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Historia

La Nueve: los españoles que liberaron París

Eran jóvenes, exiliados republicanos que, tras la Guerra Civil, llegaron a Francia para inmiscuirse en una nueva contienda: la de acabar con el Tercer Reich

Las multitudes de París aclaman la entrada de la 2ª División Blindada Francesa (2e DB), algunos de ellos, de La Nueve
Las multitudes de París aclaman la entrada de la 2ª División Blindada Francesa (2e DB), algunos de ellos, de La Nuevelibrary of the congress

«Liberar Francia para liberar España». Ese fue el mayor impulso hacia el alistamiento. Eran unos combatientes jóvenes, pero bastante experimentados en el campo de batalla. Venían de una España aún con las heridas abiertas de la Guerra Civil, con una dictadura franquista instalándose, e iban hacia una Francia también convulsa. Pero el deseo de estos jóvenes republicanos de no quedarse con los brazos cruzados ante lo vivido en España, fue suficiente para que se uniesen a los ejércitos de la Francia Libre. Se trata de La Nueve: un puñado de los soldados españoles que derrotaron al Afrika Korps en Túnez y se convirtió en el núcleo inicial de la 9ª compañía de combate del Tercer Batallón del Regimiento de Marcha del Chad. Una unidad liderada por el general Leclerc, pues formaba parte de su 2ª División Blindada.

Entre su creación en verano de 1943 y su disolución en 1945, «al menos 360 hombres de catorce nacionalidades diferentes sirvieron en sus filas», apunta Diego Gaspar Celaya, doctor en Historia Contemporánea y profesor en la Universidad de Zaragoza. Y, de ellos, continúa, «181 eran españoles, en su mayoría refugiados republicanos huidos en la fase final del conflicto español». Se trataba, por tanto, de una formación cuya principal seña de identidad fue la de la nacionalidad de sus combatientes: de hecho, antes de la liberación de París, de los 160 hombres que la componían, el 80 por ciento eran españoles, incluidos mando y oficialidad. Una proporción que no se mantendría durante todo el conflicto, pero que sí influiría a que La Nueve se consolidase como mito y leyenda el 24 de agosto de 1944, cuando un tanque se internaba en el París sitiado por los nazis, para luchar por la liberación, que conseguirían dos días después. Pero, ¿cómo llegaron ahí? ¿qué motivó a estos exiliados a enrolarse en una nueva contienda, y de la mano de las fuerzas armadas francesas? ¿qué les llevó a ser algunos de los que dirigían los semiorugas M3 bajo el Arco del Triunfo parisino tras la liberación?

Una guerra que no termina

Dentro de su ambiciosa colección «Cuadernos de Historia Militar», Desperta Ferro Ediciones publica «La nueve. Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial», una obra erigida por parte de un grupo de siete expertos en el ámbito, y que reúne, «además de las voces más autorizadas que en la última década han reflexionado sobre esta historia, a una serie de reconocidos expertos internacionales que conectan la historia de la compañía con fenómenos de mayor amplitud», explica Celaya, quien ha codirigido la publicación. Se refiere con «fenómenos» a ese exilio español provocado por la Guerra Civil, así como a la participación de estos jóvenes en las fuerzas armadas entre 1939 y 1940. Los exiliados que llegaban a Francia y no querían alistarse en el ejército tenían otras opciones: «Permanecer encerrados en los campos de internamiento, repatriarse a España, intentar reemigrar a un tercer país o conseguir un contrato de trabajo». Por ello, para la mayoría de ellos unirse al ejército «era una importante mejora en su calidad de vida», asegura el experto, pues a su vez eso «facilitaba la salida de los campos y el realojamiento de sus seres queridos». No obstante, destaca Celaya, la principal motivación venía de la mano «del antifascismo que profesaban buena parte de los voluntarios españoles que se alistaron en África del norte, y posteriormente en las Fuerzas Francesas Libres (FFL)».

Volvemos, por tanto, a esa fórmula, de «liberar Francia para liberar España», aunque otras como «continuar la guerra que en España iniciamos en 1936» o «vengarnos de los alemanes por lo sucedido en España» también valdrían para aquellos jóvenes. «A diferencia del caso francés», apunta Celaya, «entre los españoles estas razones aparecen íntimamente relacionadas a motivaciones políticas e ideológicas, entre las que, además del antifascismo, destacaba el republicanismo y la defensa de la libertad». Y fue así cómo la Nueve fue recorriendo un itinerario de combate de casi dos años en Europa, que les llevó a ser protagonista de la liberación de París, de la reconquista de Estrasburgo, y de la ocupación de Alemania en la parte final de la Segunda Guerra Mundial. Una compañía que, en mayo de 1945, tras dos años de lucha ininterrumpida y un secuestro paulatino de su acento español, concluyeron en Baviera aquella guerra que comenzó en España en 1936. Asimismo, se consolidaría su hito el 7 de mayo del 45, cuando a los pies del refugio de Hitler en Berchtesgaden fueran informados de la capitulación alemana.

La resistencia femenina

En este entramado histórico, no se debe olvidar la influencia de las mujeres: si de por sí la historia de la Nueve ha pasado desapercibida en nuestra memoria, imagínense hasta qué punto se ignora el crucial papel que desempeñaron ellas. Explica Celaya que, entre 1940 y 1945, «miles de mujeres voluntarias fueron empleadas en tareas consideradas, en la época y por los hombres, como auxiliares o secundarias». Esto es, se dedicaban a la enfermería, los suministros o la administración. Pero también hubo mujeres en la resistencia y en la Francia Combatiente, tanto en las FFL como en redes de información, acción o servicios de inteligencia. En el particular contexto de la ocupación alemana de Francia, las mujeres resistentes realizaron «prácticas de resistencia civil, esto es, tareas de correo, transporte, inteligencia, alojamiento, logística, falsificación documental... Trabajos sobre los que no operaba limitación alguna de género, a diferencia de la normativa que impedía su incorporación a los ejércitos franceses», detalla el profesor. De hecho, añade, había ciertas tareas que se consideraban de mayor éxito para las mujeres, «pues ellas tendrían menor dificultad para ocultarlas al enemigo».

Pero no todo fue resistencia, lucha y trabajo, sino que también hubo sufrimiento, muerte, reclusión: muchos de los españoles que huyeron a Francia acabaron en campos del Tercer Reich, como en Mauthausen. Aquellos españoles que se enfrentaron al avance alemán, bien perdieron la vida o fueron hechos prisioneros e internados en «stalags». Eran considerados prisioneros de guerra, «por ser prestatarios militares pese a tener naturaleza civil», explica Celaya, por lo que «compartieron reclusión con militares franceses y británicos, entre otros». Si bien estuvieron algunos meses acogidos a acuerdos internacionales que regulaban su tratamiento, cuando el ejército alemán cedió el control de los prisioneros españoles a la Gestapo, todo cambió. Se separaron del resto, y fueron deportados a Mauthausen. Aquellos «Rotspanienkämpfer», como definían a los combatientes de la España roja, se vieron en los campos nazis «sin que el gobierno de Franco, siendo ciudadanos españoles, ni el de Vichy, pese haber sido capturados con uniforme francés, se responsabilizaran de ellos».

La contribución española en la historia de Francia durante la Segunda Guerra Mundial fue, por tanto, indiscutible en varios ámbitos. No obstante, hasta comienzo de los años 90 no comenzó a llamar la atención de los historiadores, y es quizá por esto que se trata de un episodio histórico que continúa pasando desapercibido. Entre los factores responsables de este olvido, Celaya destaca «la manera en que Francia escribió su propia historia tras el conflicto, así como la forma en que 40 años de dictadura en España condicionaron el desarrollo de la memoria». Por último, añade, «el modo en que los mecanismos de ocultación y las construcciones positivas se han combinado para condicionar el estudio de dicha participación española en la resistencia de Francia».

Una vez más, una parte de la historia ocultada, tapada, a la que no se le ha dado la importancia suficiente. Una «preeminencia del testimonio y el mito positivo que, lejos de corregirse en democracia, ocultan la historia de los y las resistentes españoles tras un halo de heroicidad militar masculina, cuyo paradigma reside en el mito de la liberación de París a cargo de la Nueve». Y más allá de la capital francesa: la leyenda crece y brilla aún más si se trata de aquellos españoles que contribuyeron a la derrota de Hitler y sus socios, y que por tanto fueron testigo del fin de una de las más crueles y sangrientas guerras que ha vivido el mundo.