Sahel
La internacionalización del conflicto del Sahel, una puerta hacia una nueva guerra mundial africana
Francia, Rusia, Estados Unidos, Irán, Italia, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, España... la grave situación de seguridad en el Sahel deriva en un complejo escenario enmarcado en el conflicto global
Hace doce años que el yihadismo armado inició sus acciones en el Sahel. Dio sus primeros golpes durante la revuelta de Azawad en Mali, en 2012; continuó su expansión, dividido en una amalgama de grupos, tras sus primeros atentados en Níger en 2013 y en Burkina Faso en 2015. Incluso realizaron acciones puntuales en Chad y Mauritania, igual que hace escasos años que los terroristas atacan las zonas fronterizas de Togo y de Benín y, en menor medida, de Ghana y de Costa de Marfil. Y todo esto sería sin contar con el auge de Boko Haram en Nigeria a partir de 2002. En total, diez naciones de África Occidental se han visto perjudicadas en mayor o menor grado por el yihadismo armado, cuyas acciones han afectado principalmente a las zonas rurales, pero también a importantes núcleos urbanos como Djibo, Gao y Tombuctú, igual que se han registrado ataques ocasionales contra Uagadugú (capital de Burkina Faso) y Bamako (capital de Níger).
Hace diez años que el auge del yihadismo se trata de una cuestión de seguridad que afecta a la práctica totalidad de África Occidental. La intervención de Francia en la región por medio de la operación Barkhane, igual que diferentes misiones organizadas por la Unión Europea en materia de asesoría y entrenamiento, introdujeron a Europa en el escenario casi desde el mismo inicio de la crisis. Pero no fue hasta la aparición del Rusia en el tablero del Sahel que los conflictos limitados a su espacio físico no adoptaron una actitud global que comenzó a afectar, no solo al Sahel, ni siquiera al territorio conocido como África Occidental, sino al mundo en general, en su máximo extensión, desde Washington hasta Moscú, pasando por Madrid, Teherán y, por qué no, también Ankara y Pekín. Ha llegado la hora de señalar el conflicto del Sahel como lo que realmente es: un conflicto con efectos globales que puede utilizarse como referente para comprender que el mundo multipolar que vaticinaban los expertos a principios de siglo ya ha llegado.
Moscú vs. París
El primer detalle que escapó a la pura dimensión física del Sahel pudo encontrarse en la pugna entre Moscú y París por convertirse en las bases sobre las que se asentaría la seguridad saheliana. Macron y sus antecesores lo pusieron todo sobre la mesa: drones de combate, cazabombarderos Dassault Rafale, decenas de miles de tropas desplegadas a lo largo de los años, ayudas económicas para el desarrollo de los ejércitos del Sahel y un presupuesto anual de 800 millones de euros destinados al uso exclusivo de la operación Barkhane. Rusia desplegó en un principio al Grupo Wagner en Mali, antes incluso de la retirada francesa, aunque posteriormente amplió su oferta para incluir aviones Su-25 y helicópteros de ataque tipo MI24-P y MI-8, entre otros ejemplos de material militar soviético y reciclado en el desierto africano. La incompatibilidad entre ambas naciones a la hora de compartir terreno en Mali no vendría hasta el estallido de la guerra de Ucrania en 2022, momento en que París estipuló imposible su asociación con la junta militar maliense, siempre que ésta colaborase de forma paralela con Moscú.
En este contexto de toma de decisiones, Mali escogió a Rusia. En agosto de 2022 se dio por concluida la estancia de las tropas galas en Mali y dos tantos de lo mismo ocurrieron tras los sucesivos golpes de Estado en Burkina Faso (octubre de 2022) y en Níger (julio de 2023). El conflicto en el Sahel ya no se trataba en exclusiva de una guerra contra el terrorismo: se había convertido en un escenario propicio para el enfrentamiento híbrido entre dos naciones no africanas, donde Francia resultó derrotada. No debió pasar demasiado tiempo hasta que concluyeron igualmente las misiones de entrenamiento de la UE en Mali, Níger y Burkina Faso, así y como la misión de Naciones Unidas en Mali (MINUSMA).
Sin embargo, no debe decirse que Francia ha sido relegada de forma absoluta. Continúa la presencia de París mediante numerosos medios. Aún continúa la lengua francesa como base de las instituciones del Sahel, igual que las grandes empresas francesas que aún no han sido expulsadas del territorio. Las campañas de propaganda y de desinformación, dirigidas a menoscabar a las juntas militares, funcionan a toda máquina gracias al uso masivo de redes sociales; igual que importantes figuras disidentes a los regímenes del Sahel actúan al resguardo de la antigua potencia colonial, lejos de sus tierras de origen. Francia ha visto su influencia en el Sahel gravemente reducida; pero no ha desaparecido del todo.
Andrea Chamorro es analista especializada en África de Descifrando la Guerra, y considera en una entrevista telefónica con LA RAZÓN que “actualmente, Occidente se enfrenta a Rusia y China por la influencia global y debe elegir bien sus batallas. El tiempo de la narrativa de Occidente como los guardianes del mundo, como se proponía al final de la Guerra Fría, ha quedado atrás. Esto abre una oportunidad para que las potencias medias utilicen su fuerza de manera más libre, ya que es menos probable que encuentren obstáculos o repercusiones en sus acciones”.
Nuevos actores relevantes
La salida de los actores europeos del escenario y la clave panafricanista de las juntas militares del Sahel abrió la puerta a nuevas colaboraciones con naciones alejadas de Occidente. No es sólo Rusia. Turquía, que ya daba sus primeros y tímidos pasos en le territorio durante la presencia francesa, ha obtenido jugosos beneficios gracias a la venta masiva de Bayraktar TB2. Cabe a considerar en este punto que las ventas de armas turcas al continente africano suponían la cifra de 83 millones de dólares en 2020, mientras que el número ascendió a los 460 millones de dólares en 2021.
Las reducidas opciones económicas de los países del Sahel, unidas a la salida de Francia, han llevado a la búsqueda de material militar de bajo costo en China y Emiratos Árabes Unidos, cuyos precios resultan más asequibles. En los últimos dos años, desde China han llegado a Burkina Faso vehículos a pruebas de minas CS/VP14, blindados NORINCO VP14, blindados WMA301, morteros CS/SM1 montados sobre vehículos todoterreno Dongfeng EQ2050, etc. Y esto es sólo la punta del iceberg. Entregas similares se han realizado en los últimos años en Mali, situando a China como uno de los principales proveedores de armas del Sahel en menos de veinticuatro meses. Las naciones europeas, por otro lado, que podían considerarse un importante proveedor de armas en la región en tiempos pasados, ahora limita sus exportaciones al Sahel en drones de uso civil para el control de fronteras y ayudas puntuales en materia económica que concluyeron definitivamente tras el golpe de Estado en Níger.
Otra asociación reciente se encuentra en Irán. Porque fue en enero de 2024 cuando el ministro de Defensa nigerino, Salifou Mody, así y como los ministros de comercio y de petróleo, aterrizaron en Teherán en el marco de una gira que también les llevó a Moscú y a Ankara. También se sucedieron en Mali reuniones de alto nivel entre autoridades malienses e iraníes. La proximidad de la junta nigerina con Rusia e Irán llevó a una serie de desencuentros con Washington, que contaba con 1.000 tropas estacionadas en Niamey, desencuentros que concluyeron con la retirada de Estados Unidos del país africano y la ocupación de la que fuera su base por tropas rusas y nigerinas. Una potente humillación que pone en relieve los efectos globales que trae la crisis sempiterna del Sahel. Además, desde mayo de 2024 se conoce que Irán está negociando con Níger la compra de 300 toneladas de uranio, a cambio de la donación de generadores eléctricos que cubran la escasez de energía que sufre Níger desde su independencia en el siglo pasado. Este apunte es importante porque Níger es responsable de proveer a Francia con un 34% del uranio precisado por los galos para su correcto funcionamiento energético.
Tampoco debe desestimarse el creciente peso que acarrean las dinámicas del Sahel en el continente africano. No se trata sólo de la expansión yihadista, sino de la ruptura existente entre las naciones integrantes de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) y los países que forman la Alianza de Estados del Sahel (Mali, Níger y Burkina Faso). La CEDEAO, que ha impuesto en los últimos años severas sanciones a las juntas militares del Sahel, llegó a valorar durante el verano de 2023 la posibilidad de iniciar una intervención armada contra Níger, tras el golpe de Estado liderado por el general Abderramán Tchiani. Aunque dicha intervención no tuvo lugar, los países de la AES terminaron por anunciar su retirada de la CEDEAO en enero de 2024, mientras han optado por aumentar las compras de material bélico destinado a la protección de sus territorios en caso de un ataque a gran escala. Las tensiones entre la AES y la CEDEAO cuentan igualmente con pequeñas ramificaciones que enfrentan a Estados en particular. Sirven de referente incidentes fronterizos entre Costa de Marfil y Burkina Faso, o la grave crisis surgida en junio de 2024 entre Níger y Benín, que llevó al cierre temporal del oleoducto entre ambos países y a un cierre de fronteras que aún se mantiene.
El factor Argelia-Mauritania
Las relaciones entre Argelia y Mauritania con los países del Sahel también se han deteriorado. Mauritania es acusada por la junta maliense de acoger a terroristas en su territorio, mientras que también acusan a Argelia de aceptar en su territorio a rebeldes del movimiento independentista de Azawad. En el caso de Mauritania, patrullas mixtas formadas por operativos rusos y malienses han llegado a penetrar en territorio mauritano este 2024, provocando enérgicas protestas por parte del país costero a través de los canales diplomáticos. Argelia ha solicitado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que procure la salida de mercenarios rusos de Mali y recientemente desplegó tropas en su frontera compartida, con el fin de evitar que el conflicto entre Bamako y Azawad afecte a su territorio. Los desacuerdos entre Argelia y la junta de Mali ha llevado, de forma indirecta, a un estrechamiento de las relaciones entre la AES y Marruecos, que comprende la oportunidad que puede suponerle un distanciamiento con Argelia.
Jesús Pérez Triana es analista de defensa y seguridad, además de cofundador de la página de noticias especializada OSINT Sahel. Considera por su parte que “Marruecos y Argelia consideran el Sahel su patio trasero y terreno de juego geopolítico por proximidad geográfica y lazos históricos”, aunque añade que “a pesar de las acusaciones de provocación y de las advertencias hechas desde Argel, es poco probable que veamos acciones militares de Argelia. Pero lo que sí es preocupante es que en esta nueva orden multipolar lo que vemos repetidamente es que los viejos frenos y contrapesos han saltado por los aires y las potencias regionales consideran menos costoso usar la violencia porque la atención y energías de Rusia u Occidente están puestas en otra parte”.
La creciente importancia del Sahel ha resultado en un aumento de los grupos armados que participan en la región. Más allá de los grupos terroristas de corte islámico, destaca en Níger el surgimiento de movimientos que desean la expulsión de la junta militar del poder y cuyas operaciones ya han comenzado a sonar con fuerza. Serían el CRR y el MPLJ, ambos constituidos por comunidades del norte del país. Otro grupo, el FPL (sobre cuyo líder, Mahamadou Sallah, pesa una orden de búsqueda y captura emitida por la Cámara de Representantes de Libia) fue noticia durante el verano de 2024 por sabotear el oleoducto que une Níger con Benín, sabotaje que, según el comunicado que emitieron a continuación, tenía intención, no ya de dañar a la junta militar nigerina, sino también a la colaboración de China con la misma en materia petrolera. El MPLJ llevó a cabo su primer ataque mortal contra las fuerzas de seguridad nigerinas el 17 de septiembre de este mismo año, menos de 24 horas después del fin de la retirada de las tropas estadounidenses del país.
Triana resalta que “los actores estatales movidos por ideologías étnicas y/o lingüísticas se enfrentan al Estado de turno en solitario. Por tanto, es comprensible que esos grupos de Mali y Níger que no tienen carácter yihadista busquen algún tipo de alianza o cooperación con grupos semejantes del país vecino, igualmente enfrentados a una junta militar. Si hay cooperación entre juntas militares, es lógico pensar que los grupos que las combaten se vean empujadas a algún tipo de alianza”. Y no le falta razón. El CRR ya anunció, poco después de su creación en Níger, su apoyo incondicional a la independencia de Azawad respecto a Mali, igual que un elevado número de sus integrantes tuareg comparten vínculos culturales y familiares con comunidades del norte de Mali.
Italia también se ha visto involucrada con los independentistas de Azawad por medio de la creación en Roma del Cuadro Estratégico Permanente (CSP) una organización que encuadra un amplio número de grupos independentistas bajo un mismo paraguas. El CSP, que teóricamente fue concebido como una herramienta que buscaba la paz entre Azawad y Bamako, así y como un medio útil para frenar la inmigración subsahariana a Italia, combate hoy una guerra abierta contra la junta militar maliense… y puede atribuirse la mayor masacre de operativos rusos desde su llegada al Sahel, ocurrida en el mes de julio en la localidad de Tinzaouatene. El CSP eliminó entonces a unos 80 operativos rusos, supuestamente gracias a su colaboración con la inteligencia ucraniana.
Ucrania. Eran pocos y parió la abuela. Porque hace escasos meses, tras la masacre de Tinzaouatene, que se hizo pública la asociación entre Kiev y los independentistas de Azawad. Andriy Yusov, portavoz del SBU, declaró ese mismo día que “los rebeldes recibieron la información necesaria, lo que permitió una operación militar exitosa contra los criminales de guerra rusos. No discutiremos más detalles por el momento, pero habrá más por venir”. Una noticia difusa y plagada aún de numerosas incógnitas pero que ha llevado a las naciones de la AES a señalar a Ucrania como “colaboradora del terrorismo internacional”, extrapolando la guerra de Ucrania al suelo africano. Chamorro concede en este punto que “para diseñar una estrategia en el Sahel, es crucial tener en cuenta que se trata de un escenario geopolítico propio, con sus propias rivalidades, alianzas y líneas rojas. El apoyo a un grupo que el gobierno maliense y gran parte del Sahel considera "terrorista" fue cruzar una línea roja”.
Las dinámicas violentas, la inseguridad generalizada, el autoritarismo de las juntas militares y el factor ruso han provocado una nueva dimensión de la crisis que afecta más allá del Sahel y que impacta con especial fuerza en España. Es el fenómeno migratorio. La Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas consideró en un informe interno del mes de mayo que más de 100.000 malienses se están preparando para viajar a Canarias, mientras que el 43% de los inmigrantes llegados a las islas entre enero y julio de 2024 eran de nacionalidad maliense. Por primera vez, los malienses suponen la nacionalidad mayoritaria en la ruta Atlántica, arrastrando la crisis del Sahel a las costas de Europa.
Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea (con menciones especiales en España, Francia e Italia), Ucrania, China, Turquía, Emiratos Árabes Unidas, Irán, Rusia, Mauritania, Libia, Argelia, Marruecos, las diez naciones restantes de la CEDEAO. Son más de cuarenta países involucrados de una forma u otra en los tejemanejes que bullen en el Sahel. Todo un ejemplo del mundo multipolar que tanto esperaban algunos para equilibrar la balanza de las injusticias. Toda una guerra mundial africana a punto de estallar… si no ha estallado ya en sus primeras fases.
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