20 años sin la dulce Victoria de los Ángeles
La renombrada soprano fue la primera cantante española en actuar en el Festival de Bayreuth


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Hace 20 años, un 14 de enero, falleció Victoria. Lo hizo en silencio, sin una sola declaración de su entorno, por otro lado cada vez más limitado. La vida no le fue nada grata a la soprano de la dulzura. En los últimos años sufrió media docena de enfermedades de cierta importancia, pasó por el terrible dolor de perder a un hijo al que llevaba cuidando año tras año en sus limitaciones. Tanto dolor había en su vida que ni siquiera aquellos que más la amaban tenían fácil el acceso a ella. Ni la propia Alicia de Larrocha, tantas veces compañera querida y promotora del último homenaje que se la tributó en Madrid. Ni siquiera tuvo fuerzas para asistir a él o para recoger el premio de la Fundación Guerrero, que le ayudó en sus muchos apuros económicos finales. Simplemente se sentía demasiado débil para ver a alguien.
Afortunadamente puede tener una tranquilidad, allá donde esté, que hay varias generaciones que nunca la olvidaremos, pues su aportación a la música ha sido ampliamente recogida discográficamente y sus interpretaciones son objeto de culto y veneración en todo el mundo. Nadie le podrá arrebatar este honor, un honor que distingue a muy pocas figuras.
Victoria de los Ángeles López nació en Barcelona un 1 de noviembre de 1923. Hija de un bedel de la Universidad de Barcelona, recibió de su madre el amor a la música. Disfrutaba con Vivaldi y Monteverdi. Puso en práctica su afición cantando por las aulas y el inmenso jardín de la universidad, sin arredrarse ni ante los bombardeos que sufría la ciudad.
Un 13 de enero de 1945, llegó el Liceo con la condesa de “Las bodas de Fígaro” mozartianas. Desde entonces, y hasta la “Pelleas y Melisande” madrileña de 1980, permanecerían hermanados recitales y óperas. Ella nos cantó a Verdi o a Puccini con el mismo cuidado que a Schubert. Con inteligencia, con una musicalidad sin tacha, con una afinación precisa y respetando escrupulosamente al compositor. Victoria fue siempre la “verdad” en la música. La capacidad para diferenciar épocas y estilos, la hondura en la expresión, la claridad y la aristocracia en la dicción, la homogeneidad en todos los registros, la naturalidad, la sutileza en el fraseo, la intención, la picardía y la gracia fueron claves en ella. Y, sobre todo ello, la seducción comunicativa. La versatilidad, siempre dentro de sus posibilidades vocales, fue tal que un 1961 fue llamada por Wieland Wagner, para la Elisabeth de “Tannhäuser” en Bayreuth.
¿Quién no conserva como oro en paño sus grabaciones de Mimí, Manon y Butterfly -los tres papeles quizá más identificativos tanto en lo vocal como en lo sentimental-, de Charlotte, Margarita, Salud, Amelia, Lauretta, Sor Angélica o Carmen? Y qué no decir de sus discos de zarzuela y, quizá por encima de todo, sus ciclos de lied en solitario, con Fischer-Dieskau o con Elisabeth Schwarzkopf y el siempre genial Geral Moore.
Victoria predicó con el ejemplo hasta el último momento de su carrera. Impuso siempre sus convicciones éticas y profesionales. Así, por ejemplo, se negó a participar en una campaña publicitaria de los productos de una joyería catalana en los años noventa, en medio de una crisis económica personal. Dijo que no. Le contestaron : “Pero, señora De los Ángeles, aún no le hemos dicho ni cuánto le pensamos pagar”. ‘Ni me lo digan, no quiero ni oírlo’, les respondió. Esa era Victoria y, al poco tiempo, hubo de vender su casa de Valviedra.
Sí, hace 25 años que perdimos a nuestra “sorellina”. A Victoria, a diferencia de la mayoría de las artistas, no sólo se la admiraba. A Victoria se la quería. Su falta de vanidad, su espíritu sereno, su ausencia de materialismo, hacía que muchos la viésemos como la veía Giuseppe Campora, como “la sorellina”.