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Iñaki Arteta y los silencios violentos que dejó ETA

En «Sin libertad. 20 años después», el director vasco vuelve a encontrarse con las víctimas del documental original junto a jóvenes estudiantes de periodismo
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Hay en «No Bears», la última película del preso político iraní Jafar Panahi, una frase tan precisa como desoladora. El director, que se interpreta a sí mismo y que no pudo estar ayer en Valladolid presentando su filme en la Seminci por ser contrario al régimen, es receptor de un demoledor: «Si estas cosas se arreglaran hablando, usted no estaría como está». La verdad, esa materia ciertamente volátil que hay quien quiere siempre relativizar parecía el hilo conductor de la jornada de ayer en Pucela, donde en igual significación política contra el abuso de los violentos, el realizador vasco Iñaki Arteta presentó «Sin libertad. 20 años después».
Contra el relato idílico
Concebido como una vuelta al mediometraje original de 2002, en el que entrevistaba a un amplio abanico de víctimas de la banda terrorista ETA, su nuevo largometraje funciona como un artefacto «entre el “reality”, el cinéma-verité y el documental», según dice su responsable, en entrevista con LA RAZÓN. La idea de Arteta era revisar el contexto desde el prisma de la juventud y la institucionalización de la memoria, y así se acercó a varias facultades de periodismo, buscando chicos que apenas fueran niños cuando estrenó la primera película. «Queríamos volver a entrevistar a las víctimas, ver cómo habían ido viendo todo el proceso, pero tenía más valor hacerlo con quien no había vivido de cerca el terrorismo. Hacerles comprender, mediante testimonios directos, el dolor y el abandono que muchas nos expresaban», matiza un Arteta que finalmente dio con cinco jóvenes: Jagoba y Jon, vascos y más concienciados, y María, Pablo y Andrea, que apenas conocían de oídas la lacra de la violencia.
Tras un primer visionado de la película original, los jóvenes se lanzan a la carretera para encontrarse con un muestrario de víctimas que van desde Inmaculada Iruretagoyena, cuyo hermano fue asesinado y que sufrió en sus propias carnes la violencia con un atentado frustrado el día del entierro, hasta los padres de Jorge Díez Elorza, escolta del también asesinado Fernando Buesa, pasando por personajes como el líder de Vox, Santiago Abascal, concejal entonces del PP. Los rostros y los testimonios, alejados de esa “homogeneidad oficialista” que denuncia Arteta en el documental, hablan de reparación incompleta, de dolor, pero también de venganza o de sentimientos que, por no materiales, pueden incluso descolocar al espectador menos versado en el horror terrorista: «¿Por qué dejo unas cosas sí y otras no? Porque quería mantenerme fiel a lo que nos contaban. A cómo vive, todavía con miedo y con miradas acusatorias, buena parte del total de las víctimas. Iruretagoyena llega a decir que, si por ella fuese, los hubiera matado, pero eso también habla del falso conflicto. No eran partes iguales. Eran una banda terrorista y sus socios políticos abusando de todo el resto de la sociedad vasca », añade el director.
Un dudoso reflejo de la barbarie en la nueva ficción
Arteta, que ha dedicado casi toda su obra para dar voz a las víctimas incómodas, a las que no se pliegan a lo conveniente para un partido político o el contrario, no tiene claro cómo ayuda la nueva ficción sobre ETA: «La mayoría de series y películas se inserta en la tradición y el relato de la convivencia. Está bien, es respetable, pero no cuando se utiliza como excusa para el olvido». Y sigue: «Es algo que conecta exactamente con la política del Gobierno Vasco de recuerdos selectivos y restaurativos amparados en la convivencia. Todo el mundo está callado pensando que hace algo. Es de un relativismo moral ridículo».
La tesis, que al final encuentra también en la película discursos conciliadores, como el de Mari Mar Negro (hija de un trabajador asesinado en la central de Lemóniz), pasa por la reivindicación de la presencia de la barbarie histórica en la educación: «Se quiere vender, con silencio, una especie de fin de la violencia idílico. Pero tengo esperanza en los jóvenes y en los hechos, que al final son inmunes a cualquier tipo de manipulación», se despide Arteta.