Elcano recuerda al primer Almirante de la mar Océana en Puerto Rico
Durante su segundo viaje a América, Cristóbal Colón se detuvo en una isla caribeña a la que los indígenas taínos llamaban Boriquén y que el marino bautizó como San Juan Bautista.
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Al pasear por San Juan (Puerto Rico) hay dos plazas que nos recuerdan el origen español de la urbe actual: la plaza de San José, donde se levanta sobre el acero fundido de cañones ingleses la efigie de Ponce de León, primer gobernador de la isla; y la plaza de Colón, entronizada por la estatua en piedra del descubridor de aquel nuevo mundo – y del actual Puerto Rico – donde poco más de cinco siglos después, el Juan Sebastián de Elcano conmemora la figura del primer Almirante de la Mar Océana.
La plaza comenzó siendo una puerta de acceso a la vieja San Juan en el siglo XVIII, cuando la ciudad todavía se protegía tras las murallas construidas un siglo antes (1632 – 1641). Entre los cinco portones, aquí se encontraba la puerta de Santiago, también llamada Tierra por ser el principal acceso terrestre. Los cambios se fueron sucediendo y en 1890 se colocó la estatua de Ponce de León, solo durante tres años. En 1893, por el 400 aniversario de la colonización de América, el artista genovés Aquiles Canessa realizó una estatua en piedra de Cristóbal Colón que ocupa ese espacio privilegiado de la ciudad.
En torno a la escultura que preside la plaza, se ha celebrado (el dos de mayo) una ofrenda floral llena de sentimiento. El homenaje ha comenzado con la lectura – por parte de una guardiamarina – del legado histórico y lingüístico de Cristóbal Colón, que supuso «una ingente labor, continuada por otros, gracias a la cual los pueblos de este lado del océano accedieron al saber de la época y al idioma que hoy conocemos, convirtiéndose en hijos predilectos de la Corona de nuestra Nación. Y así hoy nos rencontramos sintiendo el orgullo de pertenecer a la misma familia hispana». Un sentimiento que se ha hecho notar en los diferentes eventos en los que ha participado la dotación del Juan Sebastián de Elcano durante su visita al país caribeño.
Una vez terminada la lectura, dos guardiamarinas se acercan solemnes con una marcha marcial al pedestal de Colón, frente al teatro Alejandro Tapia Rivera – que albergó las primeras óperas puertorriqueñas en la segunda mitad del siglo XIX –. Van acompañados del comandante del Buque-escuela y el embajador de España en Estados Unidos. La comitiva se detiene frente a la pedestal del monumento: el comandante y el embajador depositan con riguroso cuidado la corona de flores con la banda rojigualda a los pies del pedestal.
En la glorieta se ha creado una atmósfera grandiosa que aumenta al segundo, con los primeros acordes de La Muerte no es el Final, que interpreta la banda de música del buque, mientras todos los guardiamarinas, al unísono, entonan sus versos…: ¡ya le has llevado a la luz! Justo antes de que finalice, siete guardiamarinas gastadores perfectamente alineados disparan una salva de honor al cielo de la capital puertorriqueña.
El acto, al que también asistieron autoridades locales, sirve para recordar una misma historia compartida entre dos mundos, que fueron uno hace 500 años. La primera globalización – bajo una misma corona – empezó gracias al arrojo de Colón, al que siguieron Ponce de León o Juan Sebastián de Elcano, que son adalides de la hispanidad.