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Documental

Vincent Munier captura el lado salvaje del leopardo de las nieves: “paso más miedo con el hombre que con los animales”

El fotógrafo francés protagoniza junto al escritor Sylvain Tesson una travesía homérica para encontrar en el Tíbet a este majestuoso animal, el mismo que da nombre al documental que se estrena hoy en salas tras su paso por Venecia

Vincent Munier en "El leopardo de las nieves"
Vincent Munier en "El leopardo de las nieves"WandaWanda

Todavía en los sueños de Vincent Munier se adivinan las sombras de animales centenarios, sublimes, salvajes, majestuosos, como cuando era niño. Este amante de los espacios abiertos, particularmente sensible al lenguaje poético y estético de la Naturaleza, descubrió la existencia del leopardo de las nieves, este felino de cabeza peluda, caninos en forma de jeringuilla y amarillentos ojos demoníacos que se ha convertido para él en algo más que una obsesión durante los últimos diez años, a través de los relatos de aventuras del biólogo estadounidense George B. Schaller. Ya en los años setenta, tuvo la oportunidad de filmarlo en Chitral (Pakistán) pero durante su primer viaje al Tíbet, en 2011, las esperanzas de verlo se redujeron considerablemente.

Once años después de aquello, la directora Marie Amiguet encapsula ahora la travesía de este fotógrafo francés y un acompañante especial perteneciente al universo de la palabra, el escritor Sylvain Tesson, mediante un documental bautizado con el mismo nombre que el del felino, para trasladar la belleza de un encuentro entre dos hombres de mundos diferentes que terminan arrodillándose reverencialmente ante la búsqueda de este animal que “duerme y se despierta como si su sueño lo hubiera electrocutado”. Lejos de las cumbres habitadas por presencias invisibles y yermos parajes de sobrecogedora inmensidad que han inundado su campo de visión durante el último tiempo, Munier recibe a LA RAZÓN sentado en el interior de una cafetería, con una amplia sonrisa nacarada y todos los complementos de la civilización integrados en su cuerpo y en su gestualidad pero con el salvaje que lo completa y lo domina latiendo en las pupilas y en las rojeces de alta montaña que cubren sus mejillas.

Hace un par de semanas tuve la suerte de hablar con el fotógrafo Steve McCurry sobre la condición heredada o adquirida (mediante la práctica y el entreno) de la mirada. En su caso, ¿diría que comenzó muy pronto a orientarla?

Sin duda, desde que soy muy pequeño te diría. Empecé muy pronto a saber leer un paisaje, para mí se ha convertido casi en un alimento espiritual. Buscando lo que me parece bello. Es algo muy personal y tengo la sensación de que siempre hay notas poéticas en el paisaje y voy intentando atraparlas con mi mirada para luego intentar compartirlas a través de la cámara. Es curioso porque ya no me doy cuenta de eso, ya ocurre de forma natural, el hecho de escanearlo todo con los ojos, pero la gente que está conmigo se da cuenta de que es una deformación profesional casi enfermiza. Siempre estoy mirando de un lado a otro, intentando tener los sentidos despiertos. No quiero perderme nada, porque a veces todo es tan efímero, tan fugaz. La presencia de un animal, un rayo de luz que rebota en un pino: es algo muy subjetivo, muy personal. Eso es lo genial en la fotografía animalista, que a veces tienes la impresión de que esperas horas y horas, al acecho, a que aparezca lo que estás buscando y de pronto cuando aparece no te resulta real, piensas “no puede ser”, pero justamente la cámara permite fijar el espejismo y eso es absolutamente fabuloso. Y en el cine ya ni te cuento, todo se expande: con el sonido, la música y la imagen en movimiento puedes ser aún más preciso, transmitir las emociones que estás sintiendo con mayor fuerza.

Una imagen de el leopardo de las nieves
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¿Más de diez años detrás de él demuestran un aval suficiente como para afirmar que existe un punto obsesivo con el leopardo de las nieves en su caso?

Por supuesto, está claro que me posee el animal después de diez años de trabajo. Es como un fantasma que me persigue, lo llevo dentro. Pero me ocurre lo mismo también con el lobo blanco. Lo digo en la película: “no soy el mismo en la naturaleza que en el mundo urbano”. Se apodera de mí una vertiente muy animal cuando estoy en el terreno porque me posee tanto la sensación que me invade cuando pienso qué puede hacer el animal, anticiparme a sus movimientos, leer sus huellas. Por eso es una actividad tan solitaria también, porque no estoy dispuesto a comunicarme con los demás y ahí es donde a veces me siento cómodo. El secreto está en pasar mucho tiempo en el mismo sitio y no consumir directamente, conseguir que la espera te haga ser armonioso con la Naturaleza, entender el entorno, conectar. Muchas veces llegas allí y te das cuenta de que sobras, de que no estás adaptado y de repente ves al animal, que es la auténtica perfección. Cuando llegas allí a veces es decepcionante, te preguntas “qué hago yo aquí”. Por eso intento reducir la distancia entre la naturaleza salvaje y el ser humano.

En términos técnicos, a la hora de llevar a cabo este documental, ¿cómo se consigue capturar unas emociones concretas, las mismas que están sucediendo en ese preciso momento, sin que parezca pretendido ni buscado, sin que sea artificial?

Creo que esta película es diferente y especial precisamente por eso. Sencillez, sobriedad, no hay drones, no hay grúas, no hay técnicos, ni ingenieros de sonido: nos hemos despojado de todo para no ser intrusos ni perturbar este orden perfecto de la naturaleza. Por otro lado, yo personalmente soy bastante testarudo, muy independiente y no me gusta que me presionen. No soy un artista, soy un artesano, todo lo hago solo. Y me gusta hacerlo así, por eso auto produje esto al principio: no quería tiempos, que me dijeran que solo tenía un mes y sentir la presión porque es algo que no soporto. De modo que fuimos, sabía lo que quería más o menos (eso sí), pero tampoco estaba seguro de lo que obtendría, había ido solo en anteriores ocasiones, pero esta vez fui con Marie, la directora, y Leopold, encargado del sonido. Marie en ningún momento preparó una puesta en escena, eso estaba prohibido, tenía una cámara muy pequeña para filmarnos a nosotros. Ella captó realmente los momentos y eso fue lo difícil en el montaje porque en realidad era una película un poco torpe en ese sentido, de aficionados, pero también sincera. No se miente al público, simplemente mostramos lo que ocurrió con todas las torpezas que podían surgir.

Vincent Munier y Sylvain Tesson en "El leopardo de las nieves"
Vincent Munier y Sylvain Tesson en "El leopardo de las nieves"ImdbImdb

¿Cómo ha sido el viaje emocional compartido con Sylvain y qué clase de sinergia se ha creado en esa observación conjunta de un mismo paisaje?

Nunca nos habíamos encontrado ante algo así, nos conocíamos de vista, al haber coincidido en varios festivales de aventura, pero nada más. Al principio estaba un poco angustiado para serte sincero porque no sabía cómo iba a transcurrir la travesía, sobre todo porque Sylvain tiene una personalidad muy expresiva, muy sociable, habla mucho, es muy mediático en Francia, le gusta pasarlo bien. Pero al final fue genial. Supo escuchar, escribía todo el tiempo tomando anotaciones de aquí y de allá, trabajaba mucho y sabía guardar silencio. Tenía los ojos como los de un niño, llenos de curiosidad y era un placer para mí ser testigo de eso. Estando allí, en mitad del viaje le pedí que escribiera unas cosas y me dijo que podía hace algo más, que podía armar todo un libro y de esa manera absolutamente espontánea por su parte, escribió el libro “El leopardo de las nieves”, que más tarde publicó con Gallimard y se convirtió en un éxito. Nada estaba escrito, no había nada preparado.

Ha habido situaciones extremas durante el rodaje...

Sí, sí, sin duda. Quizás los momentos con la osa fueron algunos de los más complicados pero a mí me encanta verme en mitad de ese tipo de situaciones porque te sientes potencialmente una presa. Es una sensación importante, única: es el drama de nuestra época. Siempre nos percibimos como los dueños, como los maestros del mundo, conscientes de que la suerte de cualquier animal depende de nosotros. Pero sentirte vulnerable aporta humildad. Sin embargo curiosamente y centrándome en lo que dices, cuando peor lo pasé, cuando más miedo sentí fue con la policía china. Es absolutamente horrible lo que ocurre en el Tíbet. Aunque ocultamos este episodio en la película porque no tenía nada que ver con el tema central, es algo que vivimos de primera mano y de una forma muy violenta. Me cogieron preso cuando estaba filmando al leopardo, estuve tres días en la cárcel, me hicieron firmar papeles obligándome a mentir sobre el propósito del proyecto y acusándome de ser un furtivo que quería robar crías de leopardo para comercializar con ellas en Europa, en una ciudad perdida, con un trato policial extremadamente violento. No podía hablar con la embajada, no podía hacer nada. Sin duda esa fue una situación más peligrosa que la vivida con la osa (admite entre risas). Y al final, como todo en esta vida, se resolvió con dinero. 3.000 euros para ser exactos. En general paso más miedo con el hombre que con los animales.

¿Fue capaz de reconocer la sensación que experimentó al ver al leopardo o no era comparable con ninguna otra que hubiera sentido anteriormente?

Buena pregunta. Con los lobos blancos recuerdo sensaciones muy intensas también. La emoción te embarga hasta tan punto que me cuesta expresarlo con palabras. Llevas tanto tiempo esperándole, hasta el punto de obsesionarte... ni siquiera puedo hacer la foto, no quieres perderte nada. Mira una anécdota. La primera vez que vi al leopardo fue fascinante porque lo hice antes de que él me viera a mí, cosa que es bastante rara. Un amigo me había ayudado con el material recopilado, habíamos seguido sus huellas y nos topamos con una enorme pared rocosa, no podíamos seguir y de pronto vi unos cuervos. Eso podía interpretarse como una señal porque éstas aves suelen seguir a los grandes depredadores para comer. De modo que decidimos meternos durante tres horas a esperar en una cueva: y de pronto cambia el tiempo, aparecen ráfagas de viento terribles y entra en el campo visual. Fue fascinante. No me vio, pasó delante de mí y no me vio.

Subraya la importancia de no perderse las cosas que suceden delante de nuestros ojos en un entorno natural precisamente por la rapidez con la que ocurren pero sin embargo parece que si trasladamos eso al entorno urbano la realidad en muchas ocasiones es que preferimos grabarlas en vez de dedicarnos a vivirlas. ¿Le entristece esto?

Sylvain por ejemplo habla muy bien de eso en sus libros. Esto lo que interpretamos como el supuesto progreso ¿no? Incluso las redes sociales a mí me aterran, me desestabilizan, no me gustan. Sin duda me apena muchísimo, especialmente este tipo de situaciones en las que de repente la gente se dedica a grabar un concierto por ejemplo en vez de disfrutarlo mientras ocurre delante de sus ojos. Pero por desgracia no tengo una solución clara.

¿Hasta qué punto hay una intención de cambio y de concienciación detrás de tus proyectos que trasciende al puro registro del legado que estamos dejando en el planeta?

Estoy absolutamente convencido de que los documentales, los libros de fotografía, los reportajes... ayudan y son indispensables. Compartir es sencillo, solo proteges lo que te gusta, lo que quieres y por eso es importante trasladar la idea de que esa protección merece extenderse a más ámbitos, compartir ese amor con otros seres vivos, con otros animales para que se entienda que son igual de importantes. Todo esto es complementario con una labor de fotoperiodismo: enseña todo el que es duro y triste de ver pero que forma nuestra realidad. Sin embargo creo que también necesitamos alimentarnos de la belleza del mundo. Cada vez estamos más rodeados de fealdad, de crueldad, de destrucción, de agresividad a través de la publicidad: vivimos en un mundo violento. Nos hacen falta más imágenes bellas para equilibrarnos, para sentirnos mejor por dentro.