriales de Educación, Celaá ha actuado como una «implacable dictadora».

María Isabel Celaá Diéguez no ha sido nada coherente en su comportamiento político. Radical defensora de la escuela pública y feroz combativa contra la concertada, a la que acusa de privatización lesiva para el sistema educativo, que según ella ha de ser laico para todos y despreciativo con la asignatura de religión, se educó sin embargo en uno de los colegios más elitistas de Bilbao, el Sagrado Corazón, católico y lleno de niñas bien de la burguesía vasca. Y para colmo, tampoco dudó en llevar a sus dos hijas, Bárbara y Patricia, a las monjas Irlandesas de Lejona, un centro de los más selectos de Vizcaya. La actual ministra de Educación se licenció en Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad de Deusto, cuna docente de los jesuitas y centro de formación de las élites económicas del País Vasco. Catedrática de Filología inglesa, vivió y trabajó varios años en Irlanda, con un selecto dominio del inglés, algo que le fascinó a Pedro Sánchez para nombrarla portavoz del Gobierno, dónde no brilló precisamente por su gran talento.

Sus inicios políticos están vinculados al Partido Socialista de Euskadi (PSE) como jefa de gabinete de los consejeros de Educación José Ramón Recalde y Fernando Buesa, el primero víctima de un grave atentado y el segundo asesinado por ETA, con cuyos herederos políticos pactan ahora sin ningún reparo los socialistas. Trabajó después con Ramón Jaúregui en la consejería de Economía, hasta que Patxi López en su etapa de Lehendakari la nombro consejera de Educación, Universidades e Investigación. Diputada al Congreso por Álava en las elecciones de 2019, fue designada ministra de Educación y Formación Profesional por Pedro Sánchez al ganar la moción de censura contra Mariano Rajoy. Cargo que compatibilizó con el de portavoz del Gobierno, dónde protagonizó algunas salidas de tono como aquella de «Los niños no pertenecen a los padres». De carácter frío y distante, mantuvo una relación poco cercana con los periodistas que cubren la información de Moncloa, a quienes les cortaba tajante y con tintes de mal humor sus preguntas incómodas.

Isabel Celaá es uno de los miembros del Gobierno con mayor fortuna personal, con un patrimonio económico superior a cuatro millones de euros, veinte veces más de lo que publicó en su declaración de bienes en el Congreso y en el BOE, cifrado en ciento noventa mil euros. La ministra posee lujosos inmuebles, algunos de ellos a nombre de su marido, Juan Ignacio Aspichieta Larruscain, un hombre muy discreto, vinculado a UGT, trabaja en el sector energético y con quien comparte sus propiedades en régimen de bienes gananciales. Para empezar, la ministra tiene su residencia familiar en un enorme piso de la zona más lujosa de Guecho, en plena zona de Neguri, sede de la aristocracia vasca. Esa vivienda dónde, según le respondió a una diputada del PP en el Senado, viaja «cuando le da la gana», a pesar del estado de alarma. La doble vara de medir de esta cínica izquierda se impone. El resto de bienes inmuebles se completa con un palacete, Casa Tangora, próximo a la hermosa playa de Ereaga. Un chale-caserío en Berango, con txoko, bodega y amplias zonas deportivas con frontón, tenis y piscina. Y otro piso en el centro de Bilbao, que comparte con sus dos hermanos y, según fuentes familiares, es fruto de una herencia.

Todo un ingente patrimonio que hacen de la ministra de Educación una de las más adineradas del Gobierno de Pedro Sánchez. Una mujer insensible a las demandas de la comunidad educativa, profesores, familias y sindicatos, que clamaban el pasado viernes por la tarde frente a las puertas del Congreso contra una ley infame que desprecia el castellano, la enseñanza concertada y la dramática situación de los centros de educación especial. La sesión de la comisión de Educación fue frenética y se rechazaron todas las enmiendas del PP, Ciudadanos y Vox, gracias al apoyo de la izquierda, los separatistas y los filoetarras, socios elegidos por Pedro Sánchez para su “cambio de época”. La oposición recurrirá el proyecto ante el Tribunal Constitucional, pero será aprobada el próximo jueves en la Cámara Baja contra viento y marea.

Dicen sus colaboradores que Isabel Celaá es culta, habla euskera y le gusta mucho el arte, pues desde niña acudía todos los domingos al Museo de Bellas Artes de Bilbao. También el cine y, sobre todo la ópera, en especial Madame Butterfly. Ahora, con su polémica ley, debería escuchar el Réquiem Mozart: La libertad de educación ha fenecido.