Stalin y Putin, unidos por el miedo a ser asesinados
Cien años después de que Stalin se convirtiera en secretario general del Comité Central del Partido Comunista de todas las Rusias, el actual mandatario comparte con su camarada el temor a morir como un tirano y la pulsión por matar a sus enemigos y adversarios
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Existe un vínculo entre los tiranos por el miedo a ser asesinados y su pulsión por ejecutar a los opositores. Le ocurrió a Stalin, Mao Zedong, y hoy, entre otros, a Putin. Stalin tenía una fobia incontrolable a tres cosas relacionadas con la muerte. Temía dormir, no por la mala conciencia, que no llegó a tener, sino por no despertar. «El sueño eterno», que diría Raymond Chandler. Las otras dos fobias tenían relación con un posible atentado contra su vida. Durante las décadas de 1920 y 1930 un nutrido grupo de dirigentes soviéticos murieron en accidente aéreo coincidiendo con la época de las purgas. Trotski se libró en 1925 porque en el último momento cogió un tren.
El pánico a sufrir un atentado en pleno vuelo llevó a Stalin a asistir a la conferencia de Teherán, en 1943, en un avión de fabricación norteamericana, no rusa, y llevar una escolta de 27 aviones de combate. El otro miedo que tenía era a ser envenenado, un clásico de los tiranicidios. De hecho, tenía quince catadores de su comida y bebida. No sabemos si los reemplazó por envenenamiento. Contaba con un grupo de confianza formado por 20 a 30 personas, su círculo íntimo, como contó la historiadora Sheila Fitzkpatrick, aunque en la práctica eran cinco. Aun así, no se fiaba de nadie, y en alguna ocasión daba a probar el vino a Lavrenti Beria, a quien Stalin llamaba «nuestro Himmler», su ejecutor genocida. Por cierto, el plato favorito de Stalin era el satsivi, pollo con cebolla y nueces que le cocinaba Spiridon Putin, el abuelo del actual tirano de Rusia.
Los miedos de Stalin a ser asesinado en la pugna por el poder se iniciaron cuando fue elegido secretario general del PCUS, en abril de 1922. Cinco años antes, en 1917, Stalin todavía era una figura borrosa. Comenzó a colaborar con Lenin para dar un golpe de Estado en contra de la opinión de Zinóviev y Kámenev, otros dos del círculo de poder comunista. Stalin entonces era un hombre acomplejado frente a la superioridad intelectual de esos dos, y sobre todo de Trotski, un engreído que despreciaba al resto.
Stalin no tenía virtudes aparentes. No era un orador ni un teórico, y tampoco había participado en el golpe ni en la guerra. Esto hacía parecer a Stalin un hombre de segunda fila. Trotski y otros dirigentes lo trataban como si fuera un mediocre, un pobre tipo de provincias. Se equivocaron. Era un lector voraz y un político resolutivo. No en vano, el tratamiento de las nacionalidades en la federación soviética fue idea suya. Tampoco tenía una mentalidad cerrada, como Hitler, y aceptó las directrices militares de su Estado Mayor en la Segunda Guerra Mundial.
Disciplinado y sin escrúpulos
En lo personal, Stalin era un tipo disciplinado y cauteloso, aunque también orgulloso y vengativo, un hombre sin escrúpulos. De hecho, Lenin recurría a él siempre que necesitaba una ejecución dura. El historiador Robert Service demostró que es un mito la tesis de un Lenin bueno y un Stalin malo. Desde el inicio el método leninista fue dictatorial y criminal, y Stalin lo continuó.
Lenin apuntó en lo que se considera su testamento político, escrito a finales de 1922, que Stalin había concentrado demasiado poder como Secretario General del partido, «y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia». Era «demasiado brusco», lo que fue tolerable para mantener el orden, pero «intolerable en el cargo de Secretario General». Lenin, por último, aconsejó sustituir a Stalin por alguien «más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso». Por supuesto, este documento no se hizo público hasta la muerte de Stalin.
El juicio de Lenin era cierto. Stalin era astuto, hábil en el cálculo de las relaciones personales. El tirano reunía con frecuencia a su círculo de amigos para emborracharlos con el objetivo de que fueran sinceros. Entre ellos estaban Mólotov, Kaganóvich y Beria, que no eran precisamente unos intelectuales, sino colaboradores en el Terror. Juntos emprendieron la Gran Purga, como nos ha contado el historiador Robert Conquest, un plan para eliminar a los desafectos y sospechosos considerados como «enemigos del pueblo», que era como decir enemigos de Stalin. El «Padrecito de los pueblos» impulsó una farsa de juicios en Moscú para juzgar a personas por intentar asesinarlo o por conspirar para la desaparición de la Unión Soviética. Así, fueron liquidados Zinóviev y Kámenev, muchos dirigentes del PCUS y del Ejército Rojo, de los «derechistas» de Bujarin, de dirigentes del Politburó y de la Komintern. Trotski fue asesinado en su exilio mexicano. Hay quien ve esta carnicería, siguiendo al también historiador James Harris, como el resultado del miedo soviético a una invasión occidental.
Pero el miedo lo tenía el tirano. De hecho, Stalin tuvo al menos dos dobles para evitar ataques. Uno fue Yevsei Lubitski, un ucraniano de origen judío que fue apartado pronto. Otro se llamaba Felix Dadaev, georgiano. Este tipo era un fanático. En realidad, se llamaba Gazavat, pero se cambió el nombre de pila en honor a Felix Dzerzhinski, el fundador de la terrorífica Checa, precursora de la NKVD y luego KGB. Reclutado por su parecido con Stalin, tuvo que engordar once kilos y sustituirlo cuando peligraba su vida. Por ejemplo, mientras Stalin viajó en secreto a Teherán fuertemente custodiado, Dadaev fue en coche al aeropuerto ruso por si había un atentado.
Putin no quiere tener doble, o eso se dice, pero comparte con Stalin el miedo a ser asesinado como un tirano y la pulsión por matar a sus enemigos y adversarios. A principios del año 2000 los responsables de la seguridad del presidente ruso propusieron contratar a dobles. El objetivo era evitar que Putin fuera a sitios peligrosos por la amenaza terrorista. Sin embargo, el dirigente se negó, lo contó a la agencia oficial TASS y lo repitió en las entrevistas a los canales de televisión ORT y RTR. La negativa, o al menos su expresión pública, se debía a la necesidad de mostrar que el tirano ruso no tenía miedo a nada ni a nadie.
Las técnicas del KGB
El pánico a ser envenenado atenaza a Putin. Quizá esto se deba a que sea una de las técnicas del KGB donde se formó y que ha dado como resultado la muerte de algunos de sus opositores. Entre envenenamientos y ejecuciones han muerto más de 300 personas. Entre ellos, Serguéi Yushenkov, miembro del partido Rusia Liberal, asesinado a tiros en Moscú en 2003. Y muy conocido es el caso de Alexander Litvinenko, envenenado con polonio-210 en Londres en 2006. La periodista Anna Politkovskaya, muy crítica con Putin en defensa de los derechos individuales, recibió cuatro disparos antes de entrar en su casa. También envenenado fue Alekséi Navalni, opositor ruso que consiguió salvarse. Y se dice que Roman Abramovich, el magnate ruso que ha intentado impedir la invasión de Ucrania, parece haber sido envenenado.
Por esta obsesión, Putin tiene contratado a un catador de alimentos y bebidas para todas sus comidas del día. Se trata de un miembro del Servicio Oficial de Protección. Además, el personal de cocina es investigado y controlado por el servicio de seguridad. Como no se fía de nada, Putin viaja con su propio salero, servilleta, cubiertos y vasos. La noticia apareció en 2014, cuando el «Club des Chefs des Chefs», que prepara platos para los jefes de Estado, le ofreció uno a Putin.