Flechazos
Pasión, celos y citas furtivas: Los políticos celebran su San Valentín más agitado
Cupido ha tocado con sus dardos a la clase política a pesar del virus que nos asfixia. ¿Hacía falta semejante bacanal?
A pesar de tanto rifirrafe en la clase política, Cupido, ese dios supremo del deseo amoroso, sigue haciendo de las suyas. Era de esperar que burlaría al dichoso virus que nos asfixia, pero ¿hacía falta semejante bacanal? Con los ojos vendados y armado de arco y flechas, la criatura ha disparado a diestro y siniestro bendiciendo a unos con el amor y sembrando en otros el desamor. Para la ciudadanía es un verdadero deleite seguir de cerca quién hace ojitos a quién, incluso por encima de sus disputas políticas.
Los expertos en salud mental lo advirtieron: se avecinan turbulencias. El primer indicio de este año voluptuoso que ha transcurrido entre San Valentín y San Valentín fue la presentación en sociedad de Rufi, el galgo de Mireia Varela, la ex de Rufián. Esta mujer ha encontrado en el perro su antídoto contra el mal de amor y cada arrumaco en su cuenta de Twitter a Rufi se vuelve un mensaje encriptado hacia el hombre por quien lloró «todos los días, tardes y noches». Mientras, el diputado de ERC vive el amor con la jefa de Prensa del PNV, Marta Pagola.
En su trayecto, Cupido ha tocado con sus dardos de punta dorada a la Fiscal General del Estado, Dolores Delgado, y al exjuez Baltasar Garzón, que, después de tres décadas de amistad, varios meses de flirteo y unos cuantos encuentros furtivos con tintes románticos, decidieron sacar a la luz su romance. También lo hicieron el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, y la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, que viven un idilio desde hace algo más de un año. La política catalana ya nos obsequió con un momento irrepetible en el hemiciclo, en 2005, cuando salió a defender una proposición de ley de su grupo citando a varios poetas catalanes.
Bastaron unos minutos para que José María Lasalle, entonces portavoz del Grupo Parlamentario Popular en la Comisión de Cultura, se enamorase perdidamente y llenase de flores su despacho. Esa invasión química en su cerebro al topar con su media naranja confirmaba el viejo adagio de que el amor es ciego y poco importan las bancadas del partido donde uno esté sentado. El flechazo de tribuna se rompió definitivamente en 2016.
El amor sigue siendo la emoción más perseguida de todos los tiempos y no hay catástrofe ni pandemia que lo pare. Tenemos a Miquel Iceta, el eterno romántico devoto de la poesía oriental, extremadamente celoso de su intimidad y enamorado desde hace más de diez años del mismo hombre. Incluso Fernando Simón se ha confesado un hombre enamoradizo, aunque lo hiciese al hilo de unos comentarios sobre enfermeras poco galantes.
Tanto en el Congreso como en sus aledaños las pasiones bullen permanentemente. Buen ejemplo es el festín a que nos tiene acostumbrados la formación morada con su continuo cambalache de pasiones. Desde Juanma del Olmo, Rafa Mayoral e Iglesias o, del lado femenino, Isa Serra, Tania Sánchez (ahora en Más Madrid), Jessica Albiach, Dina Bousselham, Lilith Verstrynge, Irene Montero o su asesora Ángela Rodríguez Pam, que se define a sí misma «mutante bisexual». Ponen difícil saber quién es quién en el tablero.
Y también «San Solterín»
En medio de todos ellos, el diputado canario Alberto Rodríguez. Al «currela» –como él dice– no se le conoce pareja, pero pasea sus rastas con ínfulas de seductor y, según nos informan nuestros confidentes, gana en las distancias cortas. No es necesario apuntar con el dedo para saber que no es el único que se pavonea por el hemiciclo cual pavo real.
Sin tanta alharaca y con otros valores que se alejan de la euforia inicial del enamoramiento, San Valentín vive sus días de vino y rosas también en las parejas políticas más asentadas, como la que conforman Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros. Este último año han tenido que aprender a zafarse de las injurias del diario digital de Dina, que ponen en entredicho la autenticidad de su matrimonio calificándolo de conveniencia.
La gran duda es, según informan de nuevo nuestros confidentes, si Irene Montero y Pablo Iglesias intercambiarán corazones, flores o bombones en este 14 de febrero. Aquellas miradas cómplices y gestos exultantes que se proferían cuando parecían poseídos de una felicidad que no atendía a razones parecen ahora hundidas en el abatimiento. «No hay intercambio de sonrisas ni muestras de cariño, al menos en público. Están juntos, pero, en este sentido, no cohabitan», confirman.
Habría que pegar el oído a su pecho para saber si el tiempo de inhalación y exhalación del aire que respiran es el mismo o si, por el contrario, las pasiones se baten en retirada. Quién sabe si en silencio sus cabezas se están anticipando a un encuentro erótico recreando sus propias fantasías de pareja. Hace unos meses alguien sacó a relucir la inquietud que provocaba en Montero la afinidad entre su marido y la ministra Yolanda Díaz, una matrimoniada que su propio entorno enseguida se encargó de desmentir. Hay que pensar que su propio ideario le habría impedido enarbolar los celos como patrimonio del amor.
A veces las suposiciones no son más que simples chascarrillos de pasillos elevados a categoría de información. De Adriana Lastra se dijo recientemente que podría estar bebiendo los vientos por el presidente, Pedro Sánchez. Es cierto que dejó en evidencia su devoción en el mismo momento de la investidura, cuando se acercó a felicitarle con voz rota y hecha un mar de lágrimas. De ahí a otro sentimiento, el trecho es largo. Mucho dio que hablar, también en los corrillos, Ábalos y su cita venezolana, más por el contexto–idóneo para jugosos enredos eróticos– que por la veracidad.
El corazón quita, pone y, como diría Cervantes, veda. Para muestra, los amoríos entre la concejala madrileña Andrea Levy y el abogado José Ruiz-Gallardón, hijo del exministro de Justicia. Su amor prendió antes del confinamiento, se avivó en la desescalada y en noviembre anunciaron que estaba extinto. Así puede sumarse la política a la orla de solteros de oro que encabezan el alcalde José Luis Martínez-Almeida, muy dado a bromear sobre el estado de su corazón, el secretario general de Vox, José Ortega Smith, o la ministra Arancha González Laya, que celebra su soltería y se autodefine como un «bicho raro». Para todos ellos, San Solterín.
Hasta hace unos meses, a Martínez-Almeida se le relacionaba sentimentalmente con la diputada vasca Bea Fanjul, futura presidenta de Nuevas Generaciones del PP. Su buena sintonía era evidente y los dos se divertían con los rumores. «Almeida, ni soltero ni de oro», respondía en diciembre el regidor madrileño a LA RAZÓN en una entrevista tratando de confundir. Por su parte, cansada de especulaciones y después de que se les pillara paseando por Madrid, la joven ha decidido reconocer que mantiene una relación con el torero Juan Luis Ambel Barranco. Ya no tiene por qué mentir si se les ve cogidos de la mano.
Las líneas más amargas de este San Valentín en la política se escriben con las quiebras sentimentales, muchas de ellas inesperadas. Las flechas de Cupido, esta vez de plomo, han partido el noviazgo de cuatro años entre la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso y el estilista Jairo Alonso, que se aferra al recuerdo con fotografías y mensajes que confirman el cariño que aún conservan. El año pandémico no ha podido tampoco mantener en pie el matrimonio de Emiliano García Page, presidente de Castilla-La Mancha, y Yolanda Fernández. Después de 25 años de unión, el político ha emprendido nueva etapa en solitario. Durante los meses de confinamiento se instaló provisionalmente en la vivienda habilitada en el Palacio de Fuensalida para el presidente de la Junta tratando de llevar su inminente ruptura con la máxima discreción. Ahora su salida de la casa familiar es definitiva.
Vimos las barbas del vecino cortar, pero nadie quiso continuar el refrán y, todavía hoy, la pandemia sigue dando sorpresas, como la del divorcio del político de Vox Coco Robatto y su esposa «influencer» Rocío Osorno, a pesar de difundir durante sus 18 meses de matrimonio una imagen de familia ideal y perfecta. Las cosas llevaban tiempo sin funcionar debido a las diferentes formas de pensar de cada uno. Una realidad que se ha vuelto cotidiana en la salsa rosa de la política.
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