Testimonio
Murtaza nos recibe en casa de su amigo Daryuosh. Llevan sin verse más de seis años. Estudiaron juntos filología hispánica en la Universidad de Kabul y hora se han vuelto a encontrar en Madrid. El segundo, que nos indica que le podemos llamar Darío, llegó hace seis años a España, mientras que Murtaza lo hizo el pasado 25 de agosto en el último vuelo fletado por el Ejército español con centenares de evacuados de Afganistán que huían del régimen talibán que reconquistó el poder en verano.
Justo cuando se cumplen dos meses de su aterrizaje forzoso en Torrejón de Ardoz nos cuenta con rictus serio que todavía tiene miedo. «Cuando el avión tocó tierra en Madrid tuve una sensación extraña. En primer lugar sentí paz, seguridad, pero por otra mucha tristeza porque tuve que dejar allí a mi familia, a mis padres, mi vida. Es duro», relata a LA RAZÓN mientras mira a su esposa, Hamida, a quien se le saltan las lágrimas recordando el terror que vivieron en Kabul con la llegada de «los barbudos».
«Desde el día 15 de agosto, cuando los talibanes se hicieron con la capital, tuvimos que estar encerrados en casa, no podíamos salir. Nosotros trabajábamos en un banco, yo como administrativo y ella en el departamento legal. Sin embargo, como también había colaborado con los militares extranjeros, especialmente los españoles, en labores de traducción, y también con el Gobierno afgano, tenía miedo a las represalias. Así que todos los días miraba el móvil desesperado por si llegaba la llamada de la embajada para comunicarnos que nos evacuaban. Pero no llegaba», relata este afgano de 32 años, que ahora busca el modo de convalidar todos sus estudios para ejercer la profesión en la que tanto tiempo y dinero invirtió.
En la actualidad, el matrimonio (se casaron justo hace un año en Kabul) vive en una casa de acogida que les ha facilitado una ONG en el centro de Madrid. La comparten con otros tres compatriotas: «Somos cinco en una casa pequeña, con un baño para todos, pero estamos agradecidos por todo lo que nos están ayudando», dice Murtaza. Él, como filólogo, habla un perfecto castellano. Hamida acude a diario a clases de español. Eso sí, habla con soltura inglés. «Ellos son de la etnia hazara y las mujeres que pertenecen a ella son las más listas, las que mejor formación tienen», apunta Darío. Eso sí, también la que ahora está en el punto de mira de los talibanes. «Ellos son suníes, y los hazara, la mayoría chiíes, así que está habiendo muchas purgas», puntualiza.
Un futuro incierto
El futuro de este matrimonio, al igual que el de los otros 2.000 afganos que evacuó España, es incierto. Según nos comentan, la mayoría de los que llegaron en agosto, «el 80% podría decirte», se han ido a otros países de Europa, «pero nosotros queremos quedarnos aquí. Los españoles son gente muy agradable y además, como yo hablo bien el idioma me resulta más sencillo que irme a Alemania», puntualiza Murtaza.
En un plazo máximo de seis meses esperan poder recibir el asilo político. Él quiere ampliar su formación y completar un posgrado en dirección de empresas. Sabe que no será sencillo porque la convalidación de su titulación previa es un proceso arduo. Resulta doloroso cómo la vida puede cambiar de la noche a la mañana. Dos jóvenes formados, con su puesto de trabajo bien pagado y un proyecto juntos que queda truncado por la violencia que ahora golpea en su país.
«A mí me gustaría encontrar un trabajo en banca como el que tenía en Kabul, aunque reconozco que no será fácil. Mientras tanto, seguiré aprendiendo español y quizá estudie diseño de moda. De momento, las ONG que nos tutelan, nos dan algo de dinero para poder comer y comprar ropa, porque perdimos todo lo que teníamos. Soy consciente de que todo ha cambiado para nosotros», asevera Hamida con una mirada profunda y carga de dolor mientras nos traduce su esposo.
Y es que, más allá de pensar en su futuro, esta joven de 23 años de quien se acuerda cada día es de sus padres y hermanas que todavía se encuentran en Afganistán: «Temo mucho que les pueda pasar algo». Según comentan, los talibanes «todavía nos espían, aunque estemos fuera del país, eso da mucho miedo». Por eso quieren ser prudentes y no dar demasiados detalles sobre el paradero de sus familiares.
“Nunca había usado un burka”
Conscientes de lo complicada que es su situación, agradecen la acogida que se les ha dado en España y les parece un milagro poder salir a la calle sin el temor a ser detenidos o recibir un disparo. Hamida, que nació en lo que ella define como «la democracia afgana» no había usado un burka en su vida. Cuando los talibanes entraron en la capital «no tuve más remedio que pedir uno a mi madre para el día que pudiéramos salir del país y desplazarme hasta el aeropuerto».
Recuerdan como si fuera ayer el día que recibieron la llamada del Ministerio de Exteriores español: «Fue el 22 de agosto, salimos corriendo para el aeropuerto, con los puesto y una mochila que luego perderíamos por el camino. Tuvimos que cruzar un canal de agua para llegar, estábamos sucios, mojados. La primera noche tuvimos que esperar en el exterior durmiendo en la calle. El día 23, los militares españoles nos ayudaron a entrar en el aeropuerto y allí pasamos una noche más durmiendo a la intemperie. Por fin, el día 24 por la noche despegó nuestro avión. Las inmediaciones del aeropuerto estaban tomadas por los talibanes, pegaban a la gente. Temimos por nuestra vida. Es más, el día 26 de agosto, en el mismo punto por el que entramos al aeropuerto fue donde se produjo el gran atentado. Nos salvamos», recuerda la pareja. A su llega a Torrejón, les recibió una ONG que les separaba por sexo. Allí solo pasaron «por suerte» una noche. Pronto llegaron al que será temporalmente su hogar.
«Es doloroso ver cómo está ahora nuestro país. Parece como si hubiera vuelto al pasado. Están acabando con la gente que ha colaborado con el Gobierno o con fuerzas extranjeras y a las mujeres no les dejan hacer nada. En las escuelas han puesto tabiques para separar clases de hombres y de mujeres. Es terrible», afirma el joven afgano mientras traduce a su esposa lo que nos está contando. Ella asiente.
«Físicamente estamos bien, pero mentalmente no. Allí no sabíamos lo que nos iba a pasar el día siguiente, si íbamos a seguir vivos. Yo tenía documentación en casa que demostraba que había trabajado como traductor y tenía miedo que los talibanes vinieran a mi domicilio. Estaban yendo casa por casa, era terrorífico. Además, mis vecinos sabían que yo había trabajado para el Ejército español. Todos nos conocemos. Alguien podía informar», puntualiza.
La familia de Murtaza tiene el visado para abandonar el país, pero no el modo para hacerlo: «Tengo todo preparado, necesitamos que alguien nos ayude a sacarlos de allí», afirma con pena mientras se toca su pierna izquierda donde hace 10 años recibió un balazo de los talibanes mientras trabajaba sobre el terreno con las tropas españolas. «Lo que hemos vivido nunca lo olvidaremos», sentencia.