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Pintura

Los hijos pródigos del Barroco andaluz

El Prado reúne tres series de dos pintores sevillanos y uno cordobés: Bartolomé E. Murillo, Juan de Valdés Leal y Antonio del Castillo

«El retorno del hijo pródigo» (1660-1665), en grande, junto a una versión reducida de «El hijo pródigo abandonado» (1660-1665), ambas piezas de Bartolomé E. Murillo
«El retorno del hijo pródigo» (1660-1665), en grande, junto a una versión reducida de «El hijo pródigo abandonado» (1660-1665), ambas piezas de Bartolomé E. MurilloGonzalo PérezLa Razón

«Perdona, padre mío,/ Mis culpas y pecados:/ La brevedad advierte de mis días:/ Pequé, Señor inmenso...». Lo firmó Lope de Vega durante el Siglo de Oro en uno de sus autos sacramentales. El hijo pródigo en el centro de la obra, como hiciera otro contemporáneo suyo, José de Valdivielso. También Rembrandt se dejó contagiar de la parábola del Evangelio de San Lucas, aunque aquí ya hablamos de pintura. El artista neerlandés tiene en el «retorno», expuesto en el Hermitage de San Petersburgo, una de sus piezas más emotivas. Y es que esta historia ejemplar ha perdurado en el tiempo por la transmisión de los valores nucleares del cristianismo. Toda una lección de perdón y misericordia que redondea la universalidad del relato y que afecta a cuestiones trasladables a la experiencia cotidiana, como las relaciones paternofiliales, la importancia de la familia como marco protector o la necesidad de usar la prudencia como guía vital.

Además, el fácil resumen de la aventura se ha convertido en una de sus principales virtudes: un hijo segundón reclama al padre la legítima, su herencia, y abandona el hogar. Lejos ya de su tierra, termina con el dinero más rápido de lo esperado, lo que le conduce a cuidar cerdos como único medio para sobrevivir. Vida con la que no había soñado y que le obliga a volver a casa para suplicar cobijo a su padre. Este, lejos del rencor, lo acoge con grandes demostraciones de alegría «porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado».

La exposición «El hijo pródigo de Murillo» del Museo del Prado se inauguró el 21 de septiembre.
La exposición «El hijo pródigo de Murillo» del Museo del Prado se inauguró el 21 de septiembre.Gonzalo PérezLa Razón

La relevancia del contenido, y sus posibilidades dramáticas, fueron aprovechadas por los citados Rembrandt y Lope. Y, junto a ellos, también aparece el nombre de otro maestro del arte, Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682). Suyo es el cuerpo central de la exposición que hasta enero de 2022 se podrá visitar en el Museo del Prado, «El hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz». Una muestra en la que el centro madrileño ha querido hacer un 3 por 1 y juntar en la Sala C del edificio de los Jerónimos tres series de seis cuadros cada una: los lienzos de Murillo que narran las vicisitudes del hijo pródigo; los dibujos de Antonio del Castillo (Córdoba, 1616-1668) sobre José en Egipto, peripecias recogidas en el Génesis que despertaron el interés de varios artistas; y la vida de San Ambrosio contada por Juan de Valdés Leal (Sevilla, 1622-1690). En palabras de Javier Portús –jefe de Conservación de Pintura Española hasta 1800 del museo–, «son como novelas organizadas en cinco, seis o diez capítulos, con muchos grados de significación», apunta de una retrospectiva que aconseja ver tras «dejar la ansiedad en la puerta y pasear de manera sosegada».

Durante las décadas centrales del siglo XVII se produjeron en Andalucía un tipo de cuadros muy representativos tanto del alto nivel creativo alcanzado por los principales pintores, como de las expectativas y el gusto de una de las partes más activas de su clientela. Para Portús, «lo que singulariza el caso andaluz respecto a otras tradiciones es la frecuencia con que este tipo de obras aparecen en colecciones particulares y además están hechas por artistas locales». Obras organizadas en series, en su mayoría de mediano tamaño y encargadas en el ámbito privado para interiores domésticos u oratorios. En ellas se desarrolla una «historia» de origen bíblico o hagiográfico, bien sea la biografía más o menos completa de un personaje, o las etapas de un episodio biográfico. Eso permite entender no solo los recursos compositivos de sus autores, sino también su capacidad como narradores de episodios seriados.

«El hijo pródigo abandonado» (1660-1665), a la izquierda, y «El hijo pródigo expulsado por las cortesanas» (1660-1665)
«El hijo pródigo abandonado» (1660-1665), a la izquierda, y «El hijo pródigo expulsado por las cortesanas» (1660-1665)Gonzalo PérezLa Razón

Aun así, las diferencias resultan evidentes entre las series, «son tres estilos pictóricos, tres maneras de narrar muy personales», puntualiza Portús sobre la «naturalidad» de Castillo, la «facilidad» de Murillo y la «voluntariedad de crear alardes cromáticos y compositivos» de Vélez Leal. Entre las singularidades de la exposición, el conservador también destaca el «atípico» enfoque del proyecto, que no se centra en el estilo o en la técnica, «el objetivo era arrojar luz sobre los espacios de sociabilidad y las costumbres de la época, como la gastronomía o el diseño de interiores», cierra.

  • Dónde: Museo del Prado, Madrid. Cuándo: hasta el 23 de enero. Cuánto: 15 euros (entrada general).

LA VIDA EN TORNO A POZOS Y BANQUETES

Al final del recorrido, la muestra se toma la licencia de incluir unas piezas que si bien no conforman una serie completa como las anteriores, sí «pertenecieron a conjuntos similares o se relacionan con obras expuestas». Así, la exposición se mete en dos submundos dentro del arte: los cuadros creados alrededor de un banquete, «a través del cual los artistas representaban un acto social y un entorno en el que reflejaban los ideales suntuarios de quienes encargaban estas obras»; y en torno a un pozo, «un elemento que (como la fuente) ha sido uno de los lugares más importantes de relación social en el mundo preindustrial».