Tragedia

Los talibanes admiten su incapacidad para atender a las víctimas del terremoto y piden auxilio al exterior

Afganistán afronta las labores de rescate de los supervivientes del seísmo sin medios y en plena crisis humanitaria. Las autoridades estiman que la cifra de fallecidos superará el millar

Las personas afectadas por el terremoto esperan ayuda en la aldea de Gayan, en la provincia de Paktia, Afganistán
Las personas afectadas por el terremoto esperan ayuda en la aldea de Gayan, en la provincia de Paktia, AfganistánSTRINGERAgencia EFE

Cuenta atrás para tratar de encontrar supervivientes en las zonas afectadas por el terremoto de magnitud 6,1 que sacudió este miércoles el sudeste de Afganistán y ha dejado, de momento, un millar de muertos y varios centenares de heridos. Los primeros equipos de rescate se afanan por alcanzar las remotas áreas rurales afectadas pero tanto autoridades locales como agencias internacionales asumen que la tarea será ardua y lenta dadas las dificultades orográficas, los problemas de infraestructura y la falta de medios generalizada que sufre el país gobernado por los talibanes.

Decenas de localidades han quedado literalmente borradas del mapa como consecuencia del terremoto, que tuvo su epicentro a unos 160 kilómetros al sureste de Kabul y a 44 de Jost, en una amplia franja de áridas montañas situada junto a la frontera con Pakistán. Hay familias enteras desaparecidas. Cadáveres confundidos entre los escombros de barro y piedra. Las autoridades locales asumen que la cifra de víctimas aumentará considerablemente en el curso de los próximos días. Se trata del peor terremoto de los últimos veinte años. En 2002, un sismo de magnitud 6,1 se cobró más de un millar de vidas.

“Somos incapaces de alcanzar la zona, las redes telefónicas son muy débiles, estamos esperando información”, admitía un portavoz talibán de la provincia de Paktiká, la más afectada por el temblor de tierra, en declaraciones a Reuters. Los daños en las carreteras causados por el seísmo, sumados a los provocados por las intensas lluvias registradas en las últimas semanas, están dificultando particularmente las tareas de rescate.

La situación está obligando a los propios vecinos de las zonas rurales afectadas –muchas de ellas extraordinariamente aisladas- de las provincias de Paktiká y Jost a emplear los modestos medios a su alcance para recuperar cadáveres de los escombros o reconstruir las viviendas que aún han quedado en pie. “No tenemos nada. Ni una tienda de campaña en la que vivir. Le pedimos al Emirato Islámico y al país entero que nos ayuden”, demandaba un vecino a la agencia AP.

Con todo, tanto desde el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados en Afganistán como desde Unicef se daba cuenta ayer de la llegada de los primeros materiales de emergencia a las provincias más golpeadas por la tragedia. “Mi corazón está con los afganos. Naciones Unidas está totalmente movilizada y nuestros equipos sobre el terreno, evaluando las necesidades y empezando a suministrar ayuda”, escribía en Twitter el secretario general de la organización António Guterres.

Tragedia humanitaria

Impotentes ante la magnitud de la catástrofe, los talibanes que gobiernan el país desde agosto del pasado año, espoleados en una fulgurante operación militar por la retirada de las fuerzas internacionales- no han dudado en pedir ayuda urgente al resto del mundo. El líder supremo del movimiento insurgente, Haibatullah Akhundzadah, instaba a la comunidad internacional “a ayudar a los afganos afectados por esta gran tragedia y a no escatimar esfuerzos”. Ningún país ha reconocido oficialmente el Emirato Islámico de Afganistán. Por su parte, el portavoz del Ministerio de Exteriores, Abdul Qahar Balkhi, defendía que “a pesar de las sanciones que se nos han impuesto, el Gobierno ha hecho lo que puede dentro de sus medios y de manera inmediata la Media Luna Roja afgana ha enviado ayuda a la zona, junto con la turca y otras agencias”.

El drama causado por el terremoto, en un país que vive desde hace meses una auténtica tragedia humanitaria la llegada al poder de los insurgentes supuso el inmediato fin de la ayuda de una gran parte de la comunidad internacional y sanciones al sector bancario, lo que acarreó el consecuente derrumbe de la economía-, vuelve a poner a prueba las capacidades de gestión del Estado talibán. El régimen ya se ha visto desbordado en las últimas semanas en la gestión de otra catástrofe natural: la de las riadas registradas en amplias zonas del país.