Opinión

Aquilina

Una denuncia después de treinta años: «El entrenador me violó cientos de veces». No obstante, hibernado el trauma, anestesiado el dolor, encapsulada en algún lugar recóndito del corazón la imagen de la niña sometida por esa persona vil y despreciable, la vida discurre con aparente placidez y normalidad para quien sufrió los daños. Ya adulta, como si no hubiese ocurrido nada, invita al malhechor a la inauguración de su tienda, a las exhibiciones gimnásticas de su hija, le escribe cartas, cariñosas, de amiga a amigo... ¿Hasta que se rompe por dentro? Curioso síndrome de Estocolmo. El CSD despide al técnico, sin escucharle, y atiende otras cinco denuncias; tres, anónimas. Juicio mediático sumarísimo al abusador, a quien, sin embargo, el juez declara inocente y condena a la denunciante a indemnizarle con 10.000 euros. Protesta. Un grupo de 73 compañeras de ella, pupilas de él, firma un manifiesto defendiendo la inocencia del acusado. Caso cerrado. O así parece.

Recurre la derrotada, el Tribunal Supremo le da la razón y vuelta a empezar. Aparece la sentencia mientras se juzga al predador Larry Nassar, médico del equipo olímpico de gimnasia estadounidense, por abusos sexuales. ¿Coincidencia? Hay 156 denunciantes; en la sala, cara a cara el agresor y las víctimas de hoy, como Simone Biles, y de ayer. Relatos sobrecogedores, espantosos, aterradores. Nassar reconoce su culpa. La juez Rosemarie Aquilina le condena a 175 años de cárcel. En España se repite el juicio mediático. Ella exhibe su triunfo, refresca la tortura. Él se pregunta por qué otra vez, mientras recuerda cuando, no hace tanto, acudió a la inauguración de la tienda, a las exhibiciones de la hija. Estupefacto, relee las cartas de la amiga que pide consejos al amigo. Incomprensible. Revive el infierno.Recurre. Quizá si se encontrara frente a una juez Aquilina, que escucha a las partes, tal vez a las 73 que le defienden sin reservas, terminaría el suplicio. Para todos.