Familia Real
Paso a la Reina Camilla: la fina carcajada de la eterna amante
Fue Carlos quien decidió que no podía vivir sin ella. La duquesa, y su corte, lleva dos décadas preparándose para lo que puede llegar pronto
En la recepción por el Día Internacional de la Mujer celebrada a principios de este mes en Clarence House, la residencia oficial del príncipe Carlos y Camilla, la duquesa de Cornualles se salió del guión durante su discurso para dirigir unas palabras a Emerald Fennell, la actriz que la interpreta en la controvertida serie de Netflix «The Crown». «Es tranquilizador saber que, si tuviera hoy problemas en algún momento, mi alter ego ficticio está aquí para tomar el control», dijo, provocando las risas en la audiencia. La inteligencia y genialidad mostrada en esa pequeña anécdota refleja mucho la personalidad de una mujer que durante años ha sido la persona más odiada del Reino Unido, pero que finalmente acabará siendo reina consorte.
En una extraordinaria historia de amor y redención, Camilla Parker Bowles se ha transformado dramáticamente a lo largo de las cinco décadas que le unen al heredero al trono. Todo un ejemplo de carácter, discreción, dignidad y fortaleza.
No se puede decir que Camilla salga bien parada en la serie «The Crown». Todo lo contrario. Hacía tiempo que los británicos se habían olvidado de la turbulenta historia del heredero con su amante. Tenían ya bastante con el Megxit y los escándalos protagonizados por el príncipe Andrés, que acaba de pagar un millonario acuerdo extrajudicial -con el dinero privado de la soberana, todo sea dicho- para evitar un juicio por supuestos abusos sexuales a una menor. Con Camilla las cosas estaban tranquilas, pero la serie ha venido a recordar los episodios más polémicos de su vida.
Desde Buckingham Palace han mostrado en más de una ocasión su malestar con la ficción. Y, sin embargo, ella, convertida de nuevo en uno de los personajes más odiados, no solo invita a la actriz que la interpreta a la recepción, sino que además tiene un guiño con ella. Magistral.
Fue Carlos quien decidió que no podía vivir sin Camilla, no al revés. Es difícil rechazar a un tenaz Príncipe de Gales que te declara «no negociable», como descubrió la socialité americana divorciada Wallis Simpson. En su caso, Eduardo VIII tuvo que renunciar al trono para poder casarse con su gran amor. Con Carlos y Camilla, las cosas han sido complicadas. Pero finalmente han salido victoriosos y está claro que el heredero al trono será un rey mejor y más feliz con Camilla a su lado.
Ella nunca ha buscado ser el centro de atención. La clave de su atractivo es que no se toma a sí misma demasiado en serio, pero se las arregla para caminar por la cuerda floja de la deferencia que exigen los deberes reales. Su glorioso sentido del humor es un pilar de su carácter. A veces, en las visitas oficiales, se tiene que contener mucho para que no se les escape una carcajada. Su alegría inocente es contagiosa. Uno tiene la sensación de que cuando se meten de nuevo en el coche oficial, la pareja se va a poner a reír.
Su amor genuino y su lealtad infalible hacia el heredero es lo que le ha permitido prosperar en medio de los juegos de poder de La Firma, como se conoce a la Familia Real. El hecho de que Camilla se sienta cómoda en medio de la pompa, le ha ganado el cariño de los cortesanos.
Su sentido del humor compartido con Isabel II también le ha acercado con la monarca. En su día se dijo que Isabel II no podía estar ni siquiera en la misma habitación que su nuera. Ni siquiera estuvo en la boda civil en 2005. Pero hace ya tiempo que ganó su confianza.
«Una mujer fantástica»
Los inicios de la relación con los hijos del príncipe Carlos tampoco fueron fáciles. Hasta que en su 25 cumpleaños, Enrique la acabó defendiendo: «Es una mujer fantástica y ha hecho a nuestro padre muy, muy feliz, que es lo más importante. Mirad en la posición en la que está. No os sintáis siempre mal por mí y Guillermo, sentíos mal por ella», pidió a los medios, diciendo que no era ninguna «perversa madrastra». Claro que todo podría saltar por los aires, según algunos medios británicos, tras la publicación de las memorias de Enrique, que prometen ser «explosivas», temiendo que la duquesa de Cornualles salga digamos que mal parada.
Sus insaciables fuerzas por agradar la llevaron a seguir a rajatabla un meticuloso programa elaborado por asesores de imagen. Y no es por quitar valía a los expertos, pero ha sido precisamente a través de las fotos en las que se ha visto más natural con las que se ha ido ganando, muy poco a poco, la simpatía de la calle. Y la clave de todo es que jamás ha intentado copiar a Diana.
Sus amigos creen el secreto de su éxito se basa en que es capaz de hacerse indispensable para aquellos a los que quiere tener cerca. Y eso no quita para que sepa cómo dar a cada uno su espacio. Prueba de ello, es la relación que tiene con su marido. A pesar de que pasan por su momento más dulce, a la hora de disfrutar de sus dos hijos –fruto de su primer matrimonio- y sus cinco nietos, prefiere refugiarse en Raymill House, la casa de campo que adquirió tras su divorcio en Wiltshire y la que se negó a vender tras contraer matrimonio con el heredero al trono. Por otra parte, el cambio de imagen ha sido crucial. Jacqui Meakin es la responsable de su armario. No hay que olvidar que Camilla era una ama de casa que utilizaba los topes de seguridad para mantener atados los cordones porque no tenía paciencia para hacerse el lazo. En definitiva, su preocupación por la estética era nula, por lo que trabajar en su estilismo ha sido todo un reto. La dama refinada que es hoy, nunca lo ha sido en el pasado. No tiene la elegancia de Kate, pero ha pasado con nota el examen.
Cuando la hija del comandante Bruce Shand entró oficialmente a ser miembro de la familia real tenía ya 58 años. La transición no ha sido fácil. Lo hizo sin tener más apoyo que el de Carlos. Pero ahora se ha ganado el cariño y respeto de La Firma y también el de los británicos: según una encuesta reciente de The Mirror, el 55% de los británicos apoyan que sea reina consorte frente solo al 28% que se oponen.
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