Flanco Sur
Las tropas francesas abandonan Mali tras más de nueve años de misión
La misión en el “Afganistán francés” ha supuesto un gasto de casi 8.000 millones de euros para el Gobierno galo, que se niega a calificar la operación de “fallida”
Nueve años, siete meses y cuatro días después de que el primer militar francés posara su bota en suelo maliense, la aventura apodada como “el Afganistán francés” ha llegado a su fin después de que el último militar galo haya levantado su bota del ardiente suelo para... ¿no volver más?
Nueve años, siete meses y cuatro días que solo en los primeros seis meses tuvieron un coste medio de 400.000 euros diarios para la administración francesa, y que desde entonces hasta 2020 supusieron un gasto aproximado de 800 millones de euros anuales. Millón arriba, millón abajo, la misión en Mali que desde París se niegan a calificar como “fallida” ha supuesto un gasto total de entre siete y ocho mil millones de euros.
Operación Serval
Lejos del discurso que sostiene el actual Gobierno de Bamako, la intervención militar francesa en suelo maliense no se inició con el objetivo de “robar el oro” que básicamente sustenta la maltrecha economía del país. La aventura comenzó en 2013, cuando el Gobierno maliense de entonces pidió una ayuda desesperada a París (antigua potencia colonial) para frenar el avance de rebeldes islamistas vinculados a Al Qaeda, grupos independentistas tuareg y un complejo batiburrillo de luchadores unidos bajo la bandera común de la yihad islámica.
Por entonces corrían rumores de que la capital caería pronto en manos de los rebeldes, y el Gobierno central se encontraba en una situación crítica. Entonces, Francia, bajo el mandato de François Hollande, destinó al suelo africano a 3.000 soldados que se encontrarían en una situación de guerra abierta contra los yihadistas.
A priori, la operación pareció un éxito. Entre el 11 de enero de 2013 y el 13 de julio de 2014, los cazabombarderos Dassault escupieron ira y fuego sobre los mal armados islamistas asentados en el centro y el norte del país, las tropas de tierra tomaron rápidamente las localidades de Tombuctú y Kidal, participaron en los combates de guerrillas en Gao, rechazaron la ofensiva yihadista sobre Mopti... Y los yihadistas, vapuleados y sin capacidad para ofrecer una resistencia efectiva contra el Ejército francés, tuvieron que resignarse a abandonar las principales ciudades para reorganizar su estrategia, dirigiéndola a los ataques relámpago y los atentados imprevistos que todavía hoy continúan. En el verano de 2014, desde París se tomó la decisión de integrar la Operación Serval dentro de la Operación Barkhane, destinada a combatir al terrorismo a lo largo de los países del Sahel: Mauritania, Malí, Níger, Burkina Faso y Chad.
Operación Barkhane
Lo que fue una guerra a la antigua usanza se transformó en una especie de ocupación militar (a ojos de los malienses) donde la población local se encontró con soldados franceses y cascos azules patrullando sus calles a diario, siempre procurando adelantarse a los atentados yihadistas que poco a poco se instauraron como una espantosa costumbre en Malí.
El frente se difuminó y desapareció. Nadie estaba seguro. Un día de mercado, las mujeres acudían con una calma deliciosa a comprar berenjenas y pollos para cocinarlos a sus maridos; al día siguiente, sin previo aviso, una explosión o un breve tiroteo provocaban el caos y arrojaban cuerpos sueltos sobre la acera. El “Afganistán francés” pasó de ser una guerra a un conflicto armado no internacional, según los parámetros establecidos por la Convención de Ginebra.
El Ejército francés se asentó de forma permanente en sus principales bases de Yamena (Chad), Niamey (Níger), Gao (Malí) y Uagadugú (Burkina Faso), mientras se establecieron bases de operaciones avanzadas en las comunas malienses de Tessalit, Gossi, Kidal y Mopti. Cabe a destacar que apenas encontraba uno militares franceses en Bamako y sus alrededores, sino que la presencia gala se resumía a los estacionamientos señalados en el centro y el norte del país. Continuaron los atentados y las misiones aéreas francesas sobre objetivos yihadistas. En 2015 sucedió un ataque contra el Hotel Radisson Blu en la capital, donde 27 rehenes fueron asesinados por diez terroristas islámicos.
“Nos están robando el oro”
Pronto comenzaron los rumores sobre el oro. Khadim es un antigo ex combatiente maliense que combatió en repetidas ocasiones con los franceses. Según opina sentado en un café de Bamako, “el mayor error de los franceses fue el de aposentarse tan lejos de la capital. Esto, y la falta de información que se recibía, fomentó los rumores entre la población de Bamako, que poco a poco empezó a imaginar que los franceses estaban saqueando la mina de Kidal”. Siguiendo la lógica maliense, no tenía sentido que un ejército capaz de desplumar a los insurrectos en pocas semanas durante 2013, un ejército capaz incluso de colonizar exageradas porciones del continente durante décadas, se veía ahora inútil a la hora de combatir a un puñado de yihadistas armados con obuses obsoletos y efímeras Kalashnikov.
Entonces se supo que muchas de las armas de los yihadistas procedían de Libia, donde el régimen de Gadafi cayó pocos meses antes de desatarse el caos en Malí. De Libia. ¿Y quién sino los franceses tenían el control del país por entonces y, por tanto, la obligación de evitar que las armas y los mercenarios libios acabasen en territorio maliense?
Para muchos era evidente: desde París se orquestó la desestabilidad en Malí, aprovechando el caos libio, para excusar así su intervención en el país y robar a puñados el valioso oro de Kidal. Comenzó a hablarse de neocolonialismo en los cafés y durante las reuniones nocturnas del Ramadán. A pocos (ni siquiera a Khadim, como si Khadim hubiese sufrido una especie de amnesia en lo relativo a sus años combatiendo junto a los galos) se les ocurrió pensar que el desorbitado gasto militar francés no podía cubrirse ni de cerca con un producto tan obsoleto como es el oro.
El aterrizaje ruso
Se ve que desde el Kremlin supieron leer el malestar maliense y hacer buen uso de él. Tras el golpe de Estado exitoso realizado por el coronel Assimi Goita (actual Presidente del país), la repulsa hacia los franceses brincó a niveles institucionales y diversos medios de comunicación galos (como France 24) fueron censurados por el nuevo régimen. El grupo panafricanista Yerewolo comenzó a organizar en 2020 una serie de protestas que exigían la retirada de las tropas francesas del país, a cambio de una entrada de tropas rusas (este grupo pide ahora que la fuerza de la ONU abandone Malí antes del 22 de septiembre), y el apoyo ciudadano fue masivo. Los primeros informes sobre mercenarios del Grupo Wagner en Malí datan de diciembre de 2021, aunque el periodista que escribe este artículo ya recibió soplos sobre la presencia rusa en octubre de 2021.
El Gobierno de Emmanuel Macron no encajó bien la nueva colaboración con mercenarios rusos que imponía Goita y anunció en febrero de 2022 que los 3.000 soldados franceses desplegados se retirarían del territorio maliense en un plazo de “entre cuatro y seis meses”. Un plazo que llegó a su fin este martes. Las fuerzas francesas fueron abandonando paulatinamente sus bases, que fueron ocupadas de forma sistemática por mercenarios de Wagner, hasta hoy.
Una nueva estrategia
Emmanuel Macron pidió a sus generales el pasado mes de julio que “repensasen” la estrategia francesa en el Sahel, dándoles de plazo hasta septiembre para presentarle un nuevo informe. Por lo pronto, el grueso de las tropas francesas están siendo trasladadas a Niamey (capital de Níger), mientras la cumbre de la OTAN en Madrid calificó por primera vez el Sahel como “flanco sur”. Un funcionario de la Unión Europea destinado en Malí confirmó en una conversación casual que “la OTAN pretende instalarse en Mauritania”, por si la inestabilidad en Malí amenaza más de lo debido a Occidente y surge la necesidad de actuar. Una información que no ha sido verificada por ninguna fuente oficial.
Lo que queda claro es que nada volverá a ser igual. La agrupación de países para combatir al terrorismo conocida como G-5 Sahel se derrumbó en mayo de 2022 tras la salida de Malí. La misión de Naciones Unidas (MINUSMA) se encuentra en horas bajas tras la expulsión de Mali de su portavoz y la detención de las rotaciones por orden de Goita, además de la salida de Egipto de la operación, que era el país que más tropas aportaba. Malí pugna por modernizar sus Fuerzas Armadas mientras el Ministro de Asuntos Exteriores argelino, Ramtane Lamamra, efectuó un llamamiento el 11 de agosto a la Unión Africana, encomiando a “organizar una respuesta colectiva africana” contra la amenaza yihadista en el Sahel. Esta historia no concluye con la retirada francesa de Malí. Al contrario. Nueve años, siete meses y cuatro días después, todavía esta historia no ha hecho más que comenzar.
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