Crítica
Visitamos el restaurante del Hotel Santo Mauro de Madrid y esta es nuestra valoración
Su prestigioso y muy personal bistró en la Ciudad Condal llamado Gresca, tiene una reinterpretación en el hotel capitalino
El hotel Santo Mauro de Madrid es uno de los más apetecibles lugares para zambullirse en el lujo de los sentidos. El palacete de mucho tronío, que acaba de reformarse y aperturarse, tiene una eterna asignatura pendiente en su vertiente gastronómica. Y para la ocasión, se le ha encomendado el concepto de las cosas del comer al barcelonés Rafa Peña.
Su prestigioso y muy personal bistró en la Ciudad Condal llamado Gresca, tiene una reinterpretación en el hotel capitalino. Pueden encontrarse sus clásicos guiños, encabezados por el bikini «sui generis» gracias a un prensado lomo ibérico, panceta y queso comté. Además, las croquetas muy líquidas, la hamburguesa jugosa, y platillos de temporada. Se echa en falta una mayor contundencia y oferta de platos principales.
Realmente, Rafa ha asaltado todo el espacio del Santo Mauro, con la complicidad de una muy buena coctelería, que alterna momentos clásicos con versiones atrevidas, en lo que de manera un tanto artificiosa se denomina wine bar. El lujo de las estancias se expande por todos los rincones y aunque se reserva carta independiente para la clásica biblioteca, la línea argumental es idéntica: cocina de mucha reverencia al producto, donde destacan los guisantes con morro y gambas de Palamós, y la posibilidad que para el viajero de maleta estilizada se elija buena ostra, o un caviar para poner las cosas en su sitio.
La sofisticación de un lugar imprime carácter, por lo que resulta sorprendente, atrevido y gozoso equilibrar ideas del prêt a porter con la excelencia. La fiesta del tierra-mar-aire del Santo Mauro está coronada por un estupendo servicio, de esos discretos que tanto gustan, y muy al quite del ánimo del comensal. La parte líquida es otro atractivo indiscutible; en materia enológica la responsabilidad es del inefable sumiller Carlos (Charly) Taboada, al que todavía se le notan sus años londinenses y el buen conocimiento del vino extranjero. Lo nacional está por llegar.
Comer en la biblioteca, en el hotel, en cualquiera de las mesas del mismo es el campo abierto para la conversación inteligente, la seducción discreta, y el bocado sin estridencia.
La valoración de LA RAZÓN
Cocina: 7,5
Bodega: 7
Sala: 8,5
Felicidad: 8
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