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“La Mif” o el cine contra el cuento de hadas suizo

Fred Baillif mezcla actores profesionales y jóvenes de hogares de acogida para contar la realidad de estos últimos, muy distinta de la imagen idílica que se tiene del país helvético
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Fred Baillif (Suiza, 1973) no es un director convencional. Llega a la entrevista, en el marco de la misma Seminci de Valladolid en la ganó la Mención Especial del Jurado, ataviado con una gorra de rapero y hablando con su elenco en el mismo argot francófono que ellos, pese a sacarles unos veinte años a cada uno. Estudiante de cine primero y graduado en Trabajo Social más tarde, el director de “La Mif” (La familia)” -que llega este viernes a las carteleras españolas tras avivar el debate sobre las casas de acogida en su país de origen-, llevaba años cercano a la realidad que se trata en la película, intentando hacer de la experiencia de estos chicos, muchas veces traumática, algo más llevadero.
“No creo que el sistema suizo de acogida esté roto, pero como lo he vivido desde dentro como profesional, intento transmitir con la película la existencia de una lógica de sobreprotección que no ayuda a conseguir resultados con los chicos. Y eso es algo que la pandemia simplemente agravó. Gracias a mi trabajo y a mi investigación, me he dado cuenta de que no respondemos a las necesidades de protección de los jóvenes, sino solo atendemos a las necesidades que percibimos como dañinas para los demás. Intentamos que no molesten. Eso es lo que me llevó a plantear la película como una denuncia, quizá”, explica el director, que en “La Mif” (acrónimo intraducible que proviene de la tendencia francófona y pueril de invertir los fonemas de las palabras para que los adultos no sepan de qué se está hablando) mezcla actores profesionales y jóvenes provenientes de casas de acogida para intentar pintar un retrato fiel de su contexto, de lo que les preocupa y de lo que les quita el sueño.

Acompañar a los jóvenes

Anais Uldry, que pasó su adolescencia entre este tipo de soluciones habitacionales, y Charlie Areddy, joven que llegó a la película a través de su padre, director de fotografía, responden juntas: “La película me parece sincera porque veo mi propia realidad. Mi personaje no cuenta por qué acaba en ese centro, que al final es lo de menos pero sí su día a día, que representa especialmente a nuestra generación”, explica Uldry, antes de que matice su compañera de reparto sobre la manera de rodar de Baillif, que partía de unas líneas maestras pero no había escrito diálogos para los chavales: “Hice unas semanas de beca después de rodar esta, para una película tradicional, y me tuve que aprender el texto. Me costó muchísimo, al venir de estas improvisaciones, donde Fred (Baillif) conseguía que expresáramos nuestras propias emociones”.
Así lo explica también el mismo Baillif, que además de todo lo mencionado, llegó a jugar siete años como profesional del baloncesto en la liga helvética y, como no podía ser de otra manera, también es DJ: “Quería acompañar de verdad a los jóvenes, que cogieran confianza en ellos mismos y se transformasen, se convirtieran en adultos valientes y seguros de sí mismos. La cultura de la prohibición no ayuda a nadie”, completa sobre una de las tensiones argumentales de la película, el sexo como tabú para evitar males mayores: “El personaje central de la película, el de la trabajadora social, me transmitió en la vida real que hay una presión permanente sobre la sexualidad. No se habla y no se trata, provocando crisis de desinformación que luego no tienen marcha atrás. Frustran a los chicos, y por tanto a los profesionales que tratan con ellos”.
Contra el cuento de hadas suizo, ese que habla de un remanso idílico y ultra-democrático pero que esconde a un país sumido en la vigilancia más absoluta desde lo policial en el que los inmigrantes no tienen derecho a sanidad, “La Mif” escapa también en lo estético, consiguiendo epatar con su historia contextual –y a veces hasta costumbrista-, pero sabiéndose consciente de lo que quiere, poner el foco en una realidad que obviamos constantemente y de manera deliberada: “He visto mucho cine moderno, francófono, en el que se manipula con la música todo el tiempo y no me gusta nada. Me marcho de la sala, si hace falta. Decidí, gracias al tiempo que me dio el covid, que no quería hacer eso. Hubo un primer montaje que no me dejó muy contento, por lo que acabé deconstruyendo la película. Sobre lo duro, lo que se muestra y lo que no, la música es muy importante. No quería manipular las emociones, pero sí quería ayudar a que el espectador secuenciara los capítulos. Pero eso se hace en el montaje, no en el rodaje, donde realmente tienes que dejar que todo fluya”, se despide Baillif no sin antes chocar los cinco con el entrevistador y seguir de colegueo con su elenco.

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