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Alfredo Kraus, un imprescindible

Un documental recuerda la figura de una de las grandes voces de la clásica

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Días atrás TVE-2 emitió un reportaje-documental sobre Alfredo Kraus grabado en 2022 bajo el título de «Los imprescindibles» y que se presentó en el pasado festival de cine de Málaga. En él se intenta dar una visión sobre lo que fue como artista y como persona, empleando fotos, vídeos y opiniones que van desde las estrictamente musicales a las familiares e incluso médicas. Entre las primeras se escucha a los críticos Arturo Reverter y Ricardo de Cala, a los cantantes Ismael Jordi, Simón Orfila, Aquiles Machado, María Isabel Torán, Yolanda Auyanet o su ahijada Marta Sánchez y al pianista Edelmiro Arnaltes. Por la parte familiar hablan los hijos y algún nieto. También el otorrino que le trató una afonía, estudió y grabó sus cuerdas vocales y el médico que le dio a conocer su enfermedad mortal, un cáncer de páncreas. «No tengo miedo a morir, lo que no quiero es sufrir», dijo.

Kraus nunca realizó una actuación sin estar bien, pero resulta curioso ver en el documental su concierto en Viña del Mar, cuando, en una de las canciones, se emociona hasta el llanto y tiene que interrumpir unos minutos. Hay otros momentos emotivos, como la inauguración del Auditorio de Las Palmas que lleva su nombre y que la pudo disfrutar en vida, no así la estatua exterior –un recuerdo a sus «Pescadores de perlas»– por la que, cuando pasa Orfila después de una actuación, piensa en lo que Alfredo le habría dicho sobre ella. Seguro que alguna crítica, porque Kraus era muy crítico. Aún recuerdo lo que, en el Teatro Real, me opinó sobre lo que estaba cantando Machado.

En la producción se repasaba su infancia, su ida a Italia, sus estudios con Mercedes Llopart, sus inicios, su boda con su esposa Rosa –y luego sus viajes toda su vida con ella, su lejanía de los hijos–, su célebre «Francisquita» de la Zarzuela, su actuación en «Traviata» con Callas en Lisboa, alguna representación con «Werther», uno de los papeles, entre los cuarenta que abordó, en los que, como los de «Favorita» o «Puritani» y media docena más, resultó inigualable. Un rol en el que Eduardo Casanueva y yo, desde la comisión ejecutiva del Real, insistimos para que lo cantase en su primera temporada y a lo que Lissner se negó. Luego, ya fuera éste, se pudo programar, pero la enfermedad le llegó antes de la fecha prevista.

Se exponen sus grandes virtudes: la técnica de la máscara, los largos fiatos y, por supuesto, el registro agudo. Entre cuestiones más personales, su cierta pelusa a los conciertos al aire libre de los tres tenores y también sus cachés. No lo llevaba muy bien, pero logró desquitarse cuando cantó en el Auditorio Nacional a muchos miles de pesetas por minuto. También su vena humorística. Todo ello lo pude vivir yo en sus últimos años, cuando enseñó canto en la Escuela Reina Sofía y pasé horas en su casa de Montepríncipe junto a Rosa y, más tarde, en su depresión de casi un año tras fallecer ella. «¿Te vienes conmigo al “Fantasma de la ópera’’?», me preguntó una vez y no me lo esperaba. Impresionante fue también la despedida que le dedicó el público en la Plaza de Oriente, frente al Teatro Real. Recuerda a la de Gayarre.

Sobre el resultado de la película, eché de menos algunas cosas, como una discusión sobre su supuesta frialdad en lo profesional. Me sobró asimismo su «Nessun dorma» final, porque no era su rol, y me resultaron una sorpresa las largas intervenciones de y con su alumno Mario Frangoulis. No las esperaba, pero eran lógicas porque fue un gran amigo y la alegría de sus últimos meses.