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Cuando la política entró de lleno al museo

Las polémicas sobre la descolonización y los activistas climáticos se cuelan dentro de las principales pinacotecas
«Los girasoles», de Van Gogh, vuelven a salir en los titulares, aunque esta vez no tiene que ver con ataques de activistas
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Los museos pueden parecer remansos de paz para la cultura y lugares ajenos a la polémica política y así han estado durante mucho tiempo, pero el cuestionamiento de sus colecciones desde nuevas perspectivas, la revisión de la procedencia de sus fondos y su papel como iconos culturales nacionales les han colocado bajo el foco del examen de la mentalidad revisionista de 2022. Asimismo, al tratarse de lugares emblemáticos, una oleada de protestas por la causa climática ha colocado a sus obras maestras en la diana de acciones de activistas, especialmente climáticos, a lo ancho del mundo. La política ha entrado de lleno en las salas de los grandes maestros.
Uno de los cambios que ha entrado con más fuerza en 2022 es la llamada «descolonización» de las colecciones que, en el caso español, el Ministerio de Cultura ha negado que se esté estudiando. Se trata de una revisión de las colecciones bajo una mirada que evite el «eurocentrismo» o la superioridad de la cultura occidental frente a las precolombinas, asiáticas o africanas, que evite presentar piezas (cuya propiedad legítima también está bajo cuestionamiento) desde el «exotismo» o desde un punto de vista jerárquico. Se trata de la manera en que estas piezas se presentan al público.
Para los partidarios de esta revisión, los textos de los paneles explicativos, por ejemplo, están realizados desde la mirada del hombre blanco occidental y constituyen un «acto político». Además, algunas de estas «obras» son incluso restos humanos y en otros casos se trata de objetos sagrados de otras culturas que se presentan como «fetiches». Nuevas voces piden que se apliquen criterios de respeto para las culturas de origen y que se abra el debate acerca de cómo deben o pueden, si es el caso, ser mostradas al público. Aunque es cierto que estas cuestiones afectan más a los museos de antropología, arqueología o historia natural, algunas grandes galerías los incorporan como parte de la historia del arte y se enfrentan a estos debates. El director del Museo Arqueológico Nacional, Fernando Sáez de Lara, anunció que se había creado un grupo de trabajo con el cometido de «descolonizar» los museos españoles, algo que el Ministro de Cultura, Miquel Iceta, ha negado en varias ocasiones incluso en sede parlamentaria.
Por otra parte, están los debates sobre la legitimidad de los museos sobre la propiedad de algunas piezas. Así, conceptos como «expolio» y «restitución de fondos» están de nuevo sobre la mesa, como se ha visto en casos como el Museo Británico, que negocia con el Estado griego la devolución de los mármoles del Partenón, o del Smithsonian, que ha decidido devolver a Nigeria los bronces de Benín. No serán los únicos que se enfrenten a la obligación de reabrir el debate sobre su derecho a exhibir piezas de culturas lejanas obtenidas en circunstancias, cuando no oscuras, éticamente cuestionables. En España, otro de los ejemplos de esta revisión de los fondos la llevó a cabo el Museo del Prado, que ha abierto una investigación para determinar si existiera alguna obra de procedencia dudosa incautada durante la Guerra Civil. «El objetivo es aclarar cualquier duda sobre sus antecedentes y el contexto previos a que se produjera su entrada en las colecciones del Prado y, llegado el caso, proceder a su devolución a sus legítimos dueños», anunciaba el museo.

EL ACTIVISMO COMO «PERFORMANCE»

El Prado no se ha librado de servir de escenario de una de las grandes tendencias del año: la protesta activista que ha tomado las salas de las grandes pinacotecas como el telón de fondo de denuncias ambientales. Individuos que se adherían al marco de obras como «La Primavera» de Botticelli, y después, como réplicas de un terremoto, arrojaban líquidos al cristal de piezas como el cuadro de «Los girasoles» de Van Gogh en la National Gallery de Londres, «La joven de la perla» en La Haya, las «Latas de Sopa Campbell» de Warhol y hasta «Las majas» de Goya en el Museo del Prado. «La seguridad absoluta es imposible», dijo el ministro de Cultura, Miquel Iceta, «aunque pongamos un vigilante por cada visitante a los museos», se defendió después.