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Libros
Cuando la pasarela se topa con la política
La periodista británica Tansy E. Hoskins publica un ensayo combativo sobre la moda, ahora en el punto de mira de las políticas de Francia, donde propone cómo consumirla como un signo de rebeldía y no solo de consumo

París ha dicho basta. El Senado francés aprobó hace pocas semanas una de las leyes más agresivas de Europa contra la moda ultrarrápida: ecotasas a prendas de Shein y Temu, prohibición de publicidad e incluso sanciones para los «influencers» que las promocionen. Mientras tanto, en España, el Ministerio de Transición Ecológica ya trabaja en un decreto que obligará a los fabricantes de ropa y calzado a hacerse cargo del millón de toneladas de residuos textiles que generamos cada año, de los cuales el 80% termina en vertederos o incineradoras.
En apariencia son dos medidas técnicas, de gestión ambiental y comercial. Pero en realidad tocan un nervio profundo: la ropa que vestimos es un asunto político. Y ahí es donde «Manual anticapitalista de la moda», de la periodista británica Tansy E. Hoskins, cobra una actualidad inesperada. Publicado en España por Capitán Swing, el libro despliega una investigación exhaustiva sobre cómo el capitalismo ha convertido el vestir en un engranaje de explotación laboral, devastación ambiental y concentración de poder económico.
Lo que los legisladores franceses y españoles discuten en 2025 ya estaba descrito, con nombres y apellidos, en estas páginas: un sistema global de moda que necesita producir barato, vender rápido y desechar sin pensar. Un ciclo que alimenta fortunas multimillonarias mientras devora recursos naturales y genera montañas de ropa inútil.
Tansy E. Hoskins abre su obra con una afirmación tajante: «La moda es política». No es una frivolidad, ni un mero reflejo de creatividad o estilo personal. Cada camiseta, cada bolso, cada desfile esconde relaciones de poder y estructuras económicas que deciden quién gana y quién pierde en este juego global.
El libro conecta alfombras rojas, como la Gala del Met, con talleres clandestinos en Bangladesh; los perfumes de Chanel con el colapso del Mar de Aral por el cultivo intensivo de algodón; y la imagen aspiracional de las revistas de moda con trabajadoras que cobran salarios de miseria en el Sudeste Asiático. La moda, escribe Hoskins, nos manipula para que nos sintamos feos, pobres o inadecuados, generando el impulso constante de consumir. Y esa sensación alimenta el bolsillo de los magnates que controlan el negocio.
Las noticias recientes refuerzan la idea. Francia carga contra Shein y Temu por inundar el mercado con prendas de tres euros que se usan apenas unas veces. España, por su parte, reconoce oficialmente que el textil es uno de los mayores flujos de residuos de la Unión Europea. En ambos casos, los gobiernos admiten que la moda ya no puede seguir siendo un espacio de consumo acrítico.
Lujo y «low cost»
Uno de los puntos fuertes del libro es mostrar que no existe una división real entre el lujo y el «low cost». Un bolso de Dior y una camiseta de Shein comparten la misma lógica: producir en masa, a bajo coste, y vender rodeado de marketing. Los márgenes de beneficios en perfumes de lujo rondan el 40%, mientras una trabajadora en Rumanía cosía por 99 peniques la hora el vestido que Kate Middleton lució en la Casa Blanca y que se vendía a 175 libras.
La crítica de Hoskins va más allá de las condiciones laborales. Denuncia la apropiación cultural –como el caso de Urban Outfitters utilizando la marca «Navajo» en su línea de productos–, el racismo en la elección de modelos, o el papel cómplice de los medios de moda, muchas veces controlados por los mismos conglomerados que fabrican y venden la ropa.
En estas páginas, se desmantela también la ilusión de que el consumidor tiene el poder de transformar la industria con sus elecciones. Comprar «mejor» puede aliviar la conciencia, pero no cambia el sistema que produce 100.000 millones de prendas al año y desecha la mayoría a los pocos meses. Lo que Francia y España ponen ahora sobre la mesa con sus nuevas leyes es precisamente eso: la responsabilidad no puede recaer solo en el comprador final, sino en las empresas que producen sin límite.
Uno de los capítulos más incisivos del libro analiza la moda verde. Hoskins desmonta la idea de que una colección «conscious» o «sostenible» pueda ser la solución. H&M, recuerda, llegó a presentar una línea «ecológica» que contenía más fibras sintéticas vírgenes que el resto de sus colecciones. El «greenwashing» (estrategia de algunas empresas que se presentan como sostenibles o respetuosas con el medioambiente sin serlo) no es un error: es una estrategia para seguir vendiendo bajo una nueva narrativa.
En este sentido, el decreto español que se centra en recoger residuos puede parecer una medida necesaria pero insuficiente. Greenpeace lo ha señalado: reciclar está bien, pero si no se frena la producción desbordada, solo estaremos moviendo la basura de un sitio a otro. Es la misma lógica que Hoskins denuncia: la industria maquilla sus excesos en lugar de replantearse sus cimientos.
El proyecto francés, al atacar directamente a Shein y Temu, parece más contundente. Pero las críticas apuntan a que deja fuera al grueso del mercado europeo: Zara, H&M o Mango. De nuevo, la política se dobla ante los intereses económicos. Hoskins lo anticipaba: el sistema se defiende protegiendo a sus viejos gigantes mientras demoniza a los nuevos.
El libro no se limita a denunciar. La autora dedica sus capítulos finales a explorar el papel de la moda como resistencia. Desde las sufragistas que vestían para provocar al orden patriarcal hasta el punk que cuestionaba los valores dominantes, la ropa ha sido también un lenguaje de rebeldía. La autora imagina fábricas de propiedad colectiva, producción decidida democráticamente, ropa liberada de barreras de clase, raza o género. Para algunos, suena a manifiesto utópico. Pero en un contexto de crisis climática y desigualdades crecientes, funciona como un recordatorio de que la moda puede ser algo distinto: un bien común en lugar de un producto de explotación.
Lo cierto es que movimientos como Fashion Revolution, las campañas sindicales en Bangladesh o el auge de la segunda mano y la reparación ya están ensayando pequeñas formas de resistencia. Pueden parecer gestos mínimos frente a un monstruo global, pero mantienen vivo el debate que Hoskins quiere provocar.
La última temporada
Las regulaciones que hoy se discuten en Francia y España son pasos importantes, aunque limitados. Señalan que la moda ya no puede quedar al margen de la política, que sus costes ambientales y humanos deben ser reconocidos y asumidos. Sin embargo, como advierte Hoskins, mientras el motor siga siendo el capitalismo, el cambio será siempre parcial.
«Manual anticapitalista de la moda» no es un catálogo de soluciones rápidas. Es una radiografía de un sistema que ha convertido el «glamour» en explotación y el estilo en mercancía. Pero también es una invitación a imaginar cómo sería vestirnos en un mundo distinto, más justo y sostenible.
La pregunta que queda es si la sociedad está dispuesta a recorrer ese camino. Porque, como recuerda, esta puede ser nuestra última temporada si consumimos a la velocidad actual. Y el debate que hoy se abre en los parlamentos europeos no es ajeno a lo que pasa en nuestros armarios.
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