20 años sin La Divina
La maldición de los Ordoñez: las vidas truncadas de Carmina y Belén
Las vidas de las hermanas han discurrido de forma paralela. Cayeron en los mismos errores, no eligieron bien en el amor y sufrieron muchísimo
La tragedia ha marcado el destino de los miembros del clan Ordóñez, truncando la vida de sus miembros y convirtiéndoles en víctimas de lo considerado por muchos, incluso por ellos mismos, como una maldición. La taurina familia ha sido golpeada en numerosas ocasiones con dolorosos episodios, aunque ahora se recuerda con especial emoción la muerte de Carmina Ordóñez.
La que fuese reina de corazones en la década de los 80 y los 90 perdió la vida hace ahora 20 años atrás, el 23 de julio de 2004. Con ello, se cumplía sus propias cábalas, pues siempre dijo en público que no llegaría a cumplir los 50 años.
Se acercó mucho, llegó a soplar las 49 velas en su pastel, pero sabía que su final estaba pronto, pues creía firmemente que su familia arrastraba una maldición, que les impedía disfrutar de una larga vida, quizá por ello quiso aprovechar el tiempo que tuvo al máximo. Lo mismo le sucedió a su hermana, Belén Ordóñez, compañera de vida y correrías.
Carmen y Belén eran famosas de cuna, de las que nacen con la atención mediática fijada en ellas, por nacer en el seno de una familia ligada al toro. Su padre era Antonio Ordóñez y su madre Carmen González Dominguín, sobrina de Luis Miguel Dominguín. Los caprichos del destino hicieron que Carmen se enamorase de un torero y perpetuase la estirpe junto a Francisco Rivera Paquirri, con el que se casó con 17 años. Después llegó Julián Contreras, con el que tuvo un tercer hijo, pero entre medias y después pasaron muchos hombres por su vida. Lo más destacados fueron Pepe El Marismeño o Ernesto Neira, acusado de malos tratos. También muchas fiestas. Por supuesto, los excesos fueron protagonistas en su vida. También en su trágico final, aunque hay diversas teorías y tan solo una versión oficial.
La muerte de Carmina Ordóñez paralizó España. Sus hijos, años después, han dado cuenta de lo mal que se encontraba en la última etapa de su vida, por culpa de las adicciones. Los tratamientos de desintoxicación no le eran efectivos y siempre terminaba cayendo en la tentación. El dolor era inmenso en ella, quizá sabiendo que su final estaba cerca con la firme creencia que no cumpliría los 50 años y tan solo le quedaban unos meses. Su padre falleció cinco años antes que ella, a consecuencia de un cáncer a los 66 años. Arrastraba el duelo consigo, lo mismo que le sucedía a Belén Ordóñez. Las tragedias también golpearon a su hermana que, pese a durar más años que ella, demostró que parte de la maldición familiar le arrolló: vivió intensamente, murió prematuramente.
Con 56 años, Belén Ordóñez perdió la vida mientras dormía el 3 de agosto de 2012. Lo hacía en un hospital, víctima del cáncer, ocho años después de enterrar a su hermana y sin haber podido conciliar la dura realidad de su ausencia. “Me falta la mitad. Me falta un brazo, una pierna, medio cuerpo. Carmen era mi mitad y yo la suya. No puedo vivir sin ella”, llegó a decir al respecto en una de sus numerosas entrevistas. Llegó incluso a declarar que tenía épocas en las que fantaseaba con morir y reencontrarse con ella. Puso el foco en la salud mental incluso antes de que se hablase de estos temas tan abiertamente en público. Por ejemplo, cuando tuvo que hacer frente a la muerte de su madre, Carmen Cristina González, enferma de cáncer, quien siempre había supuesto el pegamento del clan. También cuando meses después encajó la dura pérdida de su gran amor, Francisco Ruiz Wanger, padre de su única hija, Belén, que murió en 1985, también tras haber presentado batalla contra el cáncer. Una enfermedad que ha golpeado con especial dureza a la familia, marcándola con sufrimiento.
Las vidas de Carmina y Belén Ordóñez fueron paralelas, viviendo las mismas alegrías, cayendo en las mismas tentaciones y teniendo casi los mismos problemas. Más allá de las adicciones a las drogas y que no supieron elegir correctamente a los hombres a los que amaban. También vivieron tan intensamente sus años, que no tuvieron demasiado cuidado a la hora de gestionar sus patrimonios, viviendo en muchas ocasiones al filo de sus posibilidades, haciendo malabares para no tropezar económicamente. Por fortuna, siempre tenían un hueco reservado en el papel cuché o en un plató de televisión que, en aquellos años, estaban muy bien pagados, lo que les ayudaba a salir a flote y, por qué no, darse una última juerga, pues el mañana les era incierto y el pasado muy doloroso.
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