Sección patrocinada por sección patrocinada

Cine

Isabel Santaló, o los pinceles que se perdieron por el camino

«La visita y un jardín secreto», documental de Irene M. Borrego, rescata la figura de la artista, contemporánea de Antonio López y objeto de muestras en el Museo del Louvre

La pintora Isabel Santaló, filmada por su sobrina Irene M. Borrego, en «La visita y un jardín secreto»
La pintora Isabel Santaló, filmada por su sobrina Irene M. Borrego, en «La visita y un jardín secreto»BEGIN AGAIN

Apenas se supera la hora de metraje, pero entre la pantalla negra que recibe al espectador y la que le despide, las imágenes son capaces de embriagar, de inspirar y de epatar, no desde la nostalgia que inspiran sus continuas miradas a la espalda de un pasado imperfecto, sino desde la pura consciencia del error forzado. «La visita y un jardín secreto», nueva y prodigiosa película de la productora y documentalista Irene M. Borrego, es la definición exacta de eso que desde hace décadas nos empeñamos en llamar no ficción: es decir, el uso de los recursos narrativos de lo ficticio en historias pegadas a la realidad.

La definición, ciertamente teórica, languidece frente al poder de unas imágenes níveas, fuertemente iluminadas y hasta brutalistas en su manera de entender la arquitectura del cine, pero aun más frente a la curiosa historia que cuenta, la de la pintora Isabel Santaló (Córdoba, 1923). Contemporánea en su cima artística de Antonio López y becada en los años sesenta por los Ministerios de Cultura de Francia e Italia, Santaló llegó a exponer en más de una decena de ocasiones –incluso en el Louvre o en Nueva York– sus obras abstractas, antes de ir cayendo en un olvido mediático injusto que vivió sus últimos coletazos hace ya una década, cuando hubo quien se acercó a su obra desde la condescendencia de la constancia como valor capitalista más allá de la jubilación. Lejos de cualquier relato de reivindicación, Borrego juega con la recuperación de su figura, justo antes de revelarnos un dato clave para entender la carga emocional del documental: Santaló es, además de lo recopilado, su tía.

"La visita y un jardín secreto", de Irene M. Borrego, competirá en la sección nacional del próximo DocumentaMadrid
"La visita y un jardín secreto", de Irene M. Borrego, competirá en la sección nacional del próximo DocumentaMadridBEGIN AGAIN

Todo a una carta

«He vivido mucho tiempo fuera de España, por lo que mis recuerdos familiares se difuminan. Cuando volví, tenía ganas de conocer a esta mujer, de la que apenas se hablaba en la familia y decidí visitarla», comienza el relato Borrego, que estudió cine en Cuba y se ha formado de la mano de Emir Kusturica o Abbas Kiarostami. Y sigue, al sol del Festival de Málaga, donde la documentalista fue galardonada con la Biznaga de Plata a la Mejor Dirección por la película: «Investigué primero en Google quién era, y me di cuenta de que había sido alguien mucho más importante de lo que me habían contado. La visita fue por motivos personales, familiares, pero rápidamente reconocí un alma parecida a la mía. Me narró hechos y dinámicas que, como mujer trabajando en la cultura, era capaz de extrapolar, de traducir perfectamente al ahora», añade.

Así, y sin apenas mostrarnos la obra de Santaló de manera totalmente consciente, Borrego es capaz de construir dos relatos: el de la artista tan válida como sus congéneres masculinos pero engullida por el machismo horizontal a cualquier época y ahora sumergida en la autoindulgencia como tantos otros maltratados por un Estatuto del Artista que no acaba de llegar; y también el de esa mujer independiente, quizá arisca, que deseaba escapar de los cánones impuestos desde la tradición familiar. Al final, «La visita y un jardín secreto», no es tanto reivindicación de Santaló, como descubrimiento de Borrego y denuncia, a falta de una palabra mejor, de los pinceles que nos pudimos perder por el camino: «Mi primera sensación fue de terror. Primero por preguntarme cuánto tiempo estuve juzgando a aquella mujer solo de oídas y segundo por verme ante una especie de espejo al futuro, por descubrir que todas las comparaciones que había oído en casa durante toda mi vida hacían referencia a una mujer a la que encontré sola, en unas condiciones económicas precarias y con una salud muy débil», confiesa sincera y directa la realizadora.

DocumentaMadrid, por todo lo alto
En su primera edición sin mascarillas, una de las citas nacionales más importantes con el documental vuelve por todo lo grande: al documental de Borrego, hay que sumar en la Sección Nacional trabajos como la excelente «Tolyatti Adrift», de Laura Sisteró sobre la generación perdida de la Rusia de Putin, o «El sembrador de estrellas», de Lois Patiño. En el plano internacional, destacan «How Do You Measure a Year?», de Jay Rosenblatt o o «Nazarbazi», de Maryam Tafakory. Además, y en colaboración con el Museo Reina Sofía, la edición de este año dedicará una retrospectiva a Gonzalo García-Pelayo.

El documental, que participa en la sección competitiva nacional de DocumentaMadrid (del 24 de mayo al 5 de junio), cuenta también con el testimonio del pintor Antonio López –cada vez menos dado a estas intervenciones– y es, según Borrego, el resultado de enfrentarse a esos miedos de los que hablaba y que parten de un juicio inicial: «Ver a Isabel como la vemos al principio de la película me transmitía la sensación de apuesta perdida, de jugárselo todo a una sola carta en la vida y que las cosas no salgan como uno espera. Esa es en realidad la cara más dura de ser artista o de dedicarse a la cultura». Y continúa, sobre esa imagen que se construyó en casa de los Martínez, el apellido que comparten: «A mí me pintaban a un ser horrible. A veces, le tenía que decir a mi padre: ‘’Oye, que es tu hermana. No puedes hablar así de ella’'. Era un personaje que rompía totalmente las convenciones y lo dejó todo por el arte. Ella siempre trabajó entre la figuración y la abstracción, no es que pintara los domingos unos paisajes bonitos para ella, era algo mucho más visceral, y eso la separó todavía más de la familia. Nunca se casó, nunca intentó poner la otra mejilla ni someterse. La tía Isabel se acabó convirtiendo en una especie del hombre del saco, incluso citándola para las reuniones de la familia como por compromiso. Ahora que le damos tantas vueltas a los feminismos y el debate ya es de la sociedad entera, me fascina ver cómo muchas de esas convenciones se transmiten como un ente cultural, incluso de madres a hijas en el seno de la familia», completa abierta al debate.

Un óleo sobre lienzo de Isabel Santaló, una de tantas obras de su producción abstracta
Un óleo sobre lienzo de Isabel Santaló, una de tantas obras de su producción abstracta59 EN CONSERVA

Prejuicios y mentiras

Huyendo del retrato más inocente o una hagiografía de lo tierno y, sin revelar un argumento que bien merece que el camino guarde todas sus sorpresas, Borrego acude a la casa de Santaló en Madrid para pintar, valga el símil, un cuadro del olvido senil del artista. No se trata de repescar desde lo contemporáneo las ideas de su arte, sino hacer entender, desde la perspectiva de la directora como investigadora, qué significa ser artista, a qué se renuncia y cómo, casi inequívocamente, se acaba si uno es una mujer a contracorriente en el tardo-franquismo. ¿Es también «La visita y un jardín secreto» el retrato de una mujer dolida, herida? «No ayudaba nada que yo me parezca tanto a mi padre», bromea Borrego antes de explicar las discusiones que mantiene con la pintora, a veces resentida cuando se le pregunta por su éxito en la película: «Creo que es culpa mía. Yo me enfrenté a las entrevistas creyéndome muy progre, muy abierta, pero en realidad estaba llena de prejuicios hacia ella», añade. Sin demasiadas esperanzas por una nueva reválida del arte de Santaló, Borrego se despide hablando del poder de reminiscencia de su documental, capaz de ser entendido desde lo cinematográfico, lo periodístico y lo artístico: «Yo entiendo la no ficción como la escultura. Tenemos que ser capaces de mostrar matices, no contar la vida completa de la figura que estamos levantando».

Misterios del color y misterios del corazón
En «La visita y un jardín secreto» no hay apenas planos, y si los hay son furtivos entre el gato Ramsés y la empleada del hogar Fernanda, de la producción artística de Isabel Santaló. Acostumbrados al «biopic» idílico que aprovecha el formato del cine como arma de reivindicación, la propuesta de Borrego va un poco más allá: «Lo que quería, realmente, era hacer una reflexión sobre el proceso artístico a través de Isabel, no tanto exponerla como aquello que olvidamos injustamente. Éramos conscientes, eso sí, de estar trabajando con personas reales y creo que el documental se parece más a aquellos que lidian con personas encarceladas de forma injusta. Es como si, medio siglo después, reabrieramos el caso. No es mi labor juzgar si su arte mereció otro trato, poblar museos de todo el mundo o ser todavía más olvidado, sino ofrecer una oportunidad más de tener un juicio justo», explica Borrego sobre esos misterios del color vanguardista que terminan en misterios del corazón.