Marta Robles

David contra Goliat

Si alguien se refiere a Rafa Nadal como un «monstruo» o un «gigante» no habrá a nadie que le extrañe. Lo es. En cualquier circunstancia. Incluso, aunque exista la posibilidad de que pierda alguna vez. Goliat/Nadal perdió, contra David Ferrer. El de Jávea alcanzó la final del Masters 1.000 de París-Berçy, que ya ganó el año pasado, tras derrotar a Rafael Nadal, el número uno del mundo. Aunque David es un auténtico huracán y sus ganas de conseguir los retos se le escapan por los poros, nadie pensaba que, en el segundo saque de Nadal, le iba a romper el servicio y no le iba a dar al mallorquín ni la más ligera opción de inquietarle. A partir de ahí, se vio que David podría lograr la victoria. Y ganó. Jugó mejor, tuvo más aciertos y se erigió en campeón, aunque cayera en la final con Djokovic. No debe de ser fácil jugar contra Nadal, que siempre parece invencible, una máquina de jugar al tenis contra la que es imposible medirse. Sin embargo, Ferrer se creció y fue a por todas. Al final del partido, Nadal reconoció que Ferrer había jugado mucho mejor que él y que el que juega mejor es el que gana y sólo cabe felicitarle. «He estado lento, he llegado tarde a las pelotas, con un jugador como David, que es rápido y te pone presión», dijo Nadal. Y a todos nos dio pena que perdiera. Igual que nos dio alegría que ganara David. Cuando juegan dos de los nuestros se nos parte el corazón. Sobre todo, porque ambos son unos fenómenos. Gigante, de momento, sólo Nadal, como Goliat. Pero desde la Biblia se sabe que hasta los gigantes tienen sus puntos débiles.