HISTORIA
Ángela Vicario: "Sin Isabel la Católica, Fernando no habría ganado todas las batallas que ganó"
En su libro "Ibéricas", la divulgadora histórica y cultural pone en valor las figuras de grandes mujeres de la Edad Media y termina con falsos mitos sobre el papel femenino en este periodo histórico
Hay mentiras que, a base de repetirse como un mantra, se convierten en falsas verdades que no se cuestionan. Una que ha acaparado el relato oficial de la historia medieval a lo largo de los años, es la de que las mujeres de esa época no pintaron nada y que vivieron relegadas a un segundo plano. No tuvieron los mismos derechos que los hombres, eso es cierto, pero sí muchas funciones iguales a las de ellos. Fueron piezas fundamentales en el desarrollo político, económico y social de esos años y así lo ha querido demostrar la divulgadora histórica y cultural Ángela Vicario en su libro “Ibéricas” (Planeta), un ensayo basado en numerosas pruebas bibliográficas, documentales y arqueológicas en el que se recopilan los ejemplos de valerosas mujeres de diversas clases sociales, religiones y entornos en la Edad Media española.
¿Cómo ha retratado el relato oficial a la mujer medieval y qué imagen nos ha hecho llegar de ella? ¿De qué voces parte ese relato?
Parte de unas voces que comenzaron a estudiar la historia de forma seria en el siglo XIX y en el XX. Casi todos eran hombres que analizaron la historia con la visión del momento. Desde hace tres siglos se ha tenido la idea de la mujer como un ángel del hogar que cuida de los niños y de la casa. Esa idea se traspasó también al pasado. Esa visión de la mujer en un segundo plano, del siglo XIX y principios del XX y que ahora estamos superando, traspasó al pasado e hicieron ver que antes de ellos, todo fue igual. Por lo tanto, estos hombres se centraron en estudiar los nombres de los grandes hombres de la historia. La historia medieval se estudió como un periodo en el que las grandes gestas sólo se llevaban a cabo por hombres. Las mujeres quedaron relegadas a un segundo plano cuando, en realidad, no lo estaban. Hemos cogido nuestras ideas del presente y las hemos puesto en el pasado sin cotejarlas demasiado. Gracias a una serie de investigadoras que en los años 90 comenzaron a plantearse que esto igual no era así, ahora empezamos a tener una visión bastante diferente de lo que fue la Edad Media y del papel que tuvieron las mujeres en aquella época.
Haces una defensa del papel igualitario que, en muchos aspectos, estas mujeres de la Edad Media tuvieron con respecto sus coetáneos hombres, pero eso no quiere decir que niegues que el machismo imperaba. La mujer sí era considerada un ser inferior.
Por supuesto. Además, estamos hablando de que la Edad Media era un momento profundamente religioso. La mentalidad religiosa era fundamental. No había ateos. Crecían desde pequeños con la idea de que Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza, y que la mujer provenía de la costilla de Adán. Obviamente, era una sociedad machista, pero en una sociedad machista también hay resquicios por los que las mujeres se pueden colar. Hoy en día, nuestra sociedad también es machista en otros sentidos, y también seguimos buscando esos resquicios por los cuales colarnos, de formas distintas a lo que hacían las mujeres medievales, pero también lo hacemos.
Eva, la tentadora, María, la casta y virginal... ¿Cómo pesaron esas imágenes bíblicas en la visión que se tenía de la mujer?
Mucho, pero tenemos que tener en cuenta que en la Edad Media existía, por un lado, la visión teórica de la mujer, y por otro, la realidad sobre lo que estaban haciendo las mujeres. La visión teórica de la mujer normalmente la tenían estudiosos monásticos o universitarios que tenían poco contacto con las mujeres. Escribían sobre mujeres sin convivir con ellas. Para ellos, las mujeres, sobre todo al final de la Edad Media, eran esta Eva, este ser inferior que no tiene moral, que no tiene virtudes. Los hombres podían ser machistas, pero la mayoría eran conscientes de que necesitaban a sus hermanas, a sus mujeres, a sus hijas, para trabajar las tierras, para trabajar en el oficio familiar, para ganar un dinero extra o para manejar, por ejemplo, el condado o el reino.
En un sistema feudal, las mujeres estaban condicionadas dependiendo del estamento social al que pertenecían. ¿En qué se diferenciaba la vida de una plebeya, una campesina, a la de una monja o a la de una noble?
Las siervas, en la Edad Media, no eran muy bien tratadas. Es verdad que trabajaban menos días al año que ahora, en el siglo XXI, pero estaban sometidas a lo que su señor o señora feudal quisieran pedirles porque había muchos feudos en los que no solo tenían que cultivar las tierras que tenían en arriendo, sino que también estaban al servicio del señor feudal. Su vida era un poco incierta en ese sentido, porque en cualquier momento les podían pedir cualquier cosa. Sin embargo, las nobles tenían muchísimos privilegios, sobre todo en la plena Edad Media. En la baja Edad Media quedaron un poco más confinadas a lo que es el hogar o el castillo. No todas, porque vemos que al final de la Edad Media también hubo las que vengaron la muerte de sus hijos y de sus maridos, a caballo y con espada. Las nobles tenían su dinero, eran mecenas, viajaban, se hacían sus peregrinaciones, tenían mucha libertad.
Paradójicamente, los conventos se podían para muchas de ellas en lugares para desarrollar sus inquietudes culturales con libertad y para poder vivir independizadas económicamente.
Sobre todo, las mujeres nobles, porque si no eras noble podías entrar a un convento de poca monta donde no te enseñaban a escribir y seguías teniendo tu condición de campesina, pero en hábito de monja. Sin embargo, si eras una mujer noble y no te apetecía casarte, entrar a un convento era un chollo, porque allí podías desarrollarte intelectualmente. Si eras muy devota podías hasta convertirte en Santa, en vida, emparedarte y vivir esa vida de ascetismo en la que aparece gente y te pide consejo porque te considera más cerca de Dios que las monjas normales. La verdad es que a las monjas no les gustó nada aquello de que las obligaran a estar en clausura. A nadie le gusta. Ellas querían vivir su vida tranquila, devota, entregada a Dios, cultivando su intelecto, cuidando de la gente, pero no querían que las encerraran, excepto las emparedadas, que era voluntario. Las monjas lucharon mucho porque las puertas del convento permanecieran abiertas y ellas pudieran seguir saliendo a la calle.
También las monjas tuvieron sus luchas porque no hay que olvidar que los conventos no eran lugares en los que no hubiera hombres. Los sacerdotes eran hombres, quienes confesaban a las monjas eran hombres, y cuando tenían que hacer alguna obra en el convento, tenían que contratar a oficiales, albañiles, el artesano que fuera, todos hombres. Había muchos hombres en el convento y muchos hombres que querían controlarlas fuera del convento. Así que tampoco había tanta paz. Un convento no era un lugar tan retirado como pensamos.
¿Las mujeres que contribuyeron significativamente a la economía medieval e incluso tomaron las armas en una época de muchas guerras? ¿Fueron trabajadoras y también soldados como los hombres?
La península ibérica era un lugar en el que hubo mucha frontera, tanto entre reinos cristianos como con reinos musulmanes. Todas las manos eran necesarias, sobre todo en los momentos en los que los reinos cristianos empiezan a avanzar y se empiezan a crear nuevas poblaciones, Vemos mujeres construyendo castillos de frontera a toda velocidad con su familia, para proteger la zona. Sobre todo, las mujeres nobles estaban muy formadas en el arte de la guerra y sabían perfectamente lo que había que hacer para defender su castillo o su fortaleza. Las hubo muy valientes y que subvirtieron las normas de género saliendo a combatir, como Yamila, en lo que hoy es Extremadura, o María de Monroy, que decidió vengar la muerte de sus hijos. Fue ella misma la que cogió a sus hombres, se subió al caballo y desde Salamanca persiguió hasta Portugal a los asesinos de sus hijos hasta que los encontró.
También en el País Vasco, a finales de la Edad Media, se dio el caso de mujeres que eran cabezas de linaje y que lideraron guerras de bandos entre distintas familias. Hubo grandes estrategas y consejeras de sus maridos. Aquí me gustaría destacar a Isabel la Católica, porque por la documentación existente y las crónicas, se sabe que Fernando no era un gran guerrero. Él era un gran economista, muy inteligente con la gestión del dinero, pero en la guerra no se defendía bien. Ahí siempre tenía que estar Isabel, aconsejándole cuál era la estrategia a seguir junto a sus generales. Sin Isabel, Fernando no habría ganado todas las batallas que ganó. Él, probablemente, tendría su orgullo de hombre medieval, pero la escucho siempre. Los reyes y los condes entendían el matrimonio como un negocio, Así manejaban su matrimonio y pedían consejos a sus esposas, por supuesto.
De todas las mujeres que mencionas en el libro, ¿cuál te ha llamado más la atención? ¿Cuál destacarías por encima de las demás?
Una mujer que aparece al final del libro, que parece muy silenciosa, No es nada conocida, pero me parece brutal. Es Teresa de Cartagena. La conocí en el proceso de documentación y me pareció maravilloso saber de esta monja sorda, erudita, filósofa, que hablaba desde su convento y que decía con aquella seguridad que las mujeres no eran más tontas que los hombres, sino que simplemente les faltaba educación. Decir aquello en ese momento y ser la primera mujer que escribió aquello en castellano, plantando a cara muchísimos hombres que criticaron sus escritos y que no creían que una mujer hubiera podido escribir algo así, fue muy valiente. Aseguraba que quien defendiera que las mujeres eran estúpidas y que no podían hacer grandes obras, estaba prácticamente cometiendo una herejía, porque decir que Dios, que es todopoderoso, no le puede dar cuando le dé la gana, la inteligencia y la erudición a una mujer, era una herejía. Me parece un discurso muy poderoso, revolucionario y valiente.