Despedida
Así ha sido el "Santo entierro" de la "pecadora" María Jiménez
Un carruaje ha trasladado el ataúd de la cantante a Triana, que le ha dicho adiós como ella quiso: con palmas y sin luto
Vivió a su manera y a su manera ha sido despedida. De eso se ha encargado su hijo Alejandro Sancho y Sevilla no ha defraudado. María Jiménez quería una despedida a lo grande, con ruido y tronío. ¡Y vaya si la ha tenido! A primera hora de la mañana de hoy la plaza de San Francisco ya estaba abarrotada de vecinos y fans, que hacían cola para entrar a la capilla ardiente de la cantante, instalada en el Ayuntamiento de la ciudad hispalense, para darle su último adiós.
Tal y como María dispuso, una carroza fúnebre, tirada por una cuarta de caballos blancos pura sangre española y adornados con penachos de plumas negras, ha paseado sus restos mortales por la ciudad que la vio nacer. Y al llegar al puente de Triana, con María ya en casa, la emoción se ha desbordado y con gritos de olé y palmas por bulerías, ha sido acompañada la calesa hasta la iglesia de Santa Ana, donde se ha oficiado la misa funeral. «Nunca te olvidaremos, María. Supiste ayudar al que no tenía "ná" y a esas mujeres que lucharon por la libertad», ha gritado un vecino y la calle Pureza estalló en aplausos.
Porque la cantante y bailaora era más trianera que sevillana, su último paseo antes de ser enterrada tenía que darlo por su barrio y con su gente. Allí nació un frío tres de febrero de 1950 y allí ha sido despedida una calurosa mañana de septiembre 73 años después. La cantante nunca escondió ni olvidó sus orígenes. Creció en una casa de una sola habitación y desde muy niña trabajó como sirvienta para llevar dinero a casa. Decidió trasladarse a Barcelona a probar suerte y dio a parar al Villa Rosa, una taberna flamenca de Las Ramblas que la convirtió en artista precoz. Pero fue el tablao Los Gallos, en Sevilla, quien la consagró años después. A su muerte, el tablao más antiguo de Sevilla ha querido recordar a esa mujer vivaz y deslenguada que disfrutó tanto como sufrió, con una corona de flores que apenas se veía de tantas como había en su capilla ardiente: de su productora Universal, de sus amigos Joaquín Sabina y Paco Moreno, del alcalde de Sevilla, del Ministerio de Cultura... y, por supuesto, del Betis, al que cantó por su centenario poniendo voz a la canción de Rafael Serna.
Nadie ha querido hoy perderse el último paseo de esta folclórica feminista de espíritu indomable que se atrevió a denunciar los malos tratos con «Se acabó», canción que acabó convirtiéndose en su mayor «hit». Su tormentoso amor con Pepe Sancho acaparó muchas portadas –se llegaron a casar hasta en tres ocasiones– y en ellas admitió que su historia «fue un flechazo, pero después fueron 20 años de puñaladas». Pero ese no fue el mayor drama de la cantante. La muerte de su hija Rocío la sumió en una profunda depresión, se alejó de las cámaras y dejó de cantar para volcarse en su hijo mayor, Alejandro. De la pérdida de Rocío nunca quiso hablar porque le inundaba la tristeza y, pese a que supo reinventarse de los golpes que le dio la vida, los que la conocieron aseguran que su herida nunca se cerró.
Con «La lista de la compra», compuesta por El Lichi, de la Cabra Mecánica, resurgió como un Ave Fénix y, ataviada cual pavo real, gritó a los cuatro vientos que se merecía «un príncipe y un dentista». Su fuerza y la verdad con la que le cantaba a la vida hizo que fuera una de las artistas más queridas. Su funeral ha sido un reflejo de ello. En la iglesia de Santa Ana, el párroco, don Manuel, apenas podía hacerse escuchar, tal era la multitud que se agolpaba en el templo. Entre los asistentes, no han faltado su hijo y su nuera, su hermana Isabel y grandes amigos como Francisco Rivera y Lourdes Montes. También han asistido el alcalde se Sevilla, José Luis Sanz, y otros rostros conocidos como Silvia Pantoja, María Toledo, Manuel Lombo, Rafa Almarcha y Eugenia Martínez de Irujo y su hija Tana, que no ha podido contener la emoción.
En la llamada «Catedral de Triana» se ha dado el último adiós a María entre sevillanas y fandangos, una ceremonia que ha puesto el broche la Salve Rociera. Ya en la calle, los trianeros le han dedicado el «Perdónala» y los caballos con penachos negros, el único signo de luto que se ha visto, se han llevado su cuerpo al cementerio de San Fernando, donde ha sido despedida ya en la intimidad.
✕
Accede a tu cuenta para comentar