Yolanda Díaz

Groserías

Cuando se oyen los argumentos que usa Yolanda Díaz, inquieta más bien la posibilidad de que estemos volviendo a las épocas ideologizadas.

Las ideas siempre tienden a dogmatizar, pero luego la realidad, la vida verdadera, se pinta constantemente con colores muchos más sutiles. Es ingenuo pensar que una idea puramente teórica pueda tener luego una concreción estatal y administrativa coherente con ella. Probablemente podrá tener una concreción aproximada, pero nunca será la realización consecuente y el siguiente paso lógico tras la idea. Siempre, al ponerla en contacto con la pura realidad, surgirá un fruto bastardo. El mayor peligro de estas situaciones son los fariseos que se excusan en las ideas para cometer crímenes. Ahí está esa fabulosa demostración que fue la URSS: 16 millones de muertos por represalias políticas.

En definitiva, un montón de asuntos groseros como casi todos los que preocupan a los seres humanos. Sin ese montón principal de groserías que constituyen las ocupaciones más importantes del humano moderno probablemente no seríamos nada; nos faltarían las motivaciones fundamentales para hacer cosas, para ponernos en marcha. El miedo, la riqueza, los nacionalismos… ¿qué haríamos sin todo ese amasijo de preocupaciones formadas sin cuidado, sin refinamiento y en ausencia total de una mínima educación? La tosquedad, la incivilidad, la ausencia de delicadeza las suele usar el ser humano para tildar peyorativamente a los comportamientos que son contrarios a sus ideas. Pero, después de esa tarea de connotación, meramente virtual y abstracta, viene la realidad con sus rebajas y a la larga pone a cada uno en su sitio. Eso sí, a veces tan a la larga que uno ya no puede recuperar su sitio porque está en otro lugar más profundo con un montón de tierra encima y enmarcado por una lápida.

Esa incapacidad de los colectivos humanos y esa mutabilidad de la vida humana es algo que no hay que perder nunca de vista en política y gestión. Ahora parece que se van sacando adelante los Presupuestos, más mal que bien, y la propaganda institucional nos quiere convencer de unas supuestas virtudes negociadoras de la ministra de Trabajo. Camuflaje publicitario. Porque lo cierto es que, cuando se oyen los argumentos que usa Yolanda Díaz, inquieta más bien la posibilidad de que estemos volviendo a las épocas ideologizadas. Aquellas donde las decisiones se tomaban sin tener en cuenta la realidad, sino basándose en unas ideas previas indemostradas, elegidas a la gruesa.