Teresa Ann Savoy, la niña a la que se tragó el cine erótico
Martín Llade publica una novela en la que recupera la historia de una actriz que entró en la industria para ser una estrella y que terminó sepultada por las etiquetas de “toxicómana” y “juguete del porno blando”
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Martín Llade tenía 16 años cuando sintió la llamada de Roma. La lectura de “Yo, Claudio”, de Robert Graves, le había fascinado y el siguiente paso era “Calígula” (1979), de Tinto Brass, un filme erótico que era dinamita para un grupo de chavales de principios de los 90. Apuntemos que existen dos versiones de esta misma cinta, una “light”, pasada por el tamiz del recato, y otra más “caliente” en la que, a mediados de los 80 y como petición del productor (Bob Guccione, fundador de “Penthouse”), se añadieron las escenas con desnudos integrales y algunas otras imágenes pecaminosas. Fue con esto con lo que se quedaron los amigos de Llade, repletos de hormonas revolucionadas. Sin embargo, el ahora escritor, periodista y locutor se centró en otro aspecto completamente diferente: con la banda sonora, “me cautivó”, dice. Con la excusa de la música, aquel “Calígula” de porno blando se convirtió en un habitual en su vida. Luego llegaría el casete y el disco compacto, pero, hasta entonces, era lo que tenía.
Ahí comenzaba la relación de amor apasionado de Martín Llade con la música (entre otras, desde la muerte de José Luis Pérez de Arteaga, es el encargado de la retransmisión para RTVE del Concierto de Año Nuevo). Aunque el largometraje de Brass no solo significó el inicio de su gusto por las melodías (“determinó mi destino”), sino también fue el descubrimiento de una joven que se dejaba ver por allí, Teresa Ann Savoy. Le llamó la atención, y no saber absolutamente nada de ella la convirtió en más atractiva: “Me parecía inteligente, curiosa, muy niña. Ignoraba hasta la nacionalidad y, sin internet, era imposible encontrar nada de ella”. La semilla estaba plantada en su mente y, a partir de ese momento, fue rascando donde pudo sobre la enigmática figura: “Con el tiempo, indagué en bibliotecas. Busqué libros de cine erótico, que realmente no me interesó más que en el momento de la adolescencia”. Y poco a poco fue sabiendo más. Era una mujer que artísticamente ya estaba pasada de moda y que era interesante para conocer los 70 y la liberación del movimiento hippie. “Cada vez me apetecía saber más de la actriz ante la ausencia de datos”, continúa el hombre que ahora le dedica la novela “Lo que nunca sabré de Teresa” (Berenice, Almuzara) y que hoy firma en la Feria del Libro de Madrid.
Llegaron los últimos años del siglo XX y, con ellos, internet. “Empecé a saber más”: “Vi lagunas en su carrera, que se interrumpe a finales de los 80. Entonces, me picó aún más la curiosidad”. Descubre así que a los 16 años se escapó de casa con destino a una comuna hippie en Sicilia. Se comenzaba a forjar la leyenda de otro juguete roto del cine, pero para eso todavía tenía que debutar en él. Alberto Lattuada, el director que descubrió a Fellini, fue su primer “tutor” en la industria. Solo tenía 18 años y “Le farò da padre” iba a suponer su debut con la interpretación de una niña con discapacidad intelectual, Clotilde. Era el 74 y en los siguientes dos años llegarían “Vicios privados, placeres públicos” (de Miklós Jancsó) y “Salón Kitty” (también de Brass), dos filmes eróticos. Era otro tiempo para este género, que visitaba con asiduidad los festivales internacionales, donde hasta compartiría ratos con Berlanga. La mayoría de los trabajos de Savoy se enfocaban hacia el mismo lugar, la seducción. “La aureola que le rodeaba era turbia, aunque su figura seguía siendo la de una niña inocente”.
La paradoja le dio más curiosidad todavía al periodista y “comienzo a tirar del hilo hasta llegar a una historia que nadie había contado”. Es por ello por lo que “entre 2006 y 2007” se abre un blog biográfico de la actriz y se desata la tormenta: “Me escriben seguidores de todo el mundo en mi misma situación, querían saber más desde Israel, Rusia, Brasil, Estados Unidos... No era Jane Fonda, pero tiene seguidores repartidos por todo el planeta”, explica.
Comprueba que la percepción que se tiene de la intérprete nacida en Londres es la de “un objeto sexual. Se la despreció como si fuera de usar y tirar. Un mero objeto de consumo como otras tantas a las que se las despachó sin más. La suya es una historia trágica. No quería estar en ese mundo. Le daba vergüenza verse desnuda, lo odiaba, se encontraba fea”. Se empezaban a acumular los problemas a su alrededor, y la hepatitis lo multiplicó todo. Apenas pesaba 35 kilos y “la gente se pensaba que era toxicómana a pesar de que había manifestado que no tenía el menor interés en las drogas”. También tuvo que desmentir que le gustase el sexo en grupo: “Era tradicional, su único deseo era ser normal, ser madre, tener hijos...”, asegura Llade. De poco sirvieron sus negativas a los rumores. Se la expulsó del cine. El cartel de “toxicómana” pesó mucho más que cualquier explicación. Demasiado yonqui y demasiado hippie para la industria. “Dejaron de llamarla” coincidiendo con la crisis del cine italiano de los 80.
En el libro también se recogen las posibilidades que le fueron surgiendo durante esos años para dar un giro a su carrera, pero ninguna fructificó. Bien porque no se desarrollaban los proyectos o bien porque no encontró manera de vencer a las etiquetas, nada funcionó. Aceptó la enésima propuesta para salirse del circuito erótico, pero el estreno de “Calígula” tres años después de su rodaje hizo que en esa ocasión tampoco fuera posible la huida. Logró hacerse un hueco en la segunda parte de “Sandokan”, pero, del mismo modo, fue un fracaso. Coincidió con el estreno de “La guerra de las galaxias” y el lado oscuro fue bastante más fuerte.
A pesar de este camino de altibajos, o de una única subida seguida de un precipicio al que se asomó y cayó, Teresa Ann Savoy hizo una ligera fortuna de la que, como explica Martín Llade, “se desprendió para ayudar a sus amigos. Le pedían dinero para la calefacción y ella se lo daba sin problemas. ¿Un millón de liras? Pues un millón de liras. Tenía una visión muy optimista sacada de la comuna”, donde también conoció al que sería su marido. Era una persona que hacía bueno eso de “de lo buena que es, es tonta”, que dice el refrán: “Fue muy dulce, pero un poco ingenua”, confirma el autor. “Se aprovecharon de su inocencia desde el inicio, cuando la introducen en el cine erótico. Intentó salirse, pero fue imposible. Se convirtió en un verdadero obstáculo para hacer cine convencional. Y aunque hubiera continuado en este género no habría tenido éxito, pues la gente rápidamente se pasó a la pornografía”.
Ahora, “Lo que nunca sabré de Teresa” se convierte en ese homenaje que nunca tuvo la actriz y en el que el escritor quiere dar de lado a las grandes estrellas del celuloide, las Hepburn y Monroe, para dar visibilidad a “pequeñas figuras”, como la protagonista de esta “panorámica de los años 70 y de los hippies en Europa”. Una historia que se debate entre la tristeza de un juguete roto y manoseado y la felicidad de cumplir un objetivo tan sencillo como el de ser madre, “que lo cumplió”. Triste también por la desmemoria a la que se la condenó. “Fue olvidada. Cuando murió, la RAI se recreó en su faceta erótica y se la tomó a broma. Además, en 2014 se hizo un documental de su comuna, donde era el personaje más célebre, y no quiso aparecer porque sentía que se la había maltratado por parte de los medios y de la industria del cine”. Y sentencia: “Murió con la sensación de que se la había olvidado por completo”.
- “Lo que nunca sabré de Teresa” (Almuzara), de Martín Llade, 288 páginas, 17,95 euros.