Teatro y cine, ¡todo es una farsa!
Pablo Remón estrena texto dedicado al mundo de la interpretación, y lo hace rodeado de Javier Cámara, Bárbara Lennie, Francesco Carril y Nuria Mencía
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Pablo Remón acude a la RAE para definir «farsante/a», y ahí encuentra dos acepciones: aquel «que finge lo que no se es o no se siente» y «actor de teatro, especialmente de comedias». Pero se le quedan cortas para explicar lo que tiene entre manos, así que añade otros tres puntos de su propia cosecha para referirse a sus farsantes, Los farsantes.
Uno: son la historia de dos personajes relacionados con el mundo del cine y del teatro; Ana Velasco (Bárbara Lennie), una actriz cuya carrera está estancada; y Diego Fontana (Javier Cámara), un director de películas comerciales y de éxito que ahora está embarcado en una gran producción. Personajes, a su vez, conectados por la figura del padre de Ana, Eusebio Velasco (también Cámara), también realizador, aunque ya está de retirada. Dos: «Los farsantes» también son varias obras en una –añade–, «cada una con su estilo y tono». La historia de Ana tiene un estilo eminentemente cinematográfico y en la que sueño y realidad se confunden. La de Diego es una pieza de teatro más clásica, representada en espacios más realistas. «La intención», dice, «es que sea una narración teatral, pero de aspiración novelesca y cinematográfica». Y tres: Los farsantes es una comedia donde cuatro actores (Francesco Carril y Nuria Mencía se suman a los dos ya citados) viajan por decenas de personajes, espacios y tiempos. «Una sátira sobre el mundo del teatro y del audiovisual, a la vez que una reflexión sobre el éxito, el fracaso y los papeles que encarnamos, en la ficción y fuera de ella», completa el autor y director del montaje.
Así presenta Pablo Remón lo que ha llamado «la celebración» de sus diez años dedicado al teatro, una pieza que llega al Centro Dramático Nacional (en el Valle-Inclán de mañana al 12 de junio) y que el director de la institución, Alfredo Sanzol, define como «una obra llena de humor y acción. Tiene que ver con la farsa y con los que nos dedicamos a ella. El arte de la farsa es una metáfora del propio arte de vivir, y ahí es donde cobra una especial dimensión y profundidad. Además de contar con unos personajes de los que te enamoras». Pero, advierte Carril, poner el foco sobre el mundo de la actuación no es un inconveniente para traspasar fronteras: «Aunque el universo sea un poco endogámico, cualquiera puede entrar en la obra y entenderla porque la mirada es humana y universal», añade el actor. Mientras, Lennie puntualiza que «no se trata de una función cínica sobre nuestro oficio, sino amorosa. Nos reímos de este mundo desde el respeto», explica una intérprete que agradece a Remón la oportunidad de «abordar un lado mucho más luminoso, lúdico, vital, festivo, que lo que vengo de hacer».
Así, el dramaturgo evita entrar en el argumento, «es lo de menos», dice. «Lo importante es tener la sensación del viaje; vivir en un universo más que en una historia concreta». Los farsantes abordan una historia, y otra, y otra, y otra... Las vidas de Ana y Diego se cuentan en paralelo, se alimentan mutuamente y «son espejos de los mismos temas», explica el director. Ella, después de actuar en pequeños montajes de obras clásicas, ahora trabaja de profesora de pilates. Entre culebrones de televisión y obras alternativas, Ana busca el gran personaje que la haga, finalmente, triunfar. Él, Diego, tiene todas las esperanzas puestas en una serie que se rodará en todo el mundo y con estrellas internacionales, pero un accidente hará que se enfrente a una crisis personal y que se replantee su carrera. Es la base de un conjunto que se construye con capítulos que son, en alguna medida, independientes –cuenta Remón–, «formando una estructura más próxima a la novela que al teatro. Buscando otro tipo de escritura he avanzado a esta manera episódica que no es habitual de las tablas y sí de las novelas. Precisamente todas las ideas que tenía para una novela me las he traído al teatro, que es un animal omnívoro, se alimenta de todo».
«Después de diez años trabajando para los escenarios y veinte escribiendo en el cine o en series, uno se plantea qué es realmente esto de pasar tanto tiempo entre personajes inventados –continúa el autor–. En la ficción soluciono problemas que en la vida me cuesta más. Es mi escape, mi refugio. La ficción y la realidad no son compartimentos estancos. La frontera se disuelve y esto es una obra de sueños e imaginaciones».
Todo ello se lo guardó Remón hasta el último momento. Convocó a los cuatro actores sin adelantarles nada. «Casi no soy consciente porque mi proceso de escritura es muy caótico y no quiero enseñar nada porque lo que escribo un día puedo quitarlo al siguiente. No me fío de mí mismo», se justifica. Un secretismo que no asustó a los intérpretes. «Confiamos en Pablo», añade un Cámara que pisa las tablas después de más de una década y que recuerda cómo su representante le tiró de las orejas por lanzarse a la piscina sin texto firme, a la vez que rechazaba otros trabajos en el cine. «Tenía una intuición y no me arrepiento. Me he encontrado con tres primeros violines de una orquesta muy importante. Nuria, Francesco y Bárbara son gente muy afinada sobre el escenario. A pesar de mis veinte años de más, soy el más inexperto con diferencia... ¡Solo quiero estar en el teatro a todas horas!», confiesa exultante.
- Dónde: Teatro Valle-Inclan, Madrid. Cuándo: hasta el 12 de junio. Cuánto: 20 y 25 euros.