
Gastronomía
Ronda de bares: Donde el alma se sirve en plato
"Porque Casa Pepe, en Jaén, es un prodigio de limpieza, de concepto, de hospitalidad serena"

Uno de nuestros favoritos del mapa nacional. Y eso no es decir poco en este país de barras infinitas. Su nombre, Casa Pepe, podría sugerir uno más de tantos negocios con denominación anodina, como si fuera heredero de una fotocopia familiar, uno de esos lugares que salpican la geografía patria sin pena ni gloria. Pero no. Aquí el tópico se revienta desde que uno cruza el umbral.
Porque Casa Pepe, en Jaén, es un prodigio de limpieza, de concepto, de hospitalidad serena. Un bar-restaurante de hechura excepcional, con una majestad sencilla que no necesita decorador ni storytelling. Solo verdad. Desde que uno atraviesa ese dintel blanco dan ganas de tirar el reloj, la dieta y cualquier compromiso posterior, y pedir sin pudor todo lo que los apetitos y la cartera soporten.
El encantador José oficia desde la barra como un sumiller sin diploma, pero con todo el arte. Va despachando con gracia lo que su hermano Jesús cocina con mano de alquimista y lo que su madre, la maravillosa Manuela, ejecuta desde hace tres décadas con el respeto de quien cocina como quien reza. Viuda temprana de Pepe, el fundador, Manuela asumió el timón y convirtió la casa en un altar al producto y al afecto.
Los platos destacan por su pureza y brillantez: desde un espárrago de espinacas con notas de comino y vinagre hasta un revuelto de collejas tan delicado que no necesita jamón. Las setas de cardo, efímeras y locales, estallan en sabor. Todo mantiene un alto nivel: ensaladilla clásica, bocados de papada y angula, pescadillas sutiles, manitas, presa y un cabrito de la sierra elevado a culto. El broche: sesos al pilpil, una casquería refinada y sabrosísima.
En Jaén todo es alegría en sus bares. Y cuando se llega a Casa Pepe, uno entiende que hay bigotes gatunos que se mojan solo de pensar en estas maravillas. Porque algunos bares no solo alimentan: también redimen.
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