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Salud

Cómo salvan los bomberos a alguien en peligro de suicidarse

Sergio Tubío es formador especializado en intervención en crisis suicida, un aspecto que han implementado en el servicio en los últimos 6 años: «Ofrecemos nuestra empatía»

Sergio Tubío, bombero especializado en intervención de crisis suicida. Enrique CidonchaLa Razón

«Nadie nos había enseñado lo que era una crisis suicida o cuáles son las mejores maneras de abordarla. Aprendimos a hacer una Reanimación cardiopulmonar (RCP) y no cómo ayudar emocionalmente». Lo lamenta Sergio Tubío, un bombero que desempeña su labor en Madrid y que se ha dedicado en estos casos. Hasta hace unos seis o siete años los procedimientos se basaban en una palabra: instinto. No tenían un material específico.

«Hemos solicitado informes hasta en Sudamérica y ahora nosotros somos los que divulgamos», comenta enorgullecido. Las pautas se resumen en que la persona se sienta «atendida, acogida, escuchada, comprendida y validada en sus sentimientos». Es un proceso conjunto y Tubío, que es formador especializado en intervención en crisis suicida, es consciente de que, aunque a función de los psicólogos es fundamental, «no están en muchas ciudades y tampoco son suficientes en número». Él y sus compañeros acceden a lugares en los que todo el peso recae en ellos.

Por eso, han elaborado un protocolo en el que el primer paso consiste en llegar de manera discreta: apagar las sirenas para no generar ruido acústico. «Sonpersonas hipersensibles e hiperalertas cuyos cerebros se sienten amenazados. Muchas veces se recuerdan a sí mismos en tercera persona». A continuación hacen una rápida evaluación. Reconocen los peligros; que pueda haber una fuga, una precipitación, riesgo eléctrico, etc. Informan a los equipos y se pasa a minimizar esos riesgos. Se toman las decisiones.

Entonces, sucede el contacto directo. «Si nos acercamos demasiado rápido nos convertimos en una amenaza». La distancia ha de ser mínimo de cinco metros. «Debemos dejar que encuentren una solución. Ellos hablarán de su sufrimiento y nosotros lo pondremos en valor. No podemos juzgarles o decir frases hechas del tipo “¿por eso lo vas a hacer?”, “será por mujeres en el mundo”, “¿es solo porque te han echado el trabajo?” Estamos exponiendo que su dolor no es suficientemente importante».

Si en el día a día ver llorar al otro provoca desazón, en este caso se agrava. «No puedes decirle que pare de hacerlo, aunque te duela, porque es duro. Lo normal es que te salga». Esas lágrimas le alivian. Lo que hay que hacer es estar el tiempo necesario, escuchar lo que necesite. «Hay veces que en función del perfil el mando puede determinar que sea una persona o la otra la que interceda. Siempre es mejor que sea alguien que tenga formación». Cuidan cada aspecto nimio, como tratar de usted a una persona mayor y tutear a alguien joven para que se cree una conexión, para acortar distancias. «Tratamos de conectar». El común denominador es siempre el mismo, son personas con un profundo sentimiento de soledad.

Sergio Tubío, más allá de su actuación como bombero, participa en la Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención de la Conducta Suicida (Papageno). Son de toda España y de todas las ramas: técnicos, periodistas, policías, psicólogos, psiquiatras o educadores sociales. En 2020 hicieron una infografía en la que se exponía que las tasas superiores se dan en los hombres de avanzada edad. «Hay factores como la enfermedad degenerativa, la jubilación, la viudedad, el sentirse sin compañía, la sensación de que molestan les genera desesperación». Aunque la pandemia ha aislado también a los más jóvenes, necesitados de relaciones sociales en esa etapa, no es lo único a considerar. «Lo han pasado mal, pero tampoco conviene crear alarma en este sentido, es contraproducente», aclara.

Mantener la confianza

Hay días de alegría pura, como cuando un compañero gestionó el caso de una persona asomada a una terraza. Él le permitió esa ventilación emocional, como un soplo de aire extendido. En la charla descubrió que tenía un vínculo muy especial con una de sus hijas. Era un «factor de protección» que empleó para poner énfasis en que era importante para esa persona. Y es que siempre se enfrentan a una ambivalencia: saben que están rodeados de aspectos buenos y hermosos; pero también se les clava lo malo. «Por eso escriben cartas de despedidas, piden perdón porque saben lo que van a provocar». Ese señor encontró en ella un motivo para seguir.

Lo que ocurre en esos instantes repercute en la confianza del afectado. Tubío señala que se debe ser sincero: «Si se agarra a alguien a la fuerza se rompe esa confianza en los servicios asistenciales que trabajen después. Cuanto mejor vaya entonces, mejor irá su proceso posterior. Tendrá más seguridad puesta en los que cuiden de su salud mental».

Para una chica bastó con ver que se había montado un operativo para tratar de encontrarla y poder brindarle ayuda, porque pensaba que no le importaba nadie. Se dio cuenta de que ella era relevante. Otra persona que había sufrido varias tentativas también le contó que gracias a aquello se empezó a dar importancia a sí misma. «Ofrecemos nuestra empatía», resume.

Los ángeles de los ángeles

Cerca de la cafetería donde sucede la entrevista, Sergio Tubío vivió uno de los momentos oscuros de su profesión. «Fue un chaval, hace nueve años. Todavía cada vez que paso por delante del portal noto una punzada». Hay que seguir adelante para ayudar a otros; así que optó por trabajar con un psicólogo. Fue un trauma que generó incertidumbre, que le puso a reflexionar y que le inspiró a aprender más.

«En la formación que damos, el equipo de psicólogos ofrece un módulo los autocuidados del interviniente. Enseñan lo que es el estrés postraumático, cómo notar que lo padecen. Con este recurso pueden entender cuándo es normal el sufrimiento y cuándo empieza a ser algo para tener que solicitar ayuda», añade.

Los bomberos tienen montones de cicatrices. «Nos enfrentamos a más situaciones traumáticas en un mes que muchos en su vida». Con el tiempo aprenden que ellos también son vulnerables, que pueden llorar y esa certeza les capacita más en las futuras intervenciones. «Nuestro traje no nos protege de todo, no es el de Superman», añade el profesional. Ese sanar les sirve para volver a enfrentarse a incendios y catástrofes; si está sin resolver les bloquea.

«Tenemos normalizado llevar 30 kilos de peso que subimos a edificios en incendios, sabemos que podemos salir con lesiones porque hay que darlo todo si hay personas atrapadas. No pensamos que nos exponemos emocionalmente». Del mismo modo que tienen masajistas, cuentan con la ayuda de psicólogos. «Son nuestros ángeles de la guarda», les define. Él está convencido de que cuanto mejor está, más ayuda puede brindar: «Una persona que quiere tirarse de un puente tiene una serie de problemas que te generan empatía, acabas por identificarte con ellos. Y, por supuesto, les ayudas y sufres también por pura humanidad».

Consejos para familiares y seres queridos
«Lo primero es tomárselo en serio. Nunca minimices en tu mente el riesgo. Luego los especializados en salud mental lo evaluarán. Facilita esa ventilación. Dile “Me gustaría poder ayudarte, que me hablaras de lo que sientes”. Sobre todo, es importante saber que la desesperanza siempre está presente en una conducta suicida. Esto incapacita a una persona para pedir ayuda. Puedes colaborar con recursos, acompañarla al médico o gestionarlo. Ellos no tienen energía. La depresión afecta en el motor y ellos necesitan que seamos los brazos, que hagamos esa llamada por ellos.
Si ya hablamos de la situación de crisis de suicidio, utiliza la conducta PAS: proteger, ayudar y socorrer. Después, no te pongas en peligro. Es igual que en un accidente de tráfico: protégete a ti mismo, protege la zona y llama al 112.
Mientras esperas, debes mostrar tranquilidad y dejar que la persona se exprese. Hay que hacer una escucha activa y no abroncar ni reprochar porque genera más estrés en la persona. Al rebajar la emoción se aumenta la razón.
En la formación también se habla de autolesiones previas a la crisis. Si la familia nos habla de se producen, lo trasladamos a los servicios sanitarios y ellos valoran la peligrosidad, que siempre es la máxima, pero dan pistas sobre la planificación o el tiempo que lleva esa persona con esa conducta. Muchas veces son una forma de mostrar ese dolor interno. Si un padre ve que su hijo se hace daño tiene que actuar, porque no es una conducta adaptativa. Necesitan atención especializada».
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