Reportajes
María del Prado, la aristócrata flamenca de la Costa del Sol: "Habría que depurar al público de Marbella"
«No me define un título», recalca. La hija de los marqueses de Caicedo adelanta que saca libro y nos habla sobre el Trocadero Flamenco Festival
María de la Luz Prado Muguiro, hija de los marqueses de Caicedo, es un referente indiscutible en la aristocracia española por haberse esculpido un nombre propio gracias a su trabajo como emprendedora en el mundo del flamenco y en el de la autoayuda. Huye de títulos como «princesa flamenca», «duquesa de Tarifa» o «mujer de». En junio de 2002 se casó con Pablo de Hohenlohe, nieto de la duquesa de Medinaceli, en el Hospital de Tavera en Toledo (como Amelia Bono y Manuel Martos) y firmó como testigo el entonces príncipe Felipe, buen amigo del novio. Al evento acudió un gran número de aristócratas, entre ellos el príncipe Alfonso de Hohenlohe, tío de Pablo; Kubrat de Bulgaria, Eugenia Martínez de Irujo e Isabel Sartorius, ex novia de Don Felipe, quien esa noche la sacó a bailar un vals. A pesar de este arranque, la vida de María no es la de una aristócrata de salón, sino de una mujer muy próxima al mundo del arte, la meditación y el yoga. María tiene nombre propio en Marbella desde hace años al ser la organizadora del Trocadero Flamenco Festival, en Sotogrande, además de compaginar estas tareas con las de terapeuta de desarrollo transpersonal e instructora de meditación.
María del Prado nos cuenta, en exclusiva, que en octubre se publicará su primer libro y está feliz de haber llevado a cabo este sueño: «Me encuentro en una época que yo creo que es la mejor de mi vida porque hago lo que me gusta. El éxito de sentirme llena creando me hace feliz. Ahora acabo de terminar una novela apasionante, que me he tirado un año escribiendo. Una historia de ficción, donde puedes ser todo al mismo tiempo. En el libro salen escenas de Marbella, del Campo de Gibraltar y del pueblo gitano que me fascina. En esta novela buscamos el duende», adelanta.
[[H2:«Que no me llamen princesa»]]
En la mayoría de los titulares de las revistas, María aparece como: «La princesa gitana» y la aristócrata precisa a LA RAZÓN: «Detesto que me llamen la princesa ‘‘gypsy’’. Yo no soy princesa de nada. Me molesta que se mencione constantemente lo de “mujer de...”. Flaco favor se le hace a las mujeres. Mi marido Pablo es maravilloso y tiene linaje y un apellido. Pero yo soy yo y hago cosas por mí misma. No me gusta que me enmarquen, y lo hacen. Pablo me dice a veces: ‘‘fíjate, antes María era mi mujer pero ahora yo soy el marido de María’’. Otro de los bulos que quiero desmentir es lo del duquesado de Tarifa. No sé tampoco de dónde lo han sacado, porque ponen que soy duquesa de Tarifa, y tampoco lo soy. A mí no me define un título nobiliario. Los títulos son como un recuerdo de familia. Está bien, pero soy más que eso: soy independiente, emprendedora y no quiero título».
Precisamente, este año se celebra el centenario del nacimiento del príncipe Alfonso de Hohenlohe, familiar de su marido, y le preguntamos lo que significó este noble para Marbella: «El príncipe hizo de esta ciudad un sitio internacional. En un sitio sencillo, que tenía la magia de la sencillez. Ahora en Marbella está todo lleno de ‘‘beach clubs’’ artificiales, que no cabe ni uno más en la playa. La gente en Marbella vive hacia afuera, es la Marbella del champán y las bengalas, que ha traído un público que se tendría que depurar. Antes era un pueblo de pescadores que lo han borrado del mapa». A María le encanta el espíritu del hijo de Alfonso de Hohenlohe, Hubertus: «Porque es un transgresor creativo que no para de hacer cosas, toca todos los palos del arte, y todo lo borda. Está bien que reivindique la imagen de su padre porque hay mucha gente que se ha aprovechado de su estela».
La hija de los marqueses de Caicedo marca un antes y un después desde que creó el Trocadero Flamenco Festival: «Es la cuarta edición, hacemos un poco de todo, también música pop. Y además de Sotogrande, en otoño, lo vamos a llevar a Trocadero Casa de Botes en Málaga, para extender el festival. Nos embarcamos en este proyecto en la Navidad de 2020, a raíz de preparar cestas para los flamencos que estaban en paro por la pandemia. Así empezó a gestarse la idea del primer festival. Y Dionisio Hernández-Gil, amigo mío desde la infancia, ambos somos extremeños y nos criamos juntos, nos brindó el Trocadero Sotogrande, nos regaló botellas de vino para aquellas cestas. Siempre con su deseo de apoyar a la cultura, ha permitido sacar adelante esta IV edición del Trocadero Flamenco Festival que iniciamos este verano. La cita musical ya se ha puesto a la altura del prestigio de festivales tipo Marenostrum o Starlite». El evento, que se celebra del 3 al 23 de agosto, trae este año a Pitingo, Gypsy King, Rebobina: Rafa de la Unión, Modestia Aparte y Javier Ojeda, Cotí, Fonsi Nieto... «Tengo la suerte de tener un amigo como Dioni que me lo pone fácil. Queríamos crear la sensación de algo selecto. Como aquellas fiestas glamourosas de antaño que se hacían en las localidades de la costa. Son ganas de honrar la cultura y la música como alma de una sociedad vibrante. Lo nuestro es muy natural, muy familiar. Es como de andar por casa», dice.
[[H2:«El cáncer me lo ha dado todo»]]
Lo mejor de esta iniciativa es que también se ha involucrado en el proyecto su esposo Pablo de Hohenlohe, en el tema de la creatividad y del escenario: «En esto somos una piña. Él ha hecho los logos del festival. Veintidós años de matrimonio dan para mucho. El hecho de habernos mudado a vivir a Marbella desde Madrid y que estuviéramos solos aquí nos ha hecho muy compañeros».
Además, a María le diagnosticaron un cáncer de mama hace 14 años, y eso le hizo replantearse su modo de vivir. Entonces, con solo 32 años, su vida dio un cambio. La aristócrata dirigía en esas fechas la firma francesa Chloé, y tenía boutique propia en Puerto Banús. Lo dejo todo y dedicó el tiempo a su sanación. «A mí me trajo tantas cosas buenas el cáncer que lo tengo que agradecer. Si ahora hago lo que más me gusta es gracias a la enfermedad, y me lo tengo que recordar constantemente. Cuando voy a los chequeos, algo que odio, me acerco al médico y tiemblo. Miras su cara, intento adivinar lo que ve en las pruebas, porque siempre está ahí la espada de Damócles. Muchas veces, el miedo a la muerte es el miedo a la vida, a marcharte sin haber hecho los deberes. La enfermedad me enseñó a dejarlos hechos».
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