Legislatura amortizada

Sánchez y Casado se lanzan a las urnas desde la ruptura

La reforma laboral es el último gran objetivo del Gobierno

Pactos para «taparse la nariz» a pachas
Pactos para «taparse la nariz» a pachasEduardo Parra / Europa PressEduardo Parra / Europa Press

Pedro Sánchez y Pablo Casado blindan su ruptura política y personal, cuando la pandemia todavía no haterminado de extinguirse, para ponerse ya en modo electoral. Las comparecencias del presidente del Gobierno y del jefe de la oposición para hacer balance del ejercicio, y mirar hacia el futuro, destilaron ayer una misma sensación de fin de ciclo, por mucho que Sánchez insista en que no adelantará las elecciones generales. Incluso sin adelanto, incluso aunque estire el calendario todo lo posible para agotar la Presidencia de la Unión Europea (UE), en clave de resultados para el interés general puede decirse que la reforma laboral es el último apunte de un Gobierno de coalición en el que cada vez hay más distancia en la parte morada entre su principal referente público, la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y los escaños que la representan en la Cámara Baja.

El acuerdo sobre la reforma laboral marca un relevante punto de inflexión en la relación del PSOE con sus socios. No sólo con ERC, también Podemos puede complicarle la existencia en el Parlamento, aunque Sánchez despide el año dejando entre sus aliados la sensación de que «se siente Reina».

«Parece que todos tenemos nuestros problemas, menos él, que se cree que no tiene ninguno», reflexionaban ayer en la bancada de uno de los socios prioritarios para el PSOE. Entre los socios y Bruselas, Sánchez elige Bruselas, porque de ahí dependen los fondos europeos en los que confía en poder cabalgar para mantenerse instalado en La Moncloa.

La «baza» con la que el líder del PSOE afronta el nuevo curso son los fondos, y el principal lastre es una recuperación que no sigue el ritmo diseñado inicialmente por el Gobierno.

Con las dos principales exigencias de Bruselas encaminadas, aunque sean reformas que sólo salvan el expediente y no arreglan el problema estructural de base, la tentación de Moncloa es dar por armotizado el Parlamento.

La ruptura de la mayoría de investidura, en una bandera tan simbólica como la reforma laboral, traerá consecuencias, pero desde el Gobierno sostienen que los socios «no tienen otra alternativa que Sánchez», y asumen que pueden sobrevivir sin someterse al desgaste de grandes nuevas reformas. Desde el punto de vista legislativo, y salvo urgencias que imponga la UE, este mandato también está prácticamente amortizado. Ciudadanos necesita dar utilidad a sus diez escaños, y la reforma laboral es una salida decente, que no les obliga a incurrir en contradicciones, pero Sánchez tampoco está por la labor de reconducir sus alianzas para apostar por la vía del entendimiento con los naranjas. De llegar a materializarse, y el coste es muy alto, será un pacto coyuntural y de supervivencia, sin más desarrollo.

La situación de incertidumbre y de caos que acompaña a la gestión de esta última ola del coronavirus no está haciendo mella en el análisis a futuro que manejan en Moncloa. Hay un optimismo estructural por muy mal que vaya el país, que también acompaña, por cierto, a la posición con la que miran hacia el futuro en la dirección popular. Pero tanto en el PSOE como en el PP echan el freno a la seguridad con la que las dos cúpulas se enfrentan al próximo ciclo electoral.

En el caso de Casado, éste es un año que puede salirle bien electoralmente, con victorias en Castilla y León y Andalucía –no la ven tan cercana en Valencia–, pero que les nuble, sin embargo, Vox. Éste es el elemento más incierto a medio plazo porque, aunque en la dirección popular dicen estar convencidos de que Vox se avendrá a dejarles gobernar, sin exigir puestos de gobierno, en el partido no comparten esa visión tan positiva. Casado puede tener que enfrentarse a la situación de ganar en Castilla y León y Andalucía, y tener que hacer coaliciones con Vox, y si pierde, su efecto se apagará. Sánchez, por su parte, cree que le está esperando en el desfiladero, y la suerte, en buena medida, está en manos de Santiago Abascal.

Aun así, es evidente que la maquinaria electoral se lleva por delante hasta el más mínimo margen de acercamiento entre Sánchez y Casado. Incluso en todos los temas de Estado, como Monarquía, política exterior y, por supuesto, la renovación del Poder Judicial.

La campaña que el PP ha puesto en marcha en Bruselas contra el Gobierno de coalición puede no llevar a nada en el ámbito exterior, más allá de sembrar cierto desconcierto en las instituciones europeas sobre lo que llaman «el conflicto hispano-español», pero es todo un síntoma de en qué punto están las relaciones entre los dos partidos de Estado.

El desgaste de esta difícil Legislatura coloca a Sánchez y a Casado con un punto de conexión respecto a su futuro político. En sus partidos, de hecho, lo ven bastante parecido. Sánchez sigue en Moncloa, con sus actuales alianzas, o tendrá muy difícil continuar en política «por muy trabajado que tenga su manual de supervivencia». Y Casado, o gobierna frente a Sánchez, después de haber hecho política de tierra quemada sobre todo lo que representa el Gobierno de coalición, o tendrá también que colocarse en una fase de salida. Da igual que gane el próximo Congreso Nacional del PP por aclamación o que tenga controladas todas las estructuras territoriales, las próximas elecciones generales abrirán una crisis traumática en el liderazgo popular si, pese a toda la «ruina» de la gestión socialista, Casado no consigue entrar en La Moncloa.