Picasso y Neruda: la izquierda cancela a sus ídolos
Tanto el pintor malagueño como el chileno se han convertido ahora en los nuevos blancos del revisionismo moralizante amplificado por el feminismo radical
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El movimiento #MeToo abrió la veda allá por 2017 y, lo que empezaba con muy buenas intenciones («promover el empoderamiento a través de la empatía» entre mujeres víctimas de abusos, visibilizando un problema hasta entonces quedo) acabó convirtiéndose en una bestia desbocada y absolutista que encontró en las redes sociales las condiciones óptimas para una viruela moralista. La lista de los acusados de acoso y abusos, de todo lo que va de la violación más abyecta al más leve roce de un muslo, sin gradación ni distinción, sin necesidad de más prueba que la palabra («la mujer debe ser creída sí o sí»), es inabarcable: Plácido Domingo, Marilyn Manson, David Alan Harvey, Kevin Spacey, Morgan Freeman, Terry Richardson, Woody Allen, Phil Spector… Que algún indeseable fuese culpable y pagase justamente por ello bien valía para el neofeminismo radical el peaje de destrozar la vida y la carrera de algún inocente.
De aquellos barros estos lodos, y ya da igual vivos que muertos. Así, el revisionismo de las biografías de los grandes genios de nuestra historia desde la mirada hipersensible del ahora, una suerte de puritanismo fiscalizador y revanchista, se ha convertido para algunos en obligación ineludible de nuestra sociedad, en deuda con supuestas víctimas del pasado. Para otros, en una muesca más en el revólver de movimientos identitarios que parecen sufrir ya el síndrome de San Jorge jubilado. Les ha tocado ahora el turno a dos grandes genios, Neruda y Picasso, ambos muertos en 1973, y los custodios de su legado se ven en la obligación de moverse en esa fina línea en la que se aguanta, mal que bien, el precario equilibrio entre preservar, divulgar y reivindicar la figura histórica y el valor indiscutible de su obra y, al mismo tiempo, no soliviantar en exceso a la bestia acechante e insaciable.
En el caso de Neruda, el abandono de su hija con hidrocefalia fue reflotado y aireado ante la opinión pública por organizaciones feministas para exigir en 2018 que no fuese rebautizado con su nombre el aeropuerto internacional de Santiago de Chile. Una violación narrada en el libro póstumo «Confieso que he vivido» del «más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma», como lo definió Gabriel García Márquez, y alguno de sus versos (me gusta cuando callas porque estás como ausente o rompo tus miembros uno a uno), interpretados literalmente por incapacitados para el pensamiento abstracto, han sido suficiente para que su figura se vea señalada.
Revisionismo moralista
Fernando Sáez, director ejecutivo de la Fundación Pablo Neruda, lamenta que las intenciones del poeta con esas palabras se hayan malinterpretado. «La confesión del propio Neruda en sus Memorias», explica, «tiene todo el sentido contrario de un alarde. Expresa su vergüenza por este acto. En sus memorias hay muchas omisiones de personas importantes y tienen la calidad más bien de recuerdos, escritos cuando ya estaba afectado por un cáncer que lo llevó a la muerte. Y precisamente aparece ese hecho, seleccionado especialmente por su memoria, como un arrepentimiento». «Esto ha afectado a mucha gente en su percepción del poeta», admite, «pero nosotros pensamos que la enorme vigencia de Neruda y su obra estarán siempre por encima de estas declaraciones y reclamos, que para algunos puedan ser pertinentes». Precisamente el próximo año se cumple el cincuenta aniversario de la muerte del poeta, y cien años de la publicación de su más famosa obra, “Veinte poemas de Amor y una canción desesperada”.
La Fundación mantiene en todo el mundo más de 500 contratos vigentes y su obra ha sido traducida a más de 40 idiomas. Tampoco se libra Picasso. El malagueño es, a ojos del ahora, un genio violento, misógino y abusador. Y el propio Museu Picasso de Barcelona se ha rendido ante ese revisionismo moralista, poniendo la figura del pintor ante la mirada escrutadora del ginocentrismo: «este año» explican desde el propio museo, «como institución facilitadora de opiniones, proponemos una reflexión sobre los aspectos vitales y creativos del pintor desde una perspectiva que focaliza la reflexión a partir de la mirada de género con la voluntad de abrir un diálogo basado en elementos de reflexión y rigor, recogiendo nuevas visiones que ayuden a entender la obra con una perspectiva social e histórica y planteando la posibilidad de explorar nuevas narrativas en torno a la relación autor-obra».
Un gran número de actividades programadas giran en torno a esa fiscalización y reprobación de la vida íntima del artista que parece ser, hoy, una enmienda a la totalidad de su obra. Así, por ejemplo, durante el mes de marzo, en el marco del programa «Explorar Picasso» se llevaba a cabo en el museo el taller «Bajar la líbido al minotauro: confrontamos la masculinidad picassiana» que, a cargo del doctor en historia del arte Víctor Ramírez Tur, se analizaba «con mirada crítica» la masculinidad picassiana en su obra y su biografía «desde la perspectiva feminista y queer, revisando especialmente «las iconografías más controvertidas del artista, como las referentes al trabajo sexual, la violencia sexual o el voyeurismo». O el curso «Picasso en Construcción», de Daniel López del Rincón, también doctor en historia del arte, en el que se planteaba el «análisis crítico de la masculinidad picassiana, la reivindicación de una ética del fracaso, el planteamiento de una lectura cinematográfica del cubismo o las potencias performativas del drag».
Desde el museo las enmarcan en su intención de «alimentar un debate con visión crítica para poder construirnos un juicio propio, con mirada actual, en torno a la obra y la figura de Picasso» y dar respuesta a las grandes preguntas que se plantean, según ellos, al respecto: «¿Es posible hoy en día organizar una muestra sobre Picasso sin eludir interrogantes incómodos sobre su vida sentimental y, al mismo tiempo abrazar el relato ginocéntrico? ¿Cómo garantizar la pluralidad de voces en las instituciones picassianas? ¿Cómo incorporar la perspectiva de género en los estudios picassianos?». El Museu Picasso de Barcelona, que se define como «una institución abierta y accesible a todo el mundo que tiene el propósito de conservar, estudiar, reivindicar y difundir el legado artístico de Picasso», elude sin embargo contestar a otras cuestiones que tendrían que ver con el viejo debate de la separación entre obra y autor, y si juzgar la moralidad de los actos íntimos debería influir en la estimación de la obra.
Tampoco es de justicia valorar los actos de entonces con los actuales y particulares baremos éticos, que ni son los de entonces ni serán los del mañana, desde la subjetividad de una escala cambiante, en lugar de valorarlos y situarlos en su contexto original. ¿No es despojarlos de buena parte de su carga significante y, por lo tanto, errar?. «En su vocación de servicio público» indican muy amablemente «el museo trabaja para llevar la obra del artista a la contemporaneidad, aportando elementos de reflexión y rigor que permiten analizar y valorar el legado y la obra de Picasso». Visto lo visto, si hoy nada en una biografía merece reprobación, vivo o muerto, no se es nadie. Ni se ha sido.