Historia

Alfonso Ussía

Broma culta

La Razón
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Por su anónimo «Padrenuestro Glosado», escrito al itálico modo y dirigido al Rey Felipe IV, don Francisco de Quevedo fue recluido, por órdenes del cabrón del Conde-Duque de Olivares en las mazmorras del gélido convento de San Marcos de León, que en la actualidad es un complejo hotelero de lujo de incomensurable belleza. España es cuna y gloria de la poesía satírica y burlona desde el romano Marcial, en el primer siglo de la era cristiana. Satírico fue el conde de Paredes, padre del prodigioso Jorge Manrique, mientras tan bien servía la Corona de su Rey verdadero. Y Baltasar del Alcázar, Góngora, Villamediana, Iglesias, y en el entresiglos del XIX y el XX, Manuel del Palacio, tan grande como Quevedo en el uso de los versos demoledores. Así al tapón del duque de Almodóvar, ministro de Ultramar, que tuvo la mala idea de poner en la calle a don Manuel por su ineficaz trabajo en el ministerio. «Le llaman Grande y es chico;/ fue ministro porque sí,/ y en once meses y pico,/ perdió a Cuba, a Puerto Rico/ las Filipinas... y a mí».

Los políticos y los poderosos han perseguido desde tiempo inmemorial a los poetas satíricos. Los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer, parapetados tras el seudónimo de «Sem» se cebaron con Isabel II, el Rey Francisco de Asís, la Monja de las Llagas y el duque de Valencia. Otros poetas, también escondidos en el anonimato, eligieron a Francisco de Asís, «Paquito Natillas» de diana de sus versos: «Y don Francisco de Asís,/ sacando su minga muerta,/ al amparo de una puerta,/ lloriquea y hace pis». O bien, «Paquito Natillas/ es de pasta flora/ y orina en cuclillas/como su Señora».

La broma satírica es culta y temida. «Castigat ridendo». El «ánimus iocandi» sobre el «animus injuriandi». No obstante, en el combate del poderoso contra el poeta, siempre triunfó el primero. El marqués de la Torrecilla y Duque de Ciudad Real demandó a Palacio por una cuarteta casi infantil: «Ni la Torrecilla es grande,/ ni Ciudad Real tampoco;/ pero él es marqués y duque/ y Grande de España, y tonto».

Suguiendo esa sana costumbre, un juez en ejercicio, ha publicado unos versos satíricos muy divertidos en la revista de la asociación «Francisco de Vitoria», con el seudónimo de «El Guardabosques de Valsain». Consuela y anima saber que entre los jueces hay amantes de la poesía satírica y cultos cachondos. Pero sus versos no han gustado a Irene Montero, ni a Pablo Iglesias, y «el Guardabosques de Valsain» se ha visto inducido a pedir perdón. «Cuentan que en España, un rey/ de apetitos inconstantes,/ cuyo capricho era ley,/ enviaba a sus amantes/ a ser de un convento, grey». Quizá Felipe IV, que dejó –no se ponen los historiadores de acuerdo–, entre 25 y 41 hijos naturales por los predios castellanos. Y continúa «el Guardabosques de Valsain»: « Hoy, los tiempos han cambiado,/ y el amado timonel,/ en cuanto las ha dejado/ no van a un convento cruel/ sino a un escaño elevado». Y remacha: «La diputada Montero,/ expareja del Coleta/ ya no está en el candelero/ por una inquieta bragueta./ Va con Tania al gallinero».

En lugar de sentirse agraciada y homenajeada por un talento culto y divertido, la diputada Montero se ha enfadado con el juez bruída y versificador. Lo de siempre, que si el machismo ancestral, que si la falta de respeto a la mujer, que si los pitos y que si las flautas. En calendas tan burdas y groseras como las que atravesamos, ser el blanco de un aliviador masaje satírico se tendría que agradecer. Sucede que el dogmatismo –y todos los comunistas son dogmáticos–, no entiende el sentido del humor ni la sonrisa en la crítica. Rindo homenaje al «Guardabosques de Valsain» y ruego a Dios caer en su Juzgado cuando vuelva a ser demandado por una broma satírica.

Y al que le pique, que se rasque.