Sorpresa
La esperpéntica rueda de prensa de Rafael Amargo: «Soy inocente»
El artista aseguró que ahora «trabajará con más fuerza»
Decir que Rafael Amargo no se ha visto en otra igual sería injusto con el peso de su carrera, pero, desde luego, que el estreno de esta «Yerma» no hubiera tenido la repercusión que ha alcanzado si no llega a ser por los problemas «extrateatrales» del bailarín, lo sabe él y todo al que se le pregunte. Tras ocupar los titulares más llamativos de la semana, el artista se presentó ayer en el Teatro La Latina para hacer un 2x1: sacudirse cualquier acusación negativa que le haya salpicado en las últimas horas y, de paso, monetizar esos minutos de televisión en directo con un poco de publicidad para el montaje.
Se aprovechó el tumulto para «recuperar» la rueda de prensa cancelada el miércoles por los motivos que conocen. Solo que, en esta ocasión, se llevó a cabo con un par de añadidos: todo el salseo de la prensa rosa y, más sorprendente, un letrado sobre el escenario. Ahí estaba Cándido Conde-Pumpido Jr. en el centro de los focos junto a Amargo. Arropados con una austera escenografía, sobre las tablas se disponían dos sillas para bailarín y abogado; detrás, toda la compañía para hacer piña; delante, en el patio de butacas, una muralla de reporteros y medios que agotaron las salidas de audio para las cámaras. Sirva ello como unidad de medida de la repercusión del acto. Otra forma de valorar el grado de faranduleo podría ser una buena mujer, que, con aspecto de ser la «Mocito Feliz» de la cita, se lamentaba a la puerta de La Latina por no poder entrar con la Prensa.
Todo ello solo fue la antesala del «chow», que dijo el propio Amargo en alguna ocasión. Como si allí no hubiera pasado nada, alzó la voz el artista para abrir la sesión y demostrar lo «feliz» y «contento» que estaba de poder presentar su «Yerma» ante semejante marabunta. Y es que no se equivocó un día antes, cuando, a la salida del juzgado, comentó que si llega a diseñar una campaña de «marketing» no le sale tan bien. Otro asunto ya será el coste personal de tener tras de sí las acusaciones de tráfico de drogas y pertenencia a una organización criminal. Sin embargo, parecía que eso era lo de menos.
Comenzó el Rafael Amargo más «polite» y conciliador. «Gracias» por regresar a unos escenarios capitalinos que no pisaba desde hace cuatro años: «Madrid siempre tiene un valor añadido (...) Quiero romper las tablas, bailar y desfogarme», aseguraba antes de mostrar la «pena por no estrenar el jueves». Si le llegan a dejar, hubiera salido como el animal lo hace de toriles. Del calabozo al ruedo, aquí, el escenario: «Pensaba que lo tenían todo listo para la actuación hasta que alguien con cabeza me dijo “tranquilo, respira”. Después de haber estado 48 horas tirado en el suelo es verdad que no tengo ni el cuerpo ni el físico».
De negro riguroso
No dudó en proclamarse «inocente, por eso estoy aquí», clamaba vestido de negro riguroso. «La gente que me conoce sabe que lo que me interesa es esto [los escenarios]. Estoy bien y esto me anima a trabajar con más fuerza y a respetar más mi trabajo», continuó el protagonista.
Las preguntas meramente artísticas duraron poco, un turno, y con ello fue subiendo el nivel de rabia del artista, controlado de cerca por su abogado y, sea dicho, sin perder las maneras. Pero el bailarín fue a más, se fue amargando. Recordaba a ese futbolista rabioso al que el árbitro le ha pitado un penalti en contra y trata de subsanar el error con aún más agresividad. Una medida que suele terminar en amarilla, cuando no en roja. Y es que es muy fácil pasarse de revoluciones por creer que la infracción señalada es inmerecida, aunque aquí no hay VAR y solo la justicia dirá si alguien se pasó de la raya. Enrabietado, Amargo cambió las entradas a la espinilla por repentinos taconeos y ciertas salidas de tono. Se le preguntaba por la rumorología de sus problemas con las drogas y la posible ruina económica y respondía con el infantil «y tú más».
El lavado de imagen era ineludible, aunque luego quede para cada uno el creérselo o no. El hombre, por lo menos, lo intentó. También es verdad que no dio la impresión de ser mal tío, sino uno que, simplemente, se ha equivocado. Uno más de la calle, con sus blancos y sus negros, pero, de igual modo, un tipo cegado por el éxito (y no el de Pablo Escobar). Tan capaz de subir a un «sin dientes» a casa «para darle un bocadillo» –en sus propias palabras–, como de recibir en sus tiempos mozos (hace no tanto) la Medalla de Oro del Mérito a las Bellas Artes e, incluso, un reconocimiento de la misma Policía.
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