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¿El hijo artista de Biden vale más que Picasso?

Hunter Biden es un novato sin currículum y, sin embargo, sus piezas han salido al mercado por un valor que oscila entre los 75.000 y los 500.000 dólares. “Escandaloso”, dicen los expertos
La Razón

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La historia posee ingredientes tan absurdos que, precisamente por lo disparatado de todo lo que la rodea, funciona como un perfecto paradigma del funcionamiento del mercado del arte. El protagonista tenía que ser alguien muy especial: Hunter Biden –el hijo del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden–. Este ilustre personaje imprime un giro radical a su vida: de un día para otro, abandona su profesión de abogado para entregarse por entero a la creación artística. Esta decisión personal no tendría más repercusión que el simple cotilleo de la prensa rosa si Hunter Biden no hubiera decidido exponer los primeros resultados de su súbita pulsión artística en un local del Soho neoyorquino, la galería George Bergès. La polémica se ha desatado de inmediato por las implicaciones éticas que tiene esta decisión: ¿hasta qué punto es lícito que Hunter Biden decida exponer sus obras mientras su padre ocupa la Casa Blanca?
Si el segundo hijo del Presidente tuviera una trayectoria artística prolongada, ningún problema existiría en que expusiera durante el mandato de su padre. Pero la «circunstancia anómala» que concurre en esta historia es que Hunter Biden ha aprovechado la posición de privilegio de su progenitor para emprender el sendero del arte. Y, claro está, su firma vale muchos dólares –varios miles más que los de cualquier principiante en este duro y competitivo sector–.
El galerista de Biden ha fijado el precio de las obras expuestas en una horquilla que oscila entre los 75.000 y los 500.000 dólares. Los precios son tan escandalosamente elevados para un novato sin currículum alguno en el mundo del arte, que las sospechas han comenzado a propagarse. ¿Cualquiera de los compradores de estas piezas estará comprando los favores de la Casa Blanca mediante el pago de tan alto precio? Lo cierto es que el precio del arte no está fijado ni regulado por ninguna comisión pública. Una obra vale lo que su comprador quiera pagar. El «valor simbólico» del arte –un concepto tan ambiguo como relativo– permite situaciones inéditas e incomprensibles para cualquier otro sector económico.
No es la primera vez que una estrategia de especulación pactada entre marchantes y coleccionistas ha elevado la cotización de un desconocido en el mundo del arte –ahí está el caso de Jacob Kassay– hasta cifras desorbitadas. La especulación puede resultar fea, pero es lícita en una economía de libre mercado. El elemento espinoso aquí es si los elevados precios fijados para las obras de Hunter Biden esconden alguna intención espuria –pagar mucho por una obra sin valor artístico con el fin de agradar a la familia Biden–. Para ahuyentar tales sospechas, el galerista ha pactado con la Casa Blanca mantener en secreto el nombre de cada uno de los compradores y parece que ni siquiera el propio artista conocerá su identidad. Además, a la exposición solo se puede acceder bajo invitación de la galería , por lo que ha llevado a preguntarse si el arte de Hunter Biden era real o se trataba tan solo de un montaje. La historia promete dar más días de gloria.