Yihadismo
Malí se acerca a la catástrofe y su capital está gravemente amenazada por los yihadistas
Un batiburrillo de facciones sin coordinación alguna hacen de Malí un campo de guerra cada vez más sangriento y caótico y que afecta también a terceros países de la región
Tal y como auguraban los expertos, la situación en Malí desde la retirada francesa amenaza con el declive absoluto. La situación en el país africano no ha hecho sino empeorar desde que un comando de la Katiba Macina atacara la residencia presidencial durante la madrugada del pasado 22 de julio. El país se encuentra hoy sumido en un caos donde unas facciones combaten contra las otras, luego se alían de forma temporal, se vuelven a enfrentar, se alternan los combates con los atentados y las matanzas de civiles. En la región de Ménaka, al noreste del país, los grupos tuareg conocidos como Gatia y el Movimiento por la Salvación de Azawad (MSA) se enfrentan a terroristas insertados en el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS); en el centro del país, en torno a la ciudad de Segú, se complementan los ataques terroristas del JNIM (una filial de al-Qaeda) y las matanzas de civiles perpetradas por las Fuerzas Armadas malienses (FAMA) en colaboración con mercenarios del Grupo Wagner; y se han registrado desde hace meses nuevas incursiones yihadistas en las fronteras de Costa de Marfil, algo inédito hasta la fecha.
Mientras Malí se desmorona y los expertos (que no suelen equivocarse en lo referente a este país) auguran que Bamako podría caer en manos yihadistas antes de que transcurra un año, el Presidente en funciones, el coronel de las Fuerzas Especiales malienses Assimi Goita, ha expulsado al portavoz de Naciones Unidas del país y ha paralizado las rotaciones de cascos azules destinados dentro del marco de la Operación MINUSMA.
Los tuareg, solos contra el peligro
Aunque la inestabilidad en Malí comenzó con una revuelta tuareg en 2012, hace años que esta etnia nómada de origen árabe combate activamente contra el yihadismo. Es cierto que pueden contabilizarse algunos combatientes tuaregs en los grupos yihadistas, pero cabe a recordar que el objetivo último de la revuelta de 2012 trataba de conseguir la independencia de Azawad (la tierra histórica de los tuareg). Por tanto, la intromisión de los yihadistas en este escenario no casa con las ambiciones tuareg, cuyo sueño de un territorio independiente se vería frustrado si el país cayera en manos yihadistas. Su extenso conocimiento de los caminos del desierto ha hecho que sobre ellos recaiga (irónicamente) la defensa de las zonas desérticas de Malí frente a la amenaza islámica. El enemigo de su enemigo, esto es, el Estado maliense, se ha vuelto su amigo por fuerza de las circunstancias. Tras la retirada forzada de los operativos franceses asentados en las bases de Ménaka, Gossi y Kidal, los tuareg son los encargados de contener el embiste, ayudados apenas por unas pocas tropas de las FAMA que poco conocen de los entresijos de la arena.
Pero los métodos de los tuareg no son necesariamente ortodoxos, y amplios sectores de la población critican el uso que les da el gobierno y, por consiguiente, el poder que gozan los grupos tuareg para actuar impunemente. Un ejemplo práctico lo encontramos el 23 de julio, cuando tres civiles fueron asesinados en la ciudad de Ménaka durante una manifestación contra el MSA. Estas protestas se originaron después de que un tiroteo protagonizado por el MSA dejara tras de sí a varios ciudadanos heridos, negocios vandalizados y numerosas barricadas expuestas a lo largo de la ciudad. Se teme que Ménaka sea la primera gran ciudad maliense en caer en manos yihadistas desde 2013.
El avance yihadista hacia Bamako
Al contrario de lo que ocurre en otras guerras convencionales (como Ucrania), el avance de los yihadistas no se traduce en forma de batallones y divisiones dibujados en el mapa, sino estudiando las zonas expuestas a ataques terroristas. Ya sean efectuados mediante tiroteos, atentados con coches bomba o bombardeos de obuses. En abril de 2022, el mapa mostraba que los atentados se concentraban en el centro de Malí, en torno a las localidades de Mopti y Segú. Desde julio de 2022, los ataques han descendido al sur, cada vez más cerca de Bamako, llegando a golpear en Kolokani y Kati (esta última ubicada a menos de 17km de Bamako).
En las últimas semanas, las FAMA han reforzado la seguridad en la capital cerrando las carreteras principales “con el fin de contrarrestar la amenaza terrorista en Kati y en Bamako”, según aseguró recientemente a Associated Press el portavoz del Ejército maliense, el coronel Souleymane Dembele. En las mismas declaraciones confirmó que “todos los días” arrestan a terroristas en Bamako o sus alrededores. A excepción de la población maliense, que parece confiar ciegamente en las decisiones de su líder, los expertos dudan que puedan evitarse futuros ataques en puntos estratégicos dentro de Bamako. La marcha de Francia ha dejado un gran vacío en materia de inteligencia y que difícilmente pueden suplir los servicios malienses, aunque cuenten con la ayuda del Grupo Wagner. Prueba de ello es la situación actual.
Matanzas de civiles que fortalecen al yihadismo
Según la página de análisis y recopilación de datos ACLED, en Malí se han registrado durante el mes de julio 32 batallas, 5 revueltas ciudadanas, 15 explosiones remotas y 44 actos de violencia contra civiles. Al menos cinco de estos actos de violencia contra civiles se atribuyen a las FAMA. Ya saltaron las alarmas el 31 de marzo, cuando militares malienses masacraron a 300 civiles (presumiblemente de la etnia fulani) en la localidad de Moura. Sin embargo, y pese a los toques de atención recibidos por parte de la comunidad internacional, estos continúan. Prueba de ello son otros 33 civiles asesinados el 5 de marzo a manos de las FAMA y “soldados blancos”, según un informe publicado por la ONU en la mañana de este viernes. Entre las víctimas se han contabilizado 29 víctimas de origen mauritano y 4 de origen maliense. “Soldados blancos”, se entiende, hace referencia a mercenarios rusos del Grupo Wagner, actualmente asentados en las diferentes bases de Segú, Mopti, Sofara, Gossi, Hombori y Ménaka.
Pese a las continuas negativas del Gobierno maliense a la hora de reconocer que mercenarios rusos operan desde 2021 en su territorio, numerosos testigos oculares han confirmado en repetidas ocasiones la presencia del Grupo Wagner (se calcula que operan unos 3.000 efectivos), que habría tomado las bases que abandonaron los franceses tras su retirada del país. La estrategia rusa, de sobra conocida por ser la misma que en Ucrania, consiste en realizar campañas de castigo y ejecuciones masivas para controlar a la población por medio del terror. Una estrategia que, lejos de acobardar a los yihadistas, no ha hecho sino enfurecerlos y darles la excusa ideal para posicionarse como defensores del pueblo maliense frente a la amenaza rusa. Dos días después del ataque del 22 de julio a la residencia presidencial, la Katiba Macina justificó el golpe al considerarlo una respuesta “a la presencia rusa” y una venganza “frente al asesinato injusto de inocentes”. Excluyendo las masacres de Moura y de este martes, la ONU ha contabilizado entre 300 y 500 civiles asesinados entre marzo y julio de 2022.
Nuevo peligro en Togo y Costa de Marfil
El cáncer yihadista se extiende por la región tras la retirada de las tropas francesas y las trabas que impone el Gobierno maliense a los cascos azules desplegados dentro de MINUSMA. Malí está infectado hasta la médula; Níger hace tiempo que sufre los primeros síntomas; la frontera mauritana ha dejado de ser segura, pese a los esfuerzos que hace Mauritania para frenar este avance; Burkina Faso corre un grave peligro de seguir la suerte de Malí; el norte de Nigeria, el sur de Chad y el oeste de República Centroafricana también sufren esta dolorosa infección. Hablamos ya de siete países perjudicados por el yihadismo. Ahora son Togo (debido a yihadistas burkineses) y Costa de Marfil (debido a yihadistas malienses y burkineses) quienes corren un nuevo peligro.
Hasta cuatro ataques han sido registrados en el norte de Togo en lo que llevamos de 2022. Costa de Marfil lleva 18 meses sufriendo ataques en las zonas fronterizas con Malí y Burkina Faso, haciendo que la población local cargue sus frustraciones contra miembros de la etnia fulani. Los fulani, que son vistos como “extranjeros” por los marfileños y que son erróneamente relacionados con el yihadismo (es cierto que hay fulani dentro de los grupos yihadistas, pero que también hay fulani que no están metidos en ellos, al igual que se cuenta con miembros de etnias diferentes en estos grupos), sufren como consecuencia de estos ataques un estigma creciente que lleva a la radicalización de los individuos más jóvenes, sobre todo en Malí. Así ocurre una especie de profecía autocumplida: los yihadistas atacan Costa de Marfil, haciendo que los marfileños culpen a los fulani y recurran a actos de violencia contra los inocentes, entonces los jóvenes fulani se radicalizan y atacan, esta vez sí, a los marfileños. Es un caos denso y circular, una esfera muy difícil de romper. Cada vez más sujeta a las dinámicas sociales de Malí.
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